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Resurrección de los muertos

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Resurrección de los muertos

Creer en la resurrección de los muertos y la vida eterna es el último artículo del credo cristiano. Se puede creer en “vida eterna” sin resurrección. De hecho, son muchos los que se apuntan a esta verdad. El alma humana es inmortal y es la que pasa a la vida eterna. El cuerpo, no hace ninguna falta, es más bien un estorbo. Y así se quitan un montón de problemas como el de con qué cuerpo vamos a resucitar si ya ha desaparecido del mapa sirviendo de abono y-o comida para otros seres vivos. Pero de inmediato surgen otros problemas gordos como el de la identidad dela persona. ¿Puede un hombre, ser hombre sin cuerpo? Ciertamente NO. El alma sin cuerpo será como mucho “medio hombre”. Eso ya lo decía Santo Tomás, o sea que no es ocurrencia del momento. Para que el hombre sea hombre y entre en la vida eterna, debe ser “cuerpo y alma”; algunos preferimos decir “espíritu encarnado” sin dicotomías.

La resurrección de los muertos, se afirma muy tardíamente en el Antiguo Testamento. Solo el libro de los Macabeos lo afirma nítidamente. El libro de la Sabiduría habla del alma inmortal, aunque el contenido de la palabra “alma” no tiene el mismo significado que en nuestro lenguaje. En Sabiduría el alma no está desencarnada.

En Israel el mundo de los muertos era un mundo de sombras que no merecía llamarse “vida” y no era en forma alguna apetecible. La vida era “esta vida” y en ella debía resplandecer la justicia divina. Un Dios que favorece al justo y que castiga al injusto, pero en esta vida. Pero se da la casualidad de  que el pueblo o la gente perciben que esta “justicia” no se da, y que en muchas ocasiones el impío vive bien y el justo vive en la miseria. Y esto es injusto y se buscan muchas maneras de disculpar a Dios de estos entuertos. Son los libros de Job y de Qohelet los que ponen en solfa esta teoría de la justicia distributiva por parte de Dios y esperan luz para traspasar los umbrales de la muerte.

El libro de los Macabeos nivela la injusticia sufrida por el perseguido por su fidelidad a la Ley no dejando al mártir por la fe en el hoyo sino afirmando su resurrección a la Vida de Dios. Dios es la recompensa a la fidelidad que lleva hasta el testimonio de entregar la vida antes que renegar de Dios y de su Ley.

Ciertamente la resurrección para la Vida, da pie para que las injusticias sufridas por los hombres a lo largo de los siglos sean de alguna forma reparadas y compensadas. De otra forma el desequilibrio entre los hombres justos e injustos es mordaz y da origen a un sin sentido de la vida. Todo vale. Es lo mismo ser justo que injusto. Es lo mismo matar que no matar. Al final todo queda igualado por la muerte. La vida se convierte en frenesí e ilusión; se convierte en algo vacío donde impera la ley del más fuerte o del más astuto.

En el evangelio de hoy, aparece con radicalidad el problema de la resurrección de los muertos y se da una solución diversa a la de la justicia distributiva  o justicia legal.

Los saduceos no creen en la resurrección. El Pentateuco no habla de resurrección de muertos y solo el Pentateuco es “libro sagrado” o revelado por Dios. Preguntan a Jesús con un problema insoluble en la Ley. ¿De quién será marido, el que tuvo siete mujeres –sucesivamente- cuando resuciten?

Jesús no se amilana ante el problema. Afirma que en el mundo de los resucitados el don de la vida ya está garantizado. Seremos como “ángeles”. Se vivirá la comunión y la fraternidad.

Pero sobre todo afirma que la “revelación” de la resurrección ya está implícita en el momento de la creación y en la revelación a los patriarcas. Dios se presenta como el Dios de Abraham o de Isaac o de Jacob. Dios ha entrado en la vida de Abraham, de Isaac y de Jacob y por lo tanto les ha comunicado su vida, su misma vida. Están vivos y no muertos, porque Dios es Dios de vivos y es el Dios de la vida. Nos ha llamado a la vida y no a la muerte. Y los dones de Dios son definitivos. Abraham, Isaac, Jacob y todos aquellos que han permitido que Dios entre en su vida están marcados para la Vida eterna, porque la vida de Dios habita en ellos.

Es decir: que la Vida Eterna, el cielo, la Resurrección de muertos está garantizada por el Amor que Dios nos tiene. Es el amor de Dios el que garantiza la resurrección. No es la Justicia la que reclama la resurrección sino que es Dios, gratuitamente, el que nos llama al crearnos para la vida eterna. Dios es Dios de vivos.

Nosotros podremos hacer de la capa un sayo con nuestras vidas, podremos romper alianzas o quebrantar justicias y derechos, pero Dios permanecerá fiel a su obra creadora. Evidentemente que el signo de su fidelidad es la encarnación de su Hijo que sufre la mayor de las injusticias: la muerte del inocente. Y en esa muerte brillará la fuerza del Padre para rescatarlo de la muerte y así ser la “enseña” de la resurrección, de toda resurrección, de la victoria de la vida sobre la muerte.

La resurrección para la vida ¿alcanza a todos? O ¿hay resurrección para la muerte? No se puede negar que el evangelio habla de resurrección para la muerte. Parece una contradicción. Pero no es tal si por muerte entendemos la vida alejada de Dios o una vida desajustada con todo aquello que es vida. Una vida en solitario, egocéntrica y egoísta, desajustada e incómoda hasta con su entorno. Una vida que es un desvivir.

Ciertamente existe esa posibilidad porque la oferta y el regalo de Dios no son de obligada aceptación. El amor no se impone sino que se ofrece. Y Dios nos ofrece esa vida participativa de todos en Cristo y con Cristo en “Dios-Padre”.

Hablamos de posibilidad y por lo tanto es “posible”. Personalmente estoy convencido de que Dios – Trinidad, no se dejará fácilmente arrebatar a alguna de sus creaturas. Va a estar llamando a la puerta de cada uno de nuestros corazones hasta el final, esperando que se le abra la puerta para poder entrar. Creo y espero que no seamos tan necios que nuestro orgullo nos enceguece de tal manera que no sepamos acoger la luz de la Verdad que nos inundará en el último momento de confirmar nuestra opción definitiva.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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