¿Por qué el verbo se hizo hombre?

Homilía dehoniana

¿Por qué el verbo se hizo hombre?

El domingo que precede a la Navidad está dedicado a contemplar el misterio de la Encarnación del Señor en María Virgen. Protagonistas del adviento próximo o nacimiento del Niño Jesús, son José y María como eslabones necesarios para que Dios hiciera obras grandes en medio de nosotros.

Pensaba hablar de San José, pero desde hace días me viene rondando la pregunta que tantos hombres y mujeres se han hecho a lo largo de la historia: ¿Por qué Dios se hace hombre? Creo que es oportuno responder a esta pregunta en Navidad y por eso os dejo una reflexión algo larga, pero hay veces que conviene explicitar cosas que se quedan en el tintero por supuestas y que no son tales. Si alguien quiere una homilía al uso, puede consultar la “Hoja vocacional” del “con el corazón en el domingo”.

Intento responder a la pregunta del por qué Dios se hace hombre.

El credo Niceno-Constantinopolitano responde que “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo (se encarnó)”

Vamos a traducir el “por”  como “a favor de” nosotros los hombres y para traernos la salvación. SALVACIÓN. Palabra fascinante pero problemática. Una palabra que en nuestros días se ha secularizado de tal forma que cualquier semejanza con la idea religiosa de redención es pura coincidencia.

Cuando yo era algo más joven, había una canción de un cantante de pro (buen cantante por cierto y que sigue en boga) en cuyo estribillo, sonaba un rotundo “Déjame en paz, que no me quiero salvar. En el infierno no estoy tan mal”. Canción y estribillo o contenido jaleado por multitudes. Esa canción resumía “la rabia” que había contra todo aquel que quisiera pasar por mesías o salvador. Resumía el pensamiento que poco a poco iba progresando hasta hacerse pensamiento dominante con intención de hacerse pensamiento único.

En esta cultura secular la salvación deja de ser una categoría religiosa y se convierte en categoría secular, inmanente. La salvación no está hoy asociada a las bienaventuranzas evangélicas. Está mas bien asociada a la salud física y síquica, a la prosperidad económica y al éxito profesional, a la plena realización personal en el amor, a la calidad de vida. Verse libres de la enfermedad, de la pobreza, de la soledad… esos son los indicativos de salvación. Y esta salvación no viene de Dios. Es producto de la historia del hombre. No se espera sino que se conquista. Para ello se recurre a la medicina, a la economía, a la tecnología, a la sicología y otras ciencias. Salvación es igual a tener salud, dinero y amor.

Además, en nuestra cultura es imposible hablar de pecado. Es una categoría a destruir como algo frustrante y pernicioso. No existe el pecado. Podemos hablar de error pero no de pecado. El error se subsana o se purga dentro de este mundo. La responsabilidad será como mucho ante la ley que es la acordada por la voluntad mayoritaria de los hombres. No existe lo bueno o lo malo. Todo depende del cristal con qué se mire. Podemos decir que el hombre y la mujer de hoy no sienten necesidad alguna de salvación. Son totalmente libres y autónomos frente a su propia historia y su propio destino. El mismo suicidio es una forma de llevar mi destino hacia adelante. (Es un decir eso de hacia adelante).

Nosotros los creyentes hablamos de salvación y de Salvador y lo hablamos con contenido y valor trascendente (va más allá de las tejas de este mundo)

Cuando decimos SALVACIÓN queremos decir al menos tres cosas o facetas de nuestra realidad existencial.

-1º. Somos conscientes de nuestro ser creatural y por lo tanto con límites temporales y espaciales. Tengo un principio y un fin. Vengo de la nada y voy a la nada .En mí mismo no existe ninguna posibilidad de saltar estos límites.

Yo, existencialmente me resisto a que esto sea así y concluya así. Si fuera así creo que estoy enfangado en el absurdo y en la náusea existencial. Algo grita en mí, ¡sáquenme de aquí, que me ahogo! O bien diría aquello de ¡paren el mundo que me quiero apear!

Algunos pretenden dar sentido a mi vida personal, justificándola desde la especie humana. Me dirán: tú, individuo, eres un eslabón de la infinita serie de hombres y mujeres a lo largo de la historia; la especie humana es la que te redime. La propuesta no me vale ni para mí ni para la especie, porque esta no es infinita, sino que repite las mismas condiciones existenciales que el individuo solo que en plazos más largos.

De esta realidad existencial truncada por los límites del espacio y del tiempo solo me puede salvar Alguien que esté o exista antes y después del tiempo.

Esta salvación se puede hacer “desde arriba”, como si alguien te echa una mano y te saca del pozo. Eso sería salvación, pero puede que te deje como estabas. La salvación total o integral es aquella que llega a la raíz y te sana existencialmente de tal forma que te constituye en una nueva realidad de tal forma que existencialmente ya eres algo más que pura creatura. Esa salvación radical solo es posible si el que es “más que nosotros” se hace “uno de nosotros”. Esa es la forma de hacernos uno con Él. Si Él es Hijo, nosotros seremos hijos con Él.

-2º. Somos conscientes de que en este mundo nuestro hay muchas injusticias y muchos dolores, lágrimas y sinsabores. Además hay situaciones que ya son “irredentas” (si no hubiera redentor) porque fueron en otros tiempos. Nadie puede rescatar o poner en su sitio a los esclavos de tantas generaciones de hombres que lo han sido, ni nadie puede volver a la vida al que ha sufrido una muerte violenta por diversas causas, ni nadie puede sufragar tanto dolor y sufrimiento que hay en el mundo. Ciertamente esto no lo puede hacer ni la ciencia, ni la técnica, ni la medicina. Esos casos quedan irresolutos y por lo tanto irredentos.

Yo también grito contra esta realidad que me parece a todas luces injusta y si no hay un JUSTO que pueda llevar a plenitud todas estas cosas, realidades y personas, me parece que este mundo es una farsa impresionante.

El JUSTO existe y es el Redentor o Salvador. Solo Dios puede hacer que no caduquen los espacios y los tiempos y que todos los hombres desde el primero tengan la posibilidad de llevar a término su proyecto de vida. Solo la vida después de la muerte puede poner en su sitio al asesinado y al asesino, al esclavo y a su señor. (Hablo de poner en su sitio, no hablo de condena y fuego).

-3º. Soy consciente de que en este mundo nuestro existe el pecado o mejor existe el pecador. Afirmar el pecado es afirmar un “derecho humano”, porque es afirmar de forma rotunda la libertad del hombre. Afirmar el pecado es afirmar la responsabilidad y afirmar la responsabilidad es afirmar la libertad. Por el contrario afirmar el error es afirmar la irresponsabilidad y afirmar la irresponsabilidad es negar la libertad o afirmar la causalidad o el determinismo.

El pecador rompe voluntariamente su relación con Dios, con los hermanos y con la naturaleza. El pecado aísla al hombre y lo hace “egoísmo concentrado”. Cuando uno es consciente de que ha realizado pecado, de que ha sido egoísta y ha dicho “no” al amor de Dios, entonces descubre que necesita convertirse, abrirse a la fuente de Vida y volver a Dios. Y en este proceso, algo tiene que ver el otro y el “Otro”. Digamos por la vía rápida que necesita del perdón, pero de un perdón que no es “jurídico” sino que es un sentirse envuelto por el amor de Dios que te acoge, te repone, te sana y vuelve a fiarse de ti “como el primer día”. Por lo tanto el que se sabe y reconoce pecador gustosamente acepta y pide un Salvador del estilo de Jesús.

También aquí conviene de todas, todas, que el Salvador sea uno de nuestra especie, de nuestra raza, que cargue con nuestra realidad creatural y con nuestro pecado para que injertados en su vida nosotros alcancemos la Vida y la Resurrección.

En la tradición cristiana  normalmente entendemos por salvación aquella referente al pecado y a la muerte. La realidad del pecado enturbia mucho más las otras dos dimensiones de la salvación. Por eso decimos que el Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios.

Pero hay otra realidad mayor que para mí es más bonita y plenificante y totalizante. Me encanta el texto evangelio de Jn 3, 14-16 que dice “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cera en el no perezca, sino que tenga vida eterna”. La causa de la encarnación no es otra que el AMOR de Dios (Padre). Un amor que se despliega en la creación y que “culmina” en la encarnación. El Verbo encarnado es la última Palabra de Dios, la definitiva y la que lleva a la creación a su culmen: la deificación del hombre y de toda la creación. Dios nos crea para la Vida y para que la tengamos en plenitud envía a su único Hijo para posibilitar nuestra filiación, nuestra deificación: Ser hijos en el Hijo.

FELIZ NAVIDAD.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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