05 Mar Cuaresma – 2º Domingo
Los domingos de Cuaresma siguen siendo “pascuales”; en ellos también hacemos memoria de la Pascua del Señor. Y como estos domingos nos preparan a la “gran celebración de la Pascua anual” las “primeras” lecturas nos recuerdan un acontecimiento “pascual” en la historia de la Salvación. El domingo pasado nos recordaba el momento creador por parte de Dios y descreador por parte del hombre. Hoy nos encontramos con otro momento pascual, bien importante en la Biblia.
El capítulo 12 del Génesis abre un nuevo ciclo en la historia de la salvación. Los 11 primeros capítulos nos recuerdan el afán de Dios de ser amigo del hombre y pasear con él en diálogo amical todas las tardes, en el paraíso, y que el hombre rompió abruptamente escondiéndose de Dios rechazando ese encuentro. Ahora, Dios vuelve a intentar el diálogo con el hombre.
Su interlocutor va a ser Abrahán. Dios le llama e invita a salir de su tierra con la promesa de su bendición en función de todos los pueblos de la tierra. Abrahán responde positivamente. Entra por la senda de la obediencia (escuchar la voz de Dios y acogerla obrando en consecuencia). De esta manera se reinicia el camino interrumpido por Adán-Eva. La historia vuelve a ser historia de salvación hilvanada en el dialogo abierto y amoroso entre Dios y el hombre.
Abrahán, fiándose de Dios, abandona todas sus seguridades, que eran muchas como jeque de tribu que era, y hace camino en la esperanza de la promesa. Pura promesa. Abrahán no contaba con promesas cumplidas por parte de Dios en él o en otras personas. Era el primero y su salto de fe en la promesa es casi un salto en el vacío. No tiene referencias vitales para dar ese salto de confianza en Dios. Ese gesto es el que le va a hacer “Padre en la fe” de multitud de gentes. Es maestro en el caminar de fe. Abrahán sabe que de la mano de Dios no va hacia el vacío o el desastre sino que camina seguro hacia la plenitud para todo su pueblo. Abrahán es signo de Dios por la confianza y obediencia que pone en él. Dios es su referente. A su vez, Abrahán será referente para Dios que lo hará bendición para él y sus descendientes.
El Evangelio de este domingo es siempre la narración de la Transfiguración del Señor. ¿Por qué? Una respuesta clara nos la da el prefacio de este día que dice: “Quien después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. San Mateo, un poquito antes de la narración de la transfiguración, narra el anuncio de la pasión, la confesión de Pedro y la necesidad de perder la vida o entregarla en favor de Jesús y su causa. Estos anuncios debieron afectar a sus discípulos sometiéndoles a un cúmulo de dudas sobre el destino de sus vidas. Ellos asistieron al despegue mediático de Jesús, a los grandes signos que él hizo para anunciar la llegada del Reino, pero en ningún momento palparon la llegada de un reino parecido al de David. Es más, empezaban a constatar el abandono de las masas y el enfrentamiento creciente con los órganos del poder oficial. Para seguir a Jesús necesitaban una ratificación externa de que aquel al que seguían no era un embaucador sino que era realmente profeta. Jesús siente la necesidad de retirarse a la montaña para orar y compartir con sus más íntimos amigos sus fortalezas y sus sentimientos. Necesita la cercanía del Padre y su ayuda en este momento de “crisis”. Con Jesús van los tres discípulos que presenciaron la resurrección de la hija de Jairo y que estarán también con él en Getsemaní. Ahora serán testigos de un acontecimiento importante.
En el monte Tabor acontece una teofanía clara y distinta al nivel de las que habían sucedido en el Sinaí con Moisés, o en el Horeb con Elías o en el monte Moria con Abraham. Tenemos la nube, los personajes centrales del A.T. y la Voz de Dios. Importante es la presencia de Moisés y Elías que acompañan a Jesús hablando de su pasión. Todo el Antiguo Testamento se encauza hacia Jesús, su pasión y muerte con la resurrección al tercer día. Pero la ratificación mayor es la Voz del Padre que suena y dice: Este es mi Hijo amado. ESCUCHADLE. Esta es la Palabra que corrobora la teofanía del Jordán y que ahora insiste en la palabra “escucharle”. Es una invitación a entrar en obediencia y fiarse de los caminos realizados por Jesús; fiarse de su palabra y de sus hechos. En ellos se revela la voluntad de Dios; Dios está al lado de su Hijo y lo cubre con su sombra; Jesús es el Hijo amado; Jesús es el camino a seguir para llegar a la Vida. La pasión y muerte son el camino para la resurrección. Dios acepta esos caminos que entran dentro de sus planes. El camino de fidelidad del Hijo llega hasta dar la vida por sus hermanos. Pero también el Padre nos entrega a su Hijo hasta las últimas consecuencias.
Sin duda, los discípulos salieron confirmados desde esa experiencia que para ellos debió ser fundante en su vocación y opción por Jesús. La recordarían toda su vida y les sirvió para ayudar a sus otros compañeros y para abrirse en su momento al misterio de la Pascua. Aún y con todo veremos que las dudas aflorarán en el camino y que llegarán a la negación.
Nosotros estamos en camino hacia la Pascua. La Transfiguración es un anticipo que garantiza el éxito del camino que llega a una meta segura. Pero somos conscientes de nuestra debilidad y de nuestras dudas. Nuestro tiempo no es favorable para las cuitas de la fe. El Cardenal Blázquez, en su discurso de despedida como presidente de la CEE decía el lunes pasado: “ En medio de una sociedad y un mundo que en buena medida ha dado las espaldas a Dios,(…) recordemos las palabras del papa en el discurso a la Curia antes de Navidad (21.XII.2019): «No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe –especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente– ya no constituye un supuesto obvio de la vida en común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada, ridiculizada”. En este mundo nos toca lidiar nuestro camino de fe y nuestro testimonio de vida cristiano. Muchas veces es necesario remar contracorriente. También nosotros estamos necesitados de un Tabor en nuestra vida, o de muchos tabores. La eucaristía dominical es nuestro tabor semanal ordinario. No por ordinario menos tabor. Es el encuentro con la comunidad de fe que es la iglesia; es encuentro con la Palabra de Dios que es Espíritu y Vida; es encuentro con el Jesús eucaristizado que es el Pan de vida; es encuentro con Jesús al que reconocemos como nuestro camino y nuestra verdad; es encuentro con el Padre que nos abraza y acoge; es encuentro con el Espíritu que nos confirma y reenvía.
No desaprovechemos este día de hoy, como encuentro con el Señor en este “tabor” semanal. Dejémonos tocar por él; levantémonos y bajemos del monte entusiasmados y confirmados en nuestra fe para anunciar en el mundo la buena noticia del Evangelio con nuestro testimonio de vida.
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