Sois Sal y Luz

Homilía dehonianos

Sois Sal y Luz

Desde el domingo pasado hasta el inicio de la Cuaresma, en la misa dominical se proclama el sermón del monte cuyo núcleo fundamental fue leido el domingo pasado: eso que llamamos las “Bienaventuranzas”. Las lecturas de hoy son un eco contundente de las 8 bienaventuranzas.

Da gusto leer al profeta Isaías porque con pocas palabras señala muy claramente el camino que lleva a la salvación. Sin duda, Jesús, a la hora de componer su sermón del monte tuvo delante estas palabras. Isaías reclama a su gente que la práctica religiosa marcada por ritos y costumbres, fiestas y novilunios, no es garantía de nada si no va acompañada de obras muy concretas. Partir el pan con el hambriento, vestir al desnudo, hospedar a los sin techo y no desentenderte de los tuyos o no apartarse de tus semejantes. Cuando hagas esto brillará tu luz en las tinieblas. Realmente serás testigo de que aquello en lo que crees es verdad vital para ti. Te conviertes en testigo y apóstol de lo que anuncias, porque lo vives en tu propia carne.

Jesús, en el evangelio, invita a sus seguidores a ser “sal” que ejerza como lo que es; que sale aquello que toca. Y también a ser “luz” que ilumine. Son figuras – la sal y la luz- que no necesitan mucha explicación, pero que no hay que pasar por ellas sin dedicarles algo de atención.

La sal para salar no puede quedarse en el salero. Ahí lo más que puede hacer es deteriorarse y volverse insípida e inútil. Para salar tiene que mezclarse con la comida, diluirse y dar sabor a los alimentos. Siempre jugamos con imágenes y llegan a donde llegan. Pero sin duda hay una lección de muerte-vida que no podemos soslayar. Para llegar a plenitud lo que ella es debe perder su yoidad y compartirla con otra realidad que adquiere sus propiedades. No se ve claramente que el que pierde la vida la gana, pero sin duda que está claro que es necesario perder para después poder ganar la vida en una nueva dimensión o en una realidad más profunda.

La imagen de la “Luz” también tiene ese toque de muerte- vida. La luz lo es en cuanto que se gasta algo que se vuelve en energía lumínica que también se gasta. Pero la luz no se enciende para ponerla debajo de la cama, sino para ponerla en lo alto de la habitación para que ilumine. La luz, veamos el sol, ilumina y da calor. Es la luz que hace que todo este invento de la tierra tenga luz, calor y color; tenga vida. Si se apaga, entonces, apaga y vámonos.

Pues bien, el discípulo de Jesús debe hacer brillar su luz sobre los hombres. Debe brindar su testimonio públicamente para que los demás vean, puedan convertirse a la luz y alaben a Dios por sus obras.

Ciertamente estamos ante una clara insinuación misionera y testimonial.

En ningún momento se habla de imponer a las bravas una forma de ser y de pensar. Se habla solo de mostrar. Y mostrar es ciertamente que se note nuestro testimonio.

A la hora de llevar este evangelio a la vida concreta no es tan fácil. Y no lo es porque preferimos las medias tintas y las diversas justificaciones para no llevar a término aquello que parece tan claro en Isaías y en Jesús.

Ciertamente nuestro mundo es mucho más complejo que el de aquellos tiempos. Pero resulta que también hoy hay gente que pasa hambre, gente sin techo y gente desnuda. No hay que andar muy avispado para encontrarnos con ellos. Vivimos en una nación con fuerte preocupación social, donde hay instituciones que salen al paso de muchas realidades de marginación. Y esto no habrá que abandonarlo y habrá que perfeccionarlo y buscar permanentemente una justicia social mayor.

Pero puede que la manta no llegue para cubrir todas las necesidades y aunque las cubriera, siempre habría flecos que no cubriría. Y por lo tanto, no podemos estar despreocupados de esta realidad y mucho menos conformarnos con echar la culpa al gobierno de turno y mirar para otro lado para no asumir la realidad del vecino que se nos acerca a solicitar ayuda.

Hoy, al salir de casa a las 7 de la mañana para ir a celebrar la eucaristía en una comunidad de monjas, en la esquina de la farmacia me encuentro un hombre, bien abrigado, durmiendo al descampado. Ciertamente prefiere eso a ir a un albergue. Pero ahí está, en la calle. ¿Qué hacer?

A la vuelta, todos los días me encuentro sentado en un banco, al lado del quiosco, otro hombre desahuciado por cáncer pulmonar al que ciertamente Cáritas le proporciona un albergue donde dormir y asearse. No tiene nada. Ninguna ayuda económica. Viene aquí para ver si saca algo desde la mendicidad. Todos los días hablo con él y le ayudo. Hoy le preguntaba por su estado de ánimo. Me comentaba que en el albergue, hay muchos desquiciados y muchos enfermos. Las conversaciones son siempre de “lástima” y la convivencia resulta difícil porque cada uno busca lo suyo. Busca el imponerse como sea, el hacerse sitio y nada es seguro porque te pueden quitar lo poco que llevas. Su ánimo estaba por los suelos.  Hay realidades a las que no llega el auxilio social. Hay realidades que solo se tocan cuando entras en contacto. Cuántas personas solas encontramos en nuestros pisos de barrio o de ciudad. Y pueden estar bien económicamente, pero están solas existencialmente. Una visita fraterna les viene al pelo. Transeúntes e inmigrantes tenemos por docenas. Muchos venezolanos y latinos; muchos magrebíes; muchos orientales. Posiblemente no los podamos acoger en nuestras casas, pero a lo mejor podemos pertenecer a algún voluntariado de acogida organizado por Cáritas o por otra ONG en el que podamos ofrecen algún que otro servicio.

Y así, infinidad de cosas en las que podremos ser sal y luz, sin pretenderlo pero siéndolo en verdad. Quizás la misión más verdadera que podamos hacer hoy en día en nuestra sociedad sea esa de abrirnos a nuestra propia carne o ejercer realmente la fraternidad con gestos humildes pero verdaderos.

Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.

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1 Comentario
  • Rafael chavez gomez
    Publicado el 17:05h, 06 febrero Responder

    Sal y luz del mundo

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