Camino, Verdad y Vida

homilia

Camino, Verdad y Vida

PASCUA 5º DOMINGO- A

El Evangelio de hoy tiene aires de despedida y ya nos prepara para las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés. Siempre hemos de tener en cuenta de que lo que estamos leyendo es el discurso de despedida de Jesús realizado en el Jueves Santo en el ambiente de la cena pascual.

Tiene tres partes que se entrelazan entre sí y que van “in crescendo” en torno a la figura de Jesús. ¿Quién es Jesús? San Juan va desgranando poco a poco este interrogante para que tengamos fe en Jesús, el Hijo de Dios.

1º. Jesús habla claramente a los suyos de un marchar o irse a la casa de su Padre. Nos describe la casa del Padre. No es el templo (donde supuestamente habita solo la deidad) sino que es una casa doméstica donde hay muchas habitaciones. Hay sitio para todos. Y esta casa se encuentra más allá de la frontera de la muerte. En esa noche Jesús sabe lo que le espera. Sudará sangre. Nadie le va a libar de la pasión y de la muerte. Sin embargo osa decir que se va a la casa del Padre. El horizonte final de la fe y esperanza de Jesús va más allá de la muerte porque sabe que el Padre le espera en su casa; espera el retorno triunfal del Hijo que ha hecho su éxodo particular por esta tierra nuestra donde, este Hijo, ha sido en todo igual a nosotros menos en el pecado.

Estamos ante un dato fundamental de la fe de Jesús. Su respuesta ante la muerte es fe y esperanza ante el Padre que no dejará caer a nadie en el abismo del “no ser”, en el abismo de la aniquilación o del desvanecimiento en la nada. Y la muerte de Jesús es muerte, pero no cualquier muerte. Jesús muere ajusticiado y después de un terrible sufrimiento absolutamente injusto.

Esta realidad histórica de la muerte de Jesús y su modo de afrontarla da esperanza e ilumina a la totalidad de las muertes de la historia, pero más en concreto nos toca a nosotros iluminar a las víctimas de una pandemia desatada entre nosotros todavía no sabemos en virtud de qué pero que ha hecho y sigue haciendo estragos de vidas inocentes y es causa de dolor para multitud de familias y ciudadanos que nos solidarizamos con esta realidad.

Estas y todas las muertes son dolorosísimas y tantas veces te abocan a un sinsentido de la vida. La realidad vivida y afrontada por Cristo ayuda a iluminar este cuadro oscuro, a enjugar muchas lágrimas y a aquietar corazones. Creer en Jesús no es ninguna huida hacia adelante sino entrar en una dimensión nueva de la vida donde Jesús se ha hecho solidario con nuestros sufrimientos, los ha dignificado y a sus sufrimientos podemos añadir los nuestros como señal y signo de redención y para llevar a término su obra en el mundo. No son sufrimientos inútiles. Son redentivos y cualifican nuestra historia para hacerla más humana. Debería justificar estos adjetivos. Quizás salgan a relucir al final de este escrito.

Jesús se va a preparar la Casa para acoger a todos sus hermanos. Él va delante. Es importante. Volverá a buscarnos para llevarnos con él. “Os llevaré conmigo”. CONMIGO. Esa palabra la repetirá al buen ladrón en la cruz. Y es que el cielo es estar CON JESÚS. Pero estar en el mismo nivel de hermandad o de filiación. Todos con Jesús en torno al Padre. Una casa de familia donde la felicidad será plena.

2º. Jesús parece que les había dejado indicado el camino para llegar a esa Casa. Les había dado el mandamiento nuevo: Amarse unos a otros como Jesús nos ha amado. El mandamiento del AMOR. Pero parece que no se han enterado. Tomás es el que pregunta y arranca la respuesta de Jesús: YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA. La palabra “camino” es importante, pero solo es el “paso” hacia donde queremos llegar. La verdad, es importante, pero es solo algo conceptual o existencial que nos indica que existe adecuación entre lo afirmado y aquello que es. La VIDA es aquello que es sustantivo y definitivo. El camino y la verdad nos llevan a la Vida. Y la Vida no es otra cosa distinta al AMOR y DIOS ES AMOR. El motor que mantiene toda esta realidad nuestra y que lleva a la historia hacia la salvación en la Vida Eterna no es otra cosa que el Amor de Dios que tanto ha amado al mundo que ha enviado a su Hijo para que tengamos VIDA ABUNDANTE.

Por eso, hemos de mirar a Jesús para ver al PADRE. Hemos de mirar a Jesús crucificado para descubrir el camino que lleva al Padre, para ver el Amor del Hijo por nosotros y el Padre y para ver el Amor del Padre por su Hijo y por nosotros.

Jesús nos invita a que no perdamos la calma ante nada ni ante nadie, y que creamos en Él y en el Padre. Que nos fiemos. Que abracemos esta realidad.

Es importante no negar el camino. Ver la cruz, que ciertamente es gloriosa, es ver el camino que recorre Jesús y no podemos olvidar que el discípulo no es mayor que el maestro. El paso hacia la Vida pasa por esa tarea de cargar con la cruz de cada día. Cruz de múltiples aspectos, que sin duda tiene rosas y espinas. Cruz que quiero resumir en lo que tantas veces he llamado “actitud obediencial”: obediencia al Padre. El camino de la cruz es verdadero. No es falso. Lleva directamente a la Vida.

3º. Creer en Jesús significa que queremos transitar los pasos de Jesús. No estamos solos. Estamos bien acompañados. “El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores”. Jesús es el “nexo” entre el Padre y nosotros. Estamos hechos de la “pasta” de Dios. Él es AMOR y nosotros somos “amor”. Tenemos el mismo motor de Jesucristo, que es el ESPÍRITU SANTO. Ese Espíritu que se nos ha dado en nuestro bautismo y nos hace hijos de Dios por adopción y Gracia. Quiero decir más que adopción, porque no es algo “legal” sino algo de participación en su misma vida.

Por eso podemos hacer las “obras” de Jesús y aún mayores. Verdaderamente somos “otros cristos” y estamos llamados a vivir el estilo de Cristo siguiendo sus huellas. Por eso que somos otros “cristos” nuestras obras tienen valor redentivo. El sufrimiento entra dentro de esas obras que pueden ser compartidas y vividas en Cristo y con todos los hermanos. Aquí entra en juego esa verdad que decimos creer “en la comunión de los santos”. Por eso decía arriba, que nuestros dolores se suman a los de Cristo y nos hacemos corredentores con él. Nuestra vida entregada al servicio de los demás puede hacer a este nuestro mundo más humano y más justo. Nos queda esta tarea. Especificarla sería algo así como poner a valer el “sermón de la montaña” y hacer que las coordenadas de nuestra sociedad se ajusten a los principios que allí se enuncian. Manos a la obra.

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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