Alegraos en el Señor

Homilía dehonianos

Alegraos en el Señor

Estad siempre alegres en el Señor. Os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca. (Fil. 4,4-5)

En el zenit del adviento, la liturgia nos invita a la alegría y al gozo. Alegría y gozo en el Señor, porque está cerca. Son palabras de San Pablo, que escribe desde la cárcel. Un lugar nada propicio a la alegría; y sin embargo Pablo pasa por la cárcel sin que nadie le pueda arrebatar la alegría que lleva dentro. Nadie le puede arrancar su experiencia de comunión con el resucitado y su esperanza de que el Señor está al llegar. En ese momento toda muerte será vencida. También las cárceles y las prisiones sobre todo las injustas.

La iglesia pretende que este ambiente de gozo y alegría sea una realidad vital y permanente en todo cristiano; de forma particular en este tiempo de adviento, el tiempo de esperanza gozosa en la venida del Señor.

El ambiente externo que envuelve el adviento parece que ha escuchado este reclamo de Pablo. Las ciudades y pueblos se engalanan con árboles y luces de colores; se organizan comidas de fraternidad entre los amigos de trabajo o de empresa o de lo que sea; se ofrecen regalos a los amigos invisibles o a los visibles, se preparan las fiestas de navidad como las grandes fiestas familiares… ¿Será esto a lo que invita Pablo? Todo esto puede estar muy bien, pero puede ser solo la hojarasca que camufle realidades no tan brillantes o que sea manifestación de la banalidad más absoluta: divertirse por que toca.

La Palabra de Dios de hoy, pretende darnos los motivos de nuestra alegría y de nuestra esperanza.

El Profeta Isaías va “por delante” y sueña un futuro hermosísimo. Un futuro que se garantiza por la fidelidad de Dios con su pueblo, pero que en ese momento parece estar del todo ausente ese favor de Dios. Isaías contempla el renacer del desierto y del yermo, después que sobre ellos ha pasado un riego de abundante lluvia. Dios puede sacar de la muerte, vida y todos como pueblo volveremos al Monte Sión, a la ciudad del gran rey, a Jerusalén.

Pero es necesario “volver”. Ponerse en camino, retomar fuerzas, calentarse juntos, animarse, fortalecerse y cuidar también de los débiles, Nadie puede quedarse atrás ni en el camino. Hay que fortalecer a los débiles, reparar las extremidades rotas, solidarizarse entre todos e ir al encuentro del Señor o de la ciudad del Señor. Caminaremos hacia Sión con cánticos y en cabeza irá la Alegría perpetua. Atrás quedan la pena y la aflicción.

La alegría nace de la certeza de que el Señor está con nosotros, que caminamos juntos y que él va delante; que la salvación es para todos y que todos somos compañeros de camino.

Mt 11, 2-11 nos presenta a otro Profeta, también en la cárcel por ser coherente con lo que predicaba y denunciar un abuso de poder por parte de Herodes. Juan oye hablar de Jesús. Oye y no ve. Quiere cerciorarse sobre el mesianismo de Jesús. Él vio al Espíritu descender sobre Jesús y lo proclamó como Ungido. Pero se ve que hay algo que no le cuadra del todo. Quizás esperaba un mesías mucho más expeditivo y contundente con “la hoz y el hacha” y resulta que las señales del Mesías son bastante humildes.

Jesús, en la respuesta que da a los discípulos de Juan es que se están cumpliendo los signos anunciados por Isaías. Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan; pero sobre todo, a los pobres les llega la buena noticia. Estas son las pruebas de su mesianismo.

Los signos de los tiempos mesiánicos han llegado. El Mesías hace camino al lado de la gente de su pueblo, trae la Buena Noticia de que Dios ha desplegado su brazo en favor de los hombres y su Reino está en medio de nosotros. Los signos son justamente las obras o milagros de Jesús. Milagros siempre en favor del débil que sirven de llamada a todos los que quieran oír o ver que el “dedo de Dios” está detrás de los dichos y hechos de Jesús.

Creemos que a Juan, la respuesta que le llevan sus discípulos le trajo consuelo y alegría y sus últimos días estuvieron iluminados por la certeza de que las promesas se empezaban a cumplir con la llegada de Jesús. Su cárcel sería menos cárcel al estar iluminada su interioridad.

¿Y nosotros? ¿Cómo estamos?

Quizás adocenados y acomodados en nuestro existir. Quizás desilusionados o poco fogueados. Quizás estemos de vuelta porque esto lo hemos oído muchas veces y todo sigue igual… o peor.

La Palabra va dirigida para ti y para mí, HOY.

Nosotros reconocemos a Jesús como el Mesías de Dios, como el Hijo de Dios encarnado. Este acontecimiento de la encarnación, es razón más que suficiente para estar a legres y dar gracias a Dios.

Pero además, ver que esta encarnación nos envuelve a todos y nos hace responsables a unos de otros es bastante mejor. Dios entra en nuestra historia y nos llama a hacer los signos que él hizo. Como comunidad de creyentes hemos de ser “luz” y “sal”. Hemos de curar heridas, hemos de fortalecer al que está vacilante o débil, o al margen, o cojo, o ciego. Hemos de intentar caminar juntos, como hermanos, en esta historia que madura cada día para llegar a la plenitud en el momento de la “Venida del Señor en Gloria”. En nuestro caminar de fe comunitario hemos de ser solidarios unos con otros; ciertamente en el compartir el pan y la sal. Reconocer o saber que a lo largo del camino unas veces nos tocará ser paño de lágrimas y otras nos tocará llorar. Unas veces seremos fuertes para sanar a otros, o para fortalecer rodillas; pero otras veces necesitaremos de esa ayuda de nuestros hermanos. Hemos de ser testigos de esperanza alegre. No hemos de imponer nada, pero hemos de dejar claro cuál es el motivo de nuestra esperanza. En nuestro tiempo, a pesar de la luminosidad de nuestras ciudades, hay bastante ciego. Ciegos en el alma; ciegos que no quieren ver más allá de “sus narices”. Nuestras obras deben ayudarles a trascender más allá del oropel de las luces de neón o de las led y que puedan ver que es posible la fraternidad y la igualdad y la libertad desde la vivencia en profundidad del mensaje del EVANGELIO, o desde la Buena Noticia que es Jesús, hecho hombre por nosotros y que viene o llega para cerrar en belleza nuestra historia humana.

P. Gonzalo Arnáiz

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