
03 May En torno a la Palabra
No conocemos muy bien cómo fue la reacción de los discípulos ante la muerte de Jesús. Hay diversas versiones. Desde que se quedaron en Jerusalén, pero encerrados en una casa por miedo a los judíos hasta que volvieron a sus tareas habituales. La mayoría a su Galilea natal, donde probablemente se sentían más seguros. La muerte de Jesús significaba en principio el fin de todas sus ilusiones. Quizá esta vuelta a Galilea sea lo más probable. Pero allá les va a buscar Jesús.
El relato de hoy sitúa a un grupo de los apóstoles en Galilea. Han vuelto a la pesca porque la vida ha vuelto a sus inercias. Hay que pescar para sobrevivir. A veces la pesca es abundante y a veces no se encuentra nada. Trabajo inútil. Vuelta a empezar. Es la vida de los pobres.
Hasta ahí llega Jesús, el resucitado. Es otro encuentro más. No es un fantasma. No es una aparición terrible. Es alguien que habla sencillamente con ellos. No le reconocen al primer momento. Necesitan un tiempo para asimilar que es Jesús, el mismo al que seguían y que había despertado en sus corazones la promesa del reino, que les había hablado de Dios como un padre de amor y misericordia que cuida de sus hijos. El mismo con el que habían compartido la mesa tantas veces.
Y Jesús les invita a compartir lo que tienen: el pan y el pescado. Comen juntos. Se van dando cuenta poco a poco. “Es el Señor”. No tienen palabra. El asombro los deja mudos. ¿Cómo es posible? Murió en la cruz. Perdió la apuesta. Su confianza en el Padre no valió para nada. Ganaron los judíos que querían su eliminación. Y Dios no hizo nada. Todo el mundo lo sabe. Pero ahora está vivo. ¿Cómo? ¿De qué manera? La sorpresa, la extrañeza, la admiración… No hay palabras. No se atreven a hablar, pero comen de lo que Jesús les da. Y se dan cuenta de que ahora todo lo vivido con Jesús recobra sentido, su muerte en la cruz también. Se abre ante ellos un nuevo mundo, un nuevo futuro, que va mucho más allá de su vida rutinaria de pescadores. El mundo les espera. Tienen una misión, una esperanza que anunciar a todos.
¿Pero qué pasa con Pedro? ¿Hay algún cambio, alguna diferencia entre el antes y el después que Jesús le preguntara si le quiere? ¡Claro que sí! Pedro que le había negado y abandonado es ahora confirmado como Pastor de la Iglesia. Ante Jesús, su amor es más importante que sus pecados. Y es que todos somos pecadores pero queridos, amados y elegidos por Dios.
Imagino los sentimientos de Pedro, la mezcla de dolor y esperanza, la culpabilidad y la alegría de verle resucitado. La tormenta interior ante esas preguntas se va calmando al darse cuenta que con sus preguntas Jesús le está ayudando a sanar. Imagino su alegría profunda al saberse perdonado y sentir que Jesús sigue confiando en él. Igual que perdona y confía en nosotros. Amén.

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