Carta de Navidad: “Mientras pensaba en esto” (Mt 1,20)

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Carta de Navidad: “Mientras pensaba en esto” (Mt 1,20)

Queridos hermanos y todos los miembros de la Familia Dehoniana,

Allá por el Nazaret de María y de José, todo transcurría sin sobresalto particular. Con el paso de los días, llegaba para ellos el momento de compartir la vida, como era costumbre entre las gentes de su pueblo. Pero un imprevisto lo alteró todo: el Dios de las promesas se les acercó como nunca nadie lo hubiera imaginado. De lo que allí pasó, Mateo y Lucas dan buena cuenta. Nos lo recuerdan siempre. Lucas, detallando algo más a María; Mateo, por su parte, a José. Tal vez lo hicieron así porque ninguno de los dos evangelistas quiso acaparar la exclusiva. Ambos prefirieron compartirla, porque sabían que aquella Buena Noticia daba, y sigue dando, para todos.

Lucas nos acerca a lo vivido por María cuando fue abordada por el ángel de Dios. El saludo que recibe la sobresaltó, pero no escapó de él. Escuchó con atención, pensando bien lo que acaba de oír. Consciente de su pequeñez, buscó entender y, para lograrlo, no encontró mejor camino que el del diálogo humilde y sincero. Solo entonces decidió. Aceptó la llamada a hacer espacio en sí misma al Hijo anunciado. En ese preciso instante, María se hizo oblación: sus entrañas y su mundo se abrieron sin reservas a la Vida.

¿Y José? Mateo lo presenta, literalmente, como “el hombre de ella”. Sin embargo, enterado del estado de su prometida, pero ajeno a los modos de Dios, optó por “dejarla ir”. Pero su decisión lo sumergió en un conflicto interior. El hombre “justo” se veía atrapado entre la justicia implacable que conocía y lo que en verdad deseaba. Él mismo parece disconforme con lo que acaba de decidir. De hecho, algunas de las palabras que el evangelista usa para identificar lo que José pretendía hacer se acercan peligrosamente a las usadas para describir el proceder de Herodes y de Pilato. Al primero, cuando actúa “en secreto” contra el rey de los judíos recién nacido (cf. Mt 2,7); al segundo, “dejando ir” al criminal y condenando al verdadero justo, al mismo rey niño al que Herodes tanto temía (cf. Mt 27,11.19.26).

José no deja de darle vueltas a lo que estaba pasando, como quien deseara resolverlo todo de otro modo. Precisamente, “mientras pensaba en esto”, aconteció lo inesperado: Dios se le acercó. Lo hizo en el momento en el que la condición humana se abre sin cautela a lo imprevisible de los sueños. A través del ángel, Dios confirmó la pertenencia de José a su pueblo. Le recordó que es hijo de David, no de la Ley severa, ni del miedo. Y en ese pueblo, además, le pide que renueve su vínculo con María, la mujer dócil al Espíritu.

A partir de ahí, como un amigo que comparte lo más íntimo de sí, Dios confía a José lo que más ama: la vida de su Hijo y la salvación de su pueblo. Pero, ¿sabría aquel hombre apreciar tanto amor compartido? ¡Vaya que sí! La cercanía, la intimidad y la confianza que Dios le mostró le bastaron, no solo para disipar sus temores, sino para reavivar su esperanza, su amor y su dignidad. Aquel sueño lo reparó desde lo más hondo; por eso, levantándose, asumió sin vacilar la encomienda que Dios dejó en sus manos. Reaccionó -ahora sí- como un justo auténtico.

Acogiendo a María, al Hijo en sus entrañas y a su mismo pueblo, José anticipó la enseñanza que Jesús compartirá más adelante con sus discípulos: son verdaderamente justos quienes reconocen, sin prejuicios y con premura, el imprevisible rostro humano de Dios, porque “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40). La solución a las incertidumbres de José no estuvo, por lo tanto, en el desentenderse de nadie. Bien al contrario, pasó por el encuentro con los otros, con los más frágiles y, sobre todo, en el dejar que los sueños de Dios recreasen la vida hasta lo insospechado de lo posible.

Juntos, con la Palabra en las entrañas, María y José dieron así un hogar a la misericordia y a la fidelidad de Dios. Con la Palabra ante los ojos, la contemplaron y la meditaron con los pobres y los extranjeros. Con la Palabra en los brazos, se unieron a los prófugos y a los refugiados. Con la Palabra de la mano se hicieron peregrinos con su pueblo. Con la Palabra atesorada en el corazón, vivieron sin medida el discipulado. Tanta entrega no escapó a la atención del P. Dehon. Con ellos aprendió el camino del abandono confiado y agradecido a la voluntad del Padre. Allí descubrió la escuela de toda vida de amor y de entrega:

“Nuestros pensamientos deben dirigirnos constantemente hacia ellos. Para la vida interior, son nuestros modelos absolutamente. Debemos estudiarlos principalmente en oración. Debemos sondear sus sentimientos, sus pensamientos, sus deseos, sus alegrías, sus penas, sus voluntades y adaptar constantemente a ellos nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones, toda nuestra vida”[1].

Entre el sí rotundo de María y el silencio entusiasta de José, Jesús encontró la guía segura hacia el corazón del Padre y el de los hombres y mujeres de todo tiempo ¡Qué época tan oportuna la nuestra para contemplar a esta familia más de cerca! ¡Qué buena la compañía que ellos mismos nos ofrecen para no quedarnos estériles en la desesperanza ni bloqueados en la indiferencia! ¿Acaso no son ellos quienes nos explican como nadie nuestra misma razón de ser en la Iglesia y en la sociedad? Si pudiéramos hacer un webinar con esta sagrada Familia en los próximos días, y les pidiéramos que nos dijeran en breve y en dehoniano qué les quedó de todo aquello que les pasó, no sería extraño que, con mirada cálida y sonrisa desbordada de ternura, nos dijeran a coro algo así como esto:

Entendimos la reparación como la acogida del Espíritu (cf. 1Tes 4,8) como una respuesta al amor de Cristo a nosotros,  una comunión con su amor al Padre  y una cooperación a su obra redentora  en medio del mundo[2].

Que esta Navidad sea reparadora para nuestras comunidades, nuestras familias y nuestro mundo. Lo necesitamos. Que sean días de miradas que se buscan y de corazones que se encuentran. Lo deseamos. Que la celebración del Emmanuel nos ayude a vivir agradecidos, no el mañana que no llega, sino el hoy de lo posible. Lo queremos. Que “mientras pensamos en esto”, no dejemos de hacer espacio, y más cuando es de noche, a los sueños que Dios comparte con nosotros, porque muchas cosas pueden, y deben ser, de otra manera. ¡Lo anhelamos!

Para todos, ¡Feliz Navidad!
Fraternalmente, in Corde Iesu,

P. Carlos Luis Suárez Codorniú, scj Superior general y su Consejo

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[1] NTO 9140002/67 : « Notre pensée doit se porter sans cesse vers eux. Pour la vie intérieure, ils sont absolument nos modèles. Nous devons les étudier dans l’oraison principalement. Nous devons sonder leurs sentiments, leurs pensées, leurs désirs, leurs joies, leurs tristesses, leurs volontés et y conformer sans cesse nos pensées, nos paroles, nos actions, notre vie toute entière ».

[2] Cfr. Cst 23.

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