Reunidos en el nombre del Señor

homilia

Reunidos en el nombre del Señor

El evangelista  san Mateo (18,15-20) abre en el c. 18 un discurso comunitario que tiene por objeto la vida interna de su comunidad eclesial alertando sobre peligros y dando instrucciones disciplinares para ser aplicadas en momentos de dificultad. Precisamente lo que hoy se proclama en el evangelio son parte de estas instrucciones para atajar conflictos en el seno de la vida comunitaria.

Podemos distinguir tres partes: La 1ª se refiere al conflicto; la 2ª a la potestad de resolver ese conflicto; y la 3ª indica la fuente de la que procede esa potestad.

La más importante  de las tres es la 3ª: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Esta afirmación es nuclear en la vida eclesial. La comunidad eclesial lo es en cuanto reunida en el nombre del Señor. Esto es constitutivo y esencial. El distintivo de la comunidad eclesial es que está reunida en el nombre del Señor, y Él está presente en medio de ella. Una presencia viva y eficaz.

La eucaristía se inicia siempre en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La señal de la cruz no es el indicativo de que vamos a empezar, sino que es propiamente el inicio y fundamento de esa celebración. Deben ser las primeras palabras del presidente de la asamblea, en cada celebración litúrgica, y deben realizarse con toda la intensidad y solemnidad posible. Que se note que no es un trámite sino el inicio de la celebración.

Porque el Señor está presente y en medio de nosotros es posible y cierto lo afirmado en la 2ª parte: “Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos”.  En el capítulo 16 de Mateo, estas palabras van dirigidas solo a Pedro; pero en este capítulo 18, con las mismas palabras, queda constituida la comunidad con esos poderes. Soy consciente de que casi siempre se han remarcado las palabras sobre Pedro y casi nunca se han remarcado estas palabras sobre la comunidad. Es la iglesia toda, es la comunidad eclesial la que goza de esta potestad, y la puede y debe ejercer. En el inicio de la misa rezamos el “yo confieso ante Dios todo poderoso y ante vosotros hermanos…” Ahí está la comunidad y ante ella confesamos nuestros pecados. Terminamos esa oración diciendo: “por eso os ruego…. a vosotros hermanos que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor”. Suplicamos la intercesión de toda la comunidad  junto con todos los santos para que Dios nos perdone. Pero a la vez que la intercesión, va unida también nuestra intención de perdón. Perdón a todos y cada uno de nuestros hermanos, reunidos para la celebración de la eucaristía.  Miren ustedes que pedir perdón, no es fácil, pero conceder el perdón puede resultar mucho más difícil. Por eso a esta oración añadiremos más adelante en el “Padre nuestro”, “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. El perdón de Dios se hace eficaz en nuestro corazón cuando también nosotros perdonamos de corazón al que ha pecado contra nosotros.

Y es ahí donde aparece la 1ª parte del evangelio: “Si un hermano tuyo peca contra ti”. Para dirimir este asunto de “pecados, imperfecciones, abandonos” dentro de la comunidad, Mateo solicita el concurso de todos de una forma gradual para hacer que el “pecador” vuelva al cauce normal de la vida comunitaria. Se lleva a cabo un proceso de auténtica corrección fraterna. Pero esto solo se puede hacer si se da realmente la vida fraterna de la comunidad o si se cumplen los anteriores pasos que hemos indicado. No se puede empezar la vida fraterna en comunidad por la corrección fraterna. Para llegar a ella es necesario haber crecido en el ejercicio de la caridad. Cuando esto acontece la alegría del perdón es  reconfortante, regeneradora y hace entrar en fiesta. El sacramento de la reconciliación debería parecerse a esto.

San Pablo a los Romanos (13, 8-10) nos urge a vivir desde el amor. No deber a nadie nada más que amor. El que ama no hace daño a su prójimo, por eso amar es cumplir la ley entera.

En el profeta Ezequiel (35,7-9) hay una llamada a la responsabilidad de unos con otros. Hay situaciones en las que uno no se puede callar. La verdad será siempre verdad aunque no la cumpla nadie; y la mentira será siempre mentira aunque todos la acaten como verdad. Que el Amor es la plenitud de la Ley es la verdad. Y nuestra tarea será ser testigos de esa verdad. Para ello hay veces que es necesario desenmascarar actitudes nocivas o falsas en algunos de nuestros hermanos o coetáneos. Urgir la verdad desde la sinceridad y la humildad será siempre bueno. Puedo ayudar al hermano a encontrar la verdad y además yo soy coherente con mi estilo de vida. En esta sociedad nuestra donde la “Verdad” se ha diluido en post-verdades o sencillamente negada y cambiada por egoísmos varios tenemos tarea abundante. Empecemos nosotros por ser testigos de la Verdad, que nuestras comunidades creyentes brillen por la vivencia de esta Verdad y sepamos proponer caminos para que el mundo llegue a vivir la plenitud del Amor que no es otra cosa que vivir por Cristo, con Cristo y en Cristo.

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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1 Comentario
  • Xuaco
    Publicado el 15:42h, 03 septiembre Responder

    Sinodalidad
    Caminar juntos . Sin comunidad no hay sinodalidad y sin reconciliación no hay común unión.

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