05 Sep Ser discípulo
El evangelio de hoy es claro y distinto. Para que no se nos atragante y para no descafeinarlo me parece oportuno empezar citando la oración de Salomón que tenemos en el libro de la Sabiduría de la primera lectura: “¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo espíritu desde el cielo?” Que el Señor envíe su Espíritu para ayudarnos a saborear su Palabra.
Hay mucha gente que sigue a Jesús. Y parece ser que no es oro todo lo que reluce. Entre los seguidores de Jesús hay diversos intereses. Unos esperan medrar en alguna cosa, otros esperan sanación, otros van por “ir” donde “va la gente”. Y Jesús quiere dejar claras algunas cosas. Ser discípulo de Jesús, o seguirle, es algo que supone unas opciones de vida determinadas. Supone tener claro el fin del camino y el camino a recorrer para llegar a ese fin.
El seguimiento de Jesús no puede mezclarse con otros seguimientos. Seguir a Jesús supone una opción definitiva y total por Él y su mensaje. En nuestra vida ordinaria tenemos como valores la familia, mi familia, y mi persona, mi “yo”. Jesús marca un valor superior y de otro nivel. Un valor al que se ha de supeditar o posponer todo otro valor. Introduce una nueva escala de valores que vamos a llamar la escala del “DON”.
No está mal (está bien) que yo quiera y trabaje por mi familia (padre, madre, esposa, esposo, hijos), pero si el referente soy yo y lo “mío”, corro el tremendo riesgo de idolizar a alguien o a algo y hacer que todas las demás cosas o personas giren en torno a ese ídolo. La norma mayor en mi vida será el rescate de mi familia. Los demás son comparsas que me pueden ayudar o estorbar en mi objetivo. Si descubro que “mi familia” es un DON que se me ha dado o regalado por Alguien que me precede y nos precede con su amor entonces empezaré a ser agradecido y a encajar “mi familia” en medio de tantos otros dones recibidos donde están también el resto de los mortales, mis hermanos. Dios es el referente absoluto que me libera a mí de mi afán de posesión y libera a mi familia de ser poseída por mí. Nadie es amo de nadie y nadie está por encima de nadie. Entramos en un nuevo orden de cosas donde los lazos de sangre quedan relativizados o referidos a una realidad nueva que los hace funcionar de forma distinta.
Jesús es el primero que pospone a su familia y abre el horizonte de nuevas relaciones en el Reino de Dios que anuncia. Dios-Padre es el referente absoluto y vivir desde Dios es lo mejor. Vivir sabiendo y reconociendo que somos amados de Dios y que somos regalo de Dios; y los somos ayer, hoy y siempre. Desde esa realidad miro las demás cosas y personas desde los ojos de Dios y con los ojos de Dios. Y trato de realizar el proyecto de Dios sobre su creación.
Otra indicación es la de llevar la cruz detrás de Jesús. Cargar con la cruz es hacer en todo momento la Voluntad del Padre. Es vivir mi vida en obediencia. Pero no la obediencia del esclavo sino la obediencia del hijo que se sabe en la casa paterna donde todo lo que es del “padre” es también “suyo” porque el padre se lo ha entregado todo. Esta obediencia implica hacer opciones que suponen renuncias a determinadas cosas o personas, pero también suponen encuentros y goces fraternos y festivos. Cruz no es igual a dolor y el dolor no es igual a valor o mérito seguro. Eso es “dolorismo” del que no hemos estado libres en nuestra práctica cristiana a lo largo de la historia. Otra cosa es que optar por la verdad conlleva incomodidad, persecución y en ocasiones la muerte. La verdad incomoda porque se enfrenta a los ídolos, a las verdades de oropel. La verdad trabaja por la justicia en todos los campos y eso suele traer persecución, impopularidad, rechazo. Vivir los valores del Reino de Dios hoy, y anunciarlos en medio de esta nuestra sociedad donde reinan y se imponen otros “reinos y valores” no es tarea fácil y trae sufrimiento
A la hora de elegir y optar por Alguien o alguna opción en la vida, es necesario hacer un buen discernimiento. No toda incomodidad es garantía absoluta de que estamos trabajando por el Reino de Dios. No toda persecución es garantía de que vamos por el buen camino. Podemos ser “perseguidos” por nuestra intolerancia, por nuestras posturas petulantes, por nuestra soberbia, por nuestras riquezas, por nuestras incoherencias de vida, etc. Y esa persecución o crítica hay que darla por buena porque nos ayuda a perfilar mejor nuestro seguimiento a Jesús.
La tercera advertencia de Jesús es sobre la renuncia a todos nuestros bienes. Puede ser más de lo mismo, o puede ser una mayor radicalidad. Ciertamente supone entrar en una nueva perspectiva de valoración de todas las cosas. Entrar en la escala del DON. Si empiezo a entender que todo lo que soy y tengo lo he recibido como don; o sea, que no es mío; entonces empiezo a vivir mi vida regalándome y regalando lo que tengo. Empiezo a vivir el compartir a tope toda mi realidad. Si otros muchos empiezan a vivir desde esta nueva dimensión entonces se irá construyendo en verdad el Reino de Dios.
Poco después Jesús habla de la sal que sala y de la sal insípida. Ahí está la madre del cordero. Ser sal que sala es la tarea de unos (pocos) que se diluyen para la salazón de todos. Pero si la sal se vuelve sosa ¿quién salará?
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