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Homilía 3 de noviembre

Homilía 3 de noviembre

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

 

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Comentario del homilía

De los más de 600 mandamientos de la ley judía solo al nazareno se le ocurre decir que los dos más importantes son los que tratan sobre el amor. ¡Un genio!: ante la rigidez de lo escrito, el alma; ante la seguridad de la norma, el espíritu; ante el barroquismo de tanto mandamiento, la simplicidad del corazón. Dicen que quien cumple la ley no se equivoca, pero la naturaleza de Dios-Jesús siempre invitaba a ir un poco más allá, a arriesgarse desde su Corazón. Y así le fue: se ofreció de una vez para siempre, a sí mismo, para que no hubiera duda alguna de su amor. Y le mataron joven…
Dice la RAE que amar es tener amor a alguien o algo, y que amor “es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser, y nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Preciosa definición que nos puede iluminar el camino del evangelio de hoy en el que Jesús dice que se trata en esta vida de “amar a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerzas, y al prójimo como a ti mismo”. Y ya sé que avezados pensadores de la Palabra sugieren un uno en dos, una sola dirección en dos mandamientos, inseparables, unidos, sin capacidad de existir o ser pensados como entes separados; pero a mí no me convence del todo pues hay un orden a seguir, un primero y un segundo sin que yo vea una necesaria unión entre ellos; y sin estar seguro pienso que quizá nos encontremos ante dos tipos de amor, o quizá solo quiera divagar un poco.
Por eso me pregunto si uno puede amar a Dios de la misma manera que ama a un ser humano, o si son dos cosas diferentes. A Dios se me invita a amarle con todo mi corazón, el alma, la mente y mis fuerzas. Vale, entiendo que el amor lo requiere todo, que no son migajas de afecto con una actitud secundaria; pero Dios no sabe hacer otra cosa que amar, es lo que es, es su esencia, su ser, y claro, yo debo vigilarme de cerca para no aprovecharme de la situación, aunque hay veces, confieso, que le reprocho lo fácil que debe ser solo poder hacer una cosa, amar. O quizá es todo lo contrario, No sé. Si piensas que qué tipo de persona puede pensar así, un aprovechado… lo entiendo, pero si consigo que tú también le des vueltas a cómo amas a Dios, habrá valido la pena mi pequeña confesión.
“Y al prójimo como a ti mismo”: no me dice amar al prójimo como a Dios, sino como a mí mismo. ¿Y si no sé como amarme? ¿Y si soy un egoista, un aprovechado, algo bien alejado de lo que podríamos decir un buen ser humano? Además, el prójimo sabe hacer más cosas que amar, también odia o deja de amar. Y aunque entiendo que el prójimo es sobre todo el necesitado y marginado, no me resulta fácil estar convencido de la simbiosis de los dos mandamientos, sin contar a aquellos que son capaces de amar al prójimo como a ellos mismos y de una manera cercana a como ama Dios sin que por ello crean en El.
Acabo. Dios, los otros, yo, y cómo amar-amarnos. Bueno, al menos si puedo decir que con Jesús descubro que lo humano y lo divino no están enfrentados, y que formamos parte de un todo; que mi vida se entrelaza con la vida de Dios y de los otros, y que estoy llamado a compartir cansancios, heridas y sueños con los más cercanos y los necesitados. Ahora me toca a mí encontrar el cómo.
Jesús Baena.

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