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Solemnidad de Corpus Christi – Domingo 22 de junio

Solemnidad de Corpus Christi – Domingo 22 de junio

Señor, te fuiste así, sin más. Nos dejaste un sepulcro vacío y tu presencia inconfundible y maravillosa de resurrección. Te apareciste a muchos, pero no te dejaste tocar. Habías resucitado, tu cuerpo ya no es físico ni sensorial, sino glorioso; perteneces a otro orden, a otro mundo, un mundo que no podemos tocar, gustar ni sentir.

Sí, sabemos que resucitaste, que venciste a la muerte y que nos diste el Espíritu Santo para guiarnos a través de la niebla espesa que a veces es nuestra vida. Pero no es suficiente. Nosotros necesitamos tocar, gustar, sentir. Necesitamos un cuerpo. Tu cuerpo.

Y nos lo diste. No el cuerpo mortal de Jesús, que ya no está accesible porque murió en la cruz, sufrió, se desgastó y murió. Pero nos dejaste algo tangible y eterno: te haces presente real y verdaderamente en el pan y el vino de la Eucaristía. Ese es tu nuevo cuerpo y tu nueva sangre.

Si lo miramos bien, todo encaja: tú mismo elegiste esas dos especies en la Última Cena. ¿Cómo íbamos a encontrarte sino detrás de una mesa, con tus amigos, compartiendo el pan? Porque tu vida fue eso: una continua reunión fraterna para compartir el pan y el vino, el sufrimiento y la vida.
Un pan que se parte con dolor y se reparte con generosidad.
Una copa de vino que se bebe con otros, preludio de la alegría y de la comunión.

El Evangelio de hoy nos recuerda aquella tarde:
todos estaban cansados y hambrientos. Te habían seguido largo rato y ahora era tarde, estaban lejos, sin comida.
La resignación los envolvía. Pero tú los convocaste, los reuniste como comunidad, y provocaste a tus discípulos:

“Dadles vosotros de comer”.

¿Cómo dar de comer a tantos? ¿Nos quieres dejar en evidencia, Señor?
A veces nos fuerzas, nos llevas al límite, pero solo así ocurren los milagros.
De pronto, alguien dice:
—Aquí hay un niño con siete panes.
Otro añade:
—Aquí hay cinco peces.

¿Pero qué es eso para tantos?

Y tú ya estás obrando el milagro. Lo compartido se multiplica. Eso eres tú, el gran multiplicador, el que toma de lo nuestro y lo transforma.
Por eso tu cuerpo resucitado se hace presente en la Eucaristía, en el pan y el vino compartidos en torno a la mesa, con los amigos.

Si yo viniera a cada Eucaristía como en aquella tarde, si entendiera que cada misa es estar sentado a tu mesa y que se me concede el don maravilloso de tocar, gustar y sentir tu ser

Cada vez que coma tu Cuerpo y beba tu Sangre, transfórmame, Señor.
Haz que mi vida sea convocatoria de fraternidad, que no tema romperme en el amor, aunque sea poco a poco.
Que no me canse de entregarme, porque solo así llega la alegría verdadera.
Y, sobre todo, hazme acogida silenciosa del otro, comunidad viva, pan partido para los demás.

Concédeme, Señor, el don de convertirme en lo que como y bebo.
Y así, hasta que vuelvas…
y ya no necesitemos tocar, gustar ni sentir,
porque tú serás todo en todos.

scjdehonianos
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