Dehonianos

Giuseppe Savagnone

La muerte de un ser humano es siempre una tragedia, sobre todo si se trata de un joven de 31 años con esposa y dos hijos. Pero el brutal asesinato de Charlie Kirk adquiere un significado particularmente dramático a los ojos de quienquiera que se preocupe por la democracia, porque es el índice de un clima exasperado de conflictividad que la envenena, y no solo en Estados Unidos.

Por esta razón, resultan apropiados comentarios como éste: “La violencia verbal y la criminalización del pensamiento ajeno pueden encender pensamientos lúgubres en mentes enfermas que, en nombre del odio, pueden cometer actos criminales como los que provocaron la muerte del bloguero estadounidense Charlie Kirk. Quien piensa distinto de nosotros nunca es un enemigo, sino un adversario con el que confrontarse”(A. Tajani, ministro de Asuntos Exteriores de Italia).

Un acto de violencia que hiere la democracia

Kirk fue asesinado mientras dialogaba con estudiantes en un campus universitario, continuando la misión a la que se había consagrado con gran éxito: cuestionar la cultura woke dominante, a menudo en formas intolerantes, en las universidades estadounidenses. Era un hombre muy cercano a Donald Trump y constituía casi una “correa de transmisión” entre el magnate y el mundo juvenil.

Pero esto no justifica las acusaciones histéricas que inmediatamente se lanzaron contra la izquierda por parte de políticos y periodistas de derecha. Como las que gritó en el Capitolio la congresista republicana Anna Paulina Luna, dirigiéndose a los demócratas presentes: “Ellos son los que causaron todo esto”. Otros fueron aún más lejos. Jesse Watters, presentador de Fox News (emisora muy cercana a Trump), declaró: “Vengaremos la muerte de Charlie de la manera en que él hubiera querido”. Y el periodista Matt Forney llegó a escribir: “Es hora de una represión total contra la izquierda. Todo político demócrata debe ser arrestado y el partido prohibido”.

En realidad, los representantes demócratas fueron unánimes en condenar el asesinato. “No hay lugar en nuestro país para este tipo de violencia. Debe cesar inmediatamente”, declaró el expresidente demócrata Joe Biden en X. Y en la misma línea se expresaron todos los demás líderes de la oposición.

Quien no pareció tenerlo en cuenta fue, sobre todo, Trump. El presidente definió a Kirk como una “víctima de la retórica de la izquierda radical”, que “durante años ha comparado a maravillosos estadounidenses como Charlie con los peores criminales de la historia”, creando un clima de odio: “Esa retórica es directamente responsable del terrorismo que estamos viendo en el país y debe terminar ahora”.

Trump también apeló a la libertad de pensamiento y expresión: “La violencia y el asesinato – dijo – son las trágicas consecuencias de la demonización de quienes no piensan igual”, acusando una vez más a la “izquierda radical” de incitar al odio y al caos.

No se puede evitar la impresión de que el jefe de la Casa Blanca está aprovechando el asesinato de Kirk para reafirmar y potenciar su política de militarización del país, ya en marcha con el despliegue de la Guardia Nacional en las principales ciudades estadounidenses, la mayoría administradas por demócratas. Una política justificada por el presidente como necesaria para contrarrestar un supuesto aumento de la criminalidad, desmentido claramente por las estadísticas, que hablan, en cambio, de una reducción.

Por otra parte, Trump, al recordar casos anteriores de violencia política, no dijo ni una palabra sobre el más grave y reciente de estos episodios: el asesinato, el pasado junio, de Melissa Hortman, destacada figura del Partido Demócrata en Minnesota, hallada muerta junto a su esposo en su vivienda.

Según las primeras investigaciones, un hombre armado, disfrazado de agente de policía, habría perpetrado lo que el gobernador de Minnesota,Tim Walz, definió como “un asesinato político deliberado”, que sin embargo tuvo en los medios y en la opinión pública una resonancia inmensamente inferior a la de Kirk, y que ahora ni siquiera fue mencionado en la reconstrucción de Trump.

Si hay que hablar de violencia…

Vuelve la pregunta: ¿es de verdad la izquierda —o, al menos, solo la izquierda— la responsable del clima de violencia que ha convertido a la democracia emblema de Occidente en “una polvorienta mecha”, según la definición de Robert Pape, profesor de ciencia política de la Universidad de Chicago, llevándola a lo que Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara por los republicanos, ha llamado una “guerra civil cultural”?

Quizá, si hablamos de violencia, convendría tener en cuenta el papel que, en sus efectos a menudo dramáticos, desempeña el libre comercio de armas, consagrado por la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, vigorosamente promovido por las industrias bélicas y defendido a ultranza por los republicanos frente a la “izquierda” demócrata.

No puede dejar de impresionar, a este respecto, que el propio Charlie Kirk hubiera sostenido, poco tiempo antes de su muerte, que “algunas muertes causadas por armas de fuego son un costo aceptable a pagar para poder mantener la Segunda Enmienda”.

Pero, sobre todo, es inevitable comparar las palabras de Trump sobre la violencia del lenguaje y la demonización de los adversarios políticos con su estilo habitual. Empezando por la amenaza lanzada ya antes de su reelección, el 17 de marzo de 2024, desde el escenario en Ohio: “Si pierdo, será un baño de sangre”.

Y continuando con las promesas de venganza y castigo contra sus “enemigos”, repetidas en numerosas ocasiones durante las últimas semanas de la campaña electoral, con el juramento de erradicar al “enemigo interno”, precisando que llegaría incluso a usar el ejército para perseguir a sus oponentes políticos. Y cumplió su palabra. Acabamos de mencionar el uso desproporcionado y alarmante del ejército. Pero es el comportamiento del nuevo presidente en su conjunto lo que confirma sus amenazas.

“Sin duda estamos asistiendo a una oleada de venganzas por parte de Trump que no habíamos visto nunca antes”, constató un observador. Yendo mucho más allá del fisiológico uso del spoils system, ha depurado el Gobierno federal y el Ejército, ha recortado fondos a universidades, medios, instituciones culturales e incluso equipos deportivos. Ha insultado públicamente a su inmediato predecesor, Biden, y, en julio, en una publicación en su red «Truth», compartió un video generado por inteligencia artificial en el que aparecía el otro presidente demócrata, Barack Obama, esposado por agentes del FBI y arrastrado fuera del Despacho Oval.

Por no hablar de la prometida campaña de “deportación” de once millones de latinos inmigrantes (en su mayoría, además, ya integrados en la sociedad estadounidense), objeto de una verdadera caza humana calle por calle, muestra de la cual el magnate ha querido dar prueba de vez en cuando publicando con satisfacción imágenes de grupos de ellos encadenados y de rodillas.

La crisis más profunda

A esta causa Charlie Kirk consagró sin reservas sus grandes dotes de intelectual y de comunicador, defendiendo eficazmente sus razones en innumerables debates. Y asumiendo, así, también las decisiones del presidente estadounidense en política exterior, empezando por el apoyo incondicional a Israel en lo que muchos, incluso judíos israelíes, definen ya como un genocidio.

De ahí las dolidas condolencias del primer ministro Netanyahu, quien declaró: “Charlie Kirk fue asesinado por haber dicho la verdad y defendido la libertad. Un amigo valiente de Israel, combatió las mentiras y se erigió en defensor de la civilización judeocristiana”. Condolencias a las que se unió el ministro extremista Ben Gvir, que comentó: “La connivencia entre la izquierda global y el islam radical es hoy el mayor peligro para la humanidad”.

Quizás sea precisamente en estas últimas referencias donde se encuentre la clave final para comprender la posición de Charlie Kirk, “un devoto cristiano evangélico”. Es sabido que las sectas evangélicas se cuentan entre las principales sostenedoras de Trump, al que ven como la única alternativa frente a la cultura woke, apoyada por muchos demócratas, y a la creciente influencia del islam a través de los movimientos migratorios. También muchos católicos –emblemático el caso del vicepresidente Vance– se han alineado de su parte.

No es casual que los dos triunfos electorales de Trump se hayan producido, respectivamente, frente a Hillary Clinton y Kamala Harris, ambas explícitas y firmes partidarias de la liberalización total del aborto, en sintonía con la cultura absolutizada de los derechos y en radical contraste con la visión cristiana de la persona.

Por desgracia, por muy alejada que esté del evangelio la visión individualista y libertaria de la izquierda, nada puede autorizar a definir la de Kirk como una “lección de cristianismo”. Como tampoco lo es la de los políticos que de vez en cuando gustan de agitar el evangelio y exhibir su (presunta) adhesión a la perspectiva católica.

Interrogado por los periodistas, en vísperas de las últimas elecciones estadounidenses, sobre cuál de los dos candidatos prefería, el papa Francisco respondió sencillamente: “Ambos están contra la vida: tanto el que expulsa a los migrantes como el que mata a los niños”. Y sin hablar de las pobres víctimas de Gaza…

El asesinato de Charlie Kirk, por su violencia, es ciertamente el síntoma alarmante de una crisis de la civilización y de la democracia de Occidente. Pero quizá aún más grave, porque es más profundo y menos percibido por la opinión pública y los observadores, es la reducción de derecha e izquierda —en Estados Unidos y también entre nosotros— a esta perversa alternativa, que excluye no solo el evangelio, sino nuestra misma humanidad.

Publicado el 13 de septiembre de 2025 en Settimananews con el título original: ‘L’assassinio di Kirk e la perversa alternativa dell’Occidente’.