Cristo, fuego en el corazón

Cristo, fuego en el corazón

PASCUA 3º DOMINGO A

Seguimos encerrados en nuestras casas para evitar el contagio del coronavirus. Una situación que se hace incómoda por su duración y por la lentitud con que “la curva” va descendiendo. La fiesta de Pascua nos pone ante la vista el acontecimiento de la resurrección del Señor que es un motivo de profunda alegría. Y vivimos la alegría con sordina cuando no con tan solo añoranza y una pizca de escepticismo.

La Palabra que se proclama en este domingo es muy bella y consoladora, y ciertamente puede aportar luz sobre nuestra situación vital de cierta atonía y cansancio.

Los discípulos que caminan hacia Emaús son unos hombres que vuelven sin esperanza a su pueblo. Todo ha terminado para ellos; sus ilusiones truncadas con la muerte de su líder. La instauración del “Reino de Dios” esperado a su imagen y semejanza ya no se va a cumplir. En Emaús volverán a su vida ordinaria y a esperar nuevas oportunidades.

Los discípulos parece que habían olvidado todo. Jesús les había hablado del buen pastor que sale al encuentro de la oveja perdida. No contaban con la  posibilidad de que les saliera al encuentro en el camino. Y lo inesperado sucedió. Se topan con un caminante que maldita la gracia les debió hacer al principio. Un incordio en el camino. Y resulta que ese caminante les pone a “arder” el corazón. Empiezan a ver las cosas de otra manera. Era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria.

El forastero pasa a ser huésped en su casa de Emaús. Y allí, en la comida, durante la fracción del pan descubren que el peregrino era Jesús, en persona, vencedor de la muerte.

Cambia totalmente su actitud. Arde su corazón al que vuelve la esperanza, la luz, la ilusión, el ánimo. Les falta tiempo para volver a Jerusalén y contar lo sucedido a la comunidad de la que hacía poco habían renunciado.

Nosotros hoy, discípulos de Jesús ¿dónde estamos? ¿En el camino de ida a Emaús o en el camino de vuelta? Me atrevo a decir que estamos en momentos de turbulencia en nuestra fe. La pandemia nos lanza  una serie de preguntas a las que no encontramos respuestas satisfactorias. ¿Dónde está Dios? Suele ser la pregunta “fuerte” donde se asoma la sospecha de su ausencia o de su ineficacia.

El peregrino de Emaús puede darnos algunas claves.

No quita un solo ápice al escándalo del sufrimiento y de la muerte del profeta. No la niega en absoluto. Atrae hacia esa realidad la luz de la Palabra de Dios. Y les habla de la necesidad de que el Mesías padeciera esto para entrar en la gloria. Dios no evita el sufrimiento sea este justo o injusto. Y Dios no lo evita porque respeta el orden de la creación y el orden de la libertad humana. Este mundo es finito y caduco y además puede ser mutado por la libertad del hombre. Y aquí entran filias y fobias, y Dios está ahí; y nada se escapa de su mano o lo que es decir que de todo puede sacar Vida. Está de la parte de todos los crucificados de todos los tiempos y su mano fuerte estará en todo momento acompañando y del lado de los que sufren. El sufrimiento de Jesús habrá que verlo desde el misterio de la encarnación que supone abajarse hasta el límite del sufrimiento injusto para asumir en él todo lo creado y redimirlo o reorientarlo hacia el cauce de la vida.

Por otra parte, hemos de decir que esta pandemia es una pandemia, pero no la única pandemia ni la más importante en los tiempos que corren. No es un consuelo de bobos. Es decir que hemos de ampliar nuestro horizonte y ver tantas otras enfermedades físicas y morales que se dan en nuestro mundo y que deben ser atendidas con la misma intensidad que atendemos esta nuestra pandemia. Nos va la vida  en esta y en todas las demás.

Jesús se hace visible en la eucaristía. Es el momento del fogonazo y de la experiencia del resucitado en medio de ellos.  Es la experiencia que les hace ver con ojos nuevos la realidad y les pone en movimiento para anunciar y testificar la resurrección de Jesús.

Una tarea urgente de la Iglesia de hoy es hacernos creíbles como comunidad portadora de Cristo resucitado. Pasar por el mundo haciendo el bien. Es cierto que la historia de la Iglesia está entretejida por luces y sombras. No podemos rehacer la historia, y además es seguro que seguiremos adelante también produciendo sombras. Pero nos toca intentar de todas, todas, ser luz, aunque sea la luz de la luciérnaga. Luz pequeña, pero que es bella y atrae, y siendo muchas logran vencer la oscuridad. Hemos de intentar devolver la felicidad y la esperanza a todos los hijos de Dios. Para ello hemos de volcar nuestra vida y vaciarla a favor de todos los que la puedan necesitar.

Bonhoeffer en Auswitch garabateó donde pudo en medio del dolor del campo de concentración: “La victoria es segura”. Esta frase remarca nuestra ESPERANZA existencial. El futuro está despejado en Cristo resucitado. Ante los genocidios reincidentes en nuestro mundo, aún en nuestro siglo XXI; ante situaciones tan oscuras como las guerras de los kurdos, o las interminables de África, o del Oriente Medio; ante la atrocidad de Auswitch y tantos holocaustos de víctimas inocentes, ante la pandemia del coronavirus, podemos decir que la victoria es segura. Incluso cuando la muerte se lleva a alguien muy cercano o la enfermedad grave de un hijo, de un niño, y parece que ya todo ha terminado; podemos seguir esperando aunque sea contra toda esperanza porque la victoria es segura.

En la mañana de la resurrección los discípulos descubren LA VIDA. La muerte ha sido vencida para siempre por la Vida del Resucitado. La última palabra es Vida y no muerte. Estamos amenazados de Vida y no amenazados de muerte; la amenaza se hace bendición.

Cristo rompió las cadenas que habían atado al hombre a su mundo con el pecado de Adán. Las cadenas pueden seguir atándonos de múltiples maneras (miedos, egoísmos, desencantos, desánimos, tentaciones de todo tipo –placer, tener, poder-, crisis, abandonos); Cualesquiera que sean estas cadenas pueden ser rotas hoy mismo y sin duda se romperán porque la Victoria es segura. Cristo ha roto las cadenas. Ese es nuestro punto omega, nuestra esperanza, nuestro seguro de vida.  Cristo resucitado nos hace sobrevivir ante cualquier situación. Es necesario vivir mirándole siempre a Él. Cuando nos sumerja el absurdo, mirarle a Él. Su victoria es nuestra victoria porque él nos la ha regalado.

Podemos siempre decir que hemos conocido el AMOR. Y esto nos da “alas” de victoria. La última palabra es RESURRECCIÓN Y VIDA.

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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1 Comentario
  • Darly
    Publicado el 11:29h, 23 abril Responder

    Hola! Soy venezolana, perteneci a una parroquia de los Sacerdotes del Corazon de Jesus en Caracas en el 2000 aproximadamente… Recuerdo con carino las homilias del Padre Gonzalo hablando del Amor de Dios… Y estas palabras de esperanzame.recuerdan las de aquel tiempo. Hay momentos oscuros en nuestra vida, donde parece que Dios nos ha olvidado,puedo decirlo con propiedad viviendo circunstancias nada alentadoras en mi pais… el corazon se siente roto como el de estos hombres que iban de camino, tal vez con los hombros encogidos y la cabeza baja, probablemente con lagrimas en los ojos… pero es en esa tristeza cuando Jesus caminacon ellos… Soy testigo de que Jesus ha caminado conmigo en el dolor y la tristeza y al final siempre se manifiesta la Gloria de Dios en mi vida…. Y veo atras su rostro reflejado en tantas personas… Como por ejemplo en el del P. Gonzalo y tantas personas que gritan la alegria de la Resurreccion… Y que Jesus es vida no.muerte… Y esto es verdad si confiamos.. Si nuestros ojos se abren para verlo en la Eucaristia! Un abrazo virtual.

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