Dadle vosotros de comer

homilía

Dadle vosotros de comer

Hay momentos en la vida en los que determinada “palabra de Dios” llega con más fuerza o aparece como escrita para este momento presente. San Pablo usa palabras como aflicción, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada. Son palabras gruesas y nada alejadas de nuestra realidad vital. Son palabras que reflejan situaciones existenciales en algún momento de la vida de Pablo, o quizás una situación permanente en su vida que parece haber ido de zozobra en zozobra.

Y esta vida de “zozobra” aparece  con acentos gruesos en el horizonte de nuestra vida o de la mía, por lo menos.

La pandemia sigue por sus derroteros y no parece que vaya a desaparecer, ella y sus secuelas, en un porvenir cercano. Muchos vivimos bajo el íncubo de si me tocará a mí  cualquier día de estos. Noticias de allá (América) y de acá donde emerge el aguijón de la enfermedad y de la muerte; gente cercana que las pasa moradas o que no llega pasarlas, porque se ha muerto. Nuestra parroquia de Málaga, situada en una zona tradicionalmente marginal donde las economías se sustentan en negocios precarios y sueldos muy bajos, empieza a imperar la necesidad y el hambre. Nuestras “cáritas” no dan abasto. Te encuentras con padres de familia que viven su situación con aflicción y angustia porque no tienen para dar pan a sus hijos. Hay personas totalmente desesperanzadas que deambulan por la calle sin horizonte alguno y sin ninguna esperanza.

Hay veces que a uno le viene a la mente el “¿dónde está Dios?” ¿Por qué no interviene sacándonos las castañas del fuego? Es la tentación de Israel en el desierto: ¿Está o no está el Señor, en medio de nosotros? O es aquella otra de “que baje de la cruz y creeremos en él”.

El “Señor” no parece sacar de ningún apuro a Pablo. Persecuciones, cárceles, naufragios con días flotando en el mar, hambre, fatiga, enfermedad crónica, fracasos, enemistades y un largo etcétera. Y su respuesta es que nadie le puede separar del amor de Cristo. Ese amor de Cristo está anclado en el fondo de su vida; es su experiencia fundante existencial y nada ni nadie le puede arrancar ese amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Pablo tiene esa certeza inconmovible y no duda. No hay maleficio posible, no hay creatura maligna posible, no hay nada, ni vida ni muerte, que le pueda arrancar ese DON y por eso es el hombre absolutamente libre para entregar su vida al servicio del Evangelio en los confines de la tierra.

Pablo vive la verdadera libertad de los “hijos de Dios” pero no vive al “amparo de los beneficios de un Dios “apagafuegos” o que utiliza “bálsamo de fierabrás”. Su “Dios” es el Padre de nuestro Señor Jesucristo que murió en una cruz.

Esta realidad vital de Pablo nos hace retomar aliento ante la realidad que nos toca vivir. Una realidad que hemos de vivir bajo el anuncio esperanzador del evangelio de hoy. El evangelio de la multiplicación de los panes. No podemos negar el “milagro”, porque milagro hay. De otra forma nos ería “signo” de nada. Y hemos de quedarnos con el “Signo”. Los tiempos mesiánicos han llegado. Jesús y su mensaje son el cumplimiento de lo anunciado a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Jesús es más que Elías o que Eliseo o que cualquiera de los profetas habidos hasta entonces. Jesús es el Mesías.

Pero este milagro ocurre en el seguimiento de Jesús, en la escucha de su palabra y en la obediencia a lo que él dice. Jesús manda a los suyos: “No hace falta que vayan a los poblados, DADLES VOSOTROS DE COMER”. Un imperativo categórico para todos los tiempos. El gran signo del mesianismo de Jesús, de la verdad de sus “Propuestas”, será la ejecución permanente de este mandato.

Jesús entra de lleno y queda atenazado por la realidad social en la que le toca vivir. A él se acercan leprosos, cojos, mancos, viudas, enfermos, gente marginada, prostitutas… Se mueve con ellos y trata de romper las “normas” de exclusión social que pesan sobre ellos, cosa que le acarrea mala fama (comedor y bebedor), desprestigio, excomunión y expulsión, persecución y muerte de esclavo o de un “maldito”. Antes de pedirnos a nosotros que “les demos de comer”; Él lo ha hecho con creces.

Ese mandato se hace más crucial, si cabe, en nuestra circunstancia concreta. El “Darles de comer” tiene infinidad de matices y es cierto que incluye también la dimensión litúrgica y catequética de la iglesia, pero merece la pena en pararse en lo que significa la diaconía (el servicio) y la coinonía ( la comunión y el compartir). Todo lo tenían en común (la primera comunidad cristiana): pues eso es lo que habrá que ejercer en estos tiempos. Vender “nuestros campos” y ponerlos a los pies de los apóstoles para que repartan equitativamente. Ser solidarios no es solo dar de lo que nos sobra. Habrá que hacer cálculos para renunciar a cosas que pueden ser buenas y apetecibles pero que puedo prescindir de ellas ante la inmensa necesidad de nuestros prójimos. Tendremos que implementar medios para que determinadas ayudas estatales o municipales fluyan equitativamente y lleguen a los más pobres. Tendremos que estar cercanos de los ancianos en soledad y de los enfermos en situación crítica donde la luz de la Palabra y de la fe cristiana pueden poner esperanza y futuro. Hemos de hacer valer nuestra visión sobre el hombre y su cultura en todos los foros donde se debata esta realidad o cuestión. Hemos de trabajar con nuestros medios en el crecimiento de una justicia social que sea verdaderamente fraternal e igual para todos.

Todo esto sin olvidar el valor central de nuestra vida, sin el que todo lo demás será quizás filantropía pero chata y sin futuro. Ese valor es CRISTO de quien nadie nos puede separar. Que no seamos nosotros los que nos separemos de Él.

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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