La cizaña

homilia

La cizaña

16º DOMINGO ORDINARIO – A

Me ha gustado el final de la lectura del Libro de la Sabiduría: “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”.

El Sabio saca conclusiones contemplando el obrar de Dios en la historia. Dios tiene todo el poder, pero su omnipotencia no se parece en nada a la de los “faraones” de aquel momento y de todo momento. Dios utiliza el poder para cuidar de todo; cuidar con mimo de todas las cosas creadas por Él, por puro amor. Y entre esas “cosas”, la más preciada es el hombre. Ese hombre que ha hecho una historia de alianzas muy prometedoras pero que en breve eran rotas porque el hombre prefería trampear con Dios  para conseguir hacer lo que le venía en gana y así conseguir  una historia basada en la injusticia y en la codicia, en vez de la justicia, el derecho y la magnanimidad.

Dios es Justo porque es fiel; pero su justicia suele ser parcial. Siempre es favorable al hombre al que perdona una y mil veces esperando de él que se convierta y entre en razón. Por eso el pecado, la ruptura de la amistad con Dios, resulta tantas veces una oportunidad para clarificar el camino de la vida y experimentar la justicia de Dios que siempre es misericordia. Siempre está dispuesta al perdón total. Dios siempre espera que el pecador cambie de opción de vida y se reencuentre con aquel que le ha regalado la vida y quiere para él que retenga esa vida y la lleve a plenitud montándose en el tren de la gracia que lo llevará hasta la Vida eterna.

El Sabio dice que “El justo debe ser humano”. Una visión antropológica muy interesante. La revelación de Dios enseña al hombre a ser “hombre”. Ser “humano” es obrar al estilo de Dios. Claro, Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y por lo tanto ser “hombre” es parecerse a Dios. La justicia del hombre debe ser humano-divina. No puede ser justiciera y menos todavía torticera. Siempre debe ver al otro como humano-hermano y debe obrar con misericordia y dispuesto al perdón. En toda circunstancia.

La justicia no puede ser ni ley del talión ni ley del embudo; no puede tener doble vara de medir ni puede ser guiada por mis intereses personales, de familia, de religión o de partido. En toda ocasión debe ser ecuánime, benigna o misericordiosa y a la vez esperanzada.

El evangelio de  hoy nos cuenta la parábola de la cizaña sembrada en el campo. ¿Qué hacer? Nuestra primera reacción suele ser que la cizaña son los otros y hay que exterminarlos. Solemos ser garantes de una intransigencia supina. Casi todos somos maestros en religión, política, economía, sociología y hasta en medicina. Y largamos improperios a diestra y siniestra.

El amo del campo, de la simiente con cizaña, dice a los talibanes de turno: PACIENCIA. Ponerse a arrancar, puede ser un remedio peor que la enfermedad. Es mucho mejor esperar. Hay que dejar que le tiempo pase y se puedan aclarar las cosas. Ciertamente al final, en el momento de la cosecha hay que discernir y separar y quedarse con el trigo.

Personalizando el tema hemos de descubrir que ninguno de nosotros es trigo limpio y que la cizaña está presente también en nuestro corazón. Y por lo tanto hemos de sospechar de nuestras clarividencias al respecto de la marcha de la historia y reconocer que si esta nuestra historia no va bien, no es solo por culpa de los otros, sino que yo también tengo algo que ver en la tarea de deconstrucción de la historia o del Reino de Dios que parece alejarse cada vez más en vez de estar presente con fuerza como confesamos en nuestra fe y en nuestras oraciones.

También es bueno saber que está presente la cizaña en otras fuerzas que habrá que desenmascarar y denunciar. Pero en uno y otro caso –en mí y en los demás- mi mirada debe ser una mirada misericordiosa, paciente y ESPERANZADA. Es posible el cambio. Nuestro corazón y el de todos los hombres puede cambiar a mejor; puede cambiar a ser semilla buena que de fruto bueno, puede desbrozar la cizaña y dejar crecer solo los dones que Dios nos regala.

Hemos hablado de Misericordia, Paciencia y Esperanza. Las parábolas de hoy tienen un tinte de mirada final a la historia como un final feliz. No se niega la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros de la marcha de nuestro mundo, pero la fuerza de Dios se manifestará como la gran victoria de la gran cosecha. Dios con su Amor misericordioso, con su justicia parcial en favor de los pequeños, de los pobres, de los pecadores, con su paciencia infinita y su fuerza desplegada en la historia por la acción de su Espíritu llevará a buen término la obra que inició allá en los albores de la creación.

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