23 Ene El señor es mi Luz y mi Salvación
Durante los domingos del “Tiempo Ordinario”, vamos a tener de compañero en nuestro caminar de fe eclesial al evangelista San Mateo. Y hoy, empezamos la lectura de este Evangelio justo en el inicio de lo que llamamos “vida pública” de Jesús. Un inicio preocupante; prácticamente con una marcha desde Judea, donde habían apresado a Juan Bautista, hacia Galilea, o tierra de los gentiles. Desde la ciudad de la “ley” (Jerusalén) a la ciudad “sin ley” o tierra de Zabulón. Jesús ya sabe cómo termina Juan. Y él empieza como si siguiera su rastro o su misión. Empieza un camino amenazado por la persecución y que no tiene visos de poder ir a mejor. Los profetas siempre han terminado perseguidos, encarcelados y hasta asesinados muchos de ellos.
En Galilea puede estar más seguro o más lejos del centro de poder. Pero a la vez, puede ser signo de una opción desde el principio por aquellos que están al margen o alejados y son menospreciados por la gente “bienpensante” de las diversas instituciones que ostentan el poder.
Jesús se instala en Cafarnaúm. Al lado del lago de Tiberíades. Deja también su casa y pueblo de Nazaret y se va a dedicar a una nueva vida de itinerante por los poblados adyacentes de la ribera del lago.
Jesús es presentado como la Luz que brilla en las tinieblas y que viene a desterrar las sombras de la muerte y a anunciar el evangelio o la buena noticia de la salvación.
Jesús inicia su evangelio diciendo: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. Literalmente es el mismo mensaje que Juan Bautista a orillas del Jordán, poco antes del bautismo de Jesús. ¿Tienen el mismo contenido? Tendremos que decir que Jesús hará una interpretación muy libre de este mensaje y que se separa del Bautista. Juan intuye; Jesús ve y experimenta. Juan anuncia la cercanía del Reino de Dios; Jesús es el avance y el inicio de ese mismo Reino. Juan apelará a una conversión rápida por temor al juicio inminente del Dios “vengador”; Jesús apelará a una conversión desde el amor que Dios nos tiene por que es fundamentalmente Misericordioso y cercano a los pecadores y oprimidos; a los pobres y a los marginados.
No obstante, esta llamada a la conversión debe quedar cincelada en nuestro corazón, para que sea una actitud permanente en nuestra vida. ¿Necesito conversión? ¿De qué? Veamos.
Desde el principio, Jesús busca compañía. No quiere hacer el camino solo. Y ya desde el primer día, un decir, paseando por la orilla del lago contempla la labor de unos pescadores que están terminando la faena de la pesca. Y se atreve a llamar a Pedro y a Andrés: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. Parecido sucede con los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan.
Jesús llama personalmente. No es una llamada cualquiera. Es una llamada que convoca, despierta, seduce y lleva a un cambio de vida. No hay promesas de “sillones o ministerios”. Solo una vida en precariedad por los caminos de Dios. Lo que en el evangelio parece que transcurre en una jornada, probablemente haya ido precedido de varios encuentros entre Jesús y los convocados y que en ellos hubiera empezado un proceso de conocimiento mutuo y de descubrimiento de Alguien excepcional en su persona, en sus actitudes, en su obrar y en su hablar. Su mensaje del reino de Dios, de la presencia amorosa de Dios en nuestro camino ya habrían sonado a los oídos de Pedro, Zebedeo y los suyos. Llegado el momento de la opción radical por Jesús, la toman con todas las consecuencias. Lo que tienen y poseen pasan a un segundo plano y su vida empieza a girar en torno a Jesús y los valores del Reino de Dios. San Mateo resume esta opción diciendo: “Lo dejaron todo y le siguieron”.
En el inicio de este nuevo curso del “Tiempo Ordinario”, a cada uno de nosotros vuelve a dirigirse la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Nos dice “Ven y sígueme”. No me atrevo a preguntar, pero ¿hemos sentido la llamada de Jesús, alguna vez en nuestra vida? ¿Nos ha seducido Jesús y nos sigue seduciendo en nuestro hoy de cada día? ¿Mi opción por Jesús nace de un encuentro vital con él o es más bien un seguirle de oídas o de costumbre?
Ciertamente cada eucaristía es un encuentro con el Señor. Pero lo será si realmente vengo dispuesto a encontrarme con él y a escuchar su voz. Si voy a la eucaristía por costumbre o por cumplir, entonces probablemente no acontezca ningún encuentro y me venga la acedia o la desgana y la tentación del abandono.
Jesús va a recorrer la Galilea con los suyos, anunciando el Reino y llevando la Luz del evangelio.
A lo largo de la historia, son muchos los que se han paseado y dado la vida para llevar esta Luz al mundo. A cada uno de nosotros, creyentes en Jesús, se nos invita a ser misioneros siempre. Nos toca evangelizar. Transmitir claramente cuál es el motivo de nuestra esperanza. Nuestro testimonio no puede ser amenazante ni justiciero. Ha de ser siempre un testimonio de vida que refleje la luz de Cristo en nosotros. Anunciamos la cercanía del Dios con nosotros siempre y de un Dios que es Padre cuyos preferidos son los pobres. Esto no puede ser nomenclatura ni ficción sino que debe transformar nuestra vida y dejar pasar por ella la luz que es Cristo.
Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.
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