Regocijaos en el Señor

homilia

Regocijaos en el Señor

Este tercer domingo de Adviento, la liturgia focaliza su horizonte en el acontecimiento histórico del nacimiento del Señor. Ante la proximidad de la fiesta de la Navidad la celebración de hoy nos invita a la  ALEGRIA Y EL GOZO EN EL SEÑOR.

El profeta Isaías pronuncia unas palabras, que en su día hará suyas el mismo Jesús a la hora de iniciar su misión de evangelizador en Galilea: “El Espíritu de Dios sobre mí, porque el Señor me ha ungido y enviado a dar la buena noticia a los que sufren”

Isaías se reconoce ungido y enviado. Y no defrauda. No es un cantamañanas que vocea e inquieta al personal pero él se queda metido en su atalaya. No. Isaías es un testigo – mártir. Un testigo que pone toda la carne en el asador. Él anuncia, vive y trabaja para que el mensaje se haga realidad.

Isaías sabe bien de quién se ha fiado. Desborda de gozo en el Señor. Su gozo, su alegría, su testimonio, su vida, su entrega se fundamentan en DIOS. Es el Señor el que hará brotar la justicia y el derecho en todos los pueblos. Isaías es el enviado y se abe enviado. No suplanta al que le envía ni se convierte él mismo en el mensaje. Es solo el mensajero que anuncia la paz.

¿Tú, quién eres, Isaías? No soy el Mesías. Anuncio su llegada. Esa es mi misión. Ciertamente “ungido” de Dios, pero para esa misión concreta de ser el que grita en desierto que se allanen los caminos y las colinas se abajen porque está para llegar el Rey de la Gloria.

La figura o el personaje que este domingo nos presenta la liturgia como figura del Adviento es JUAN BAUTISTA. El domingo pasado se nos presentaba a Juan fugazmente desde el evangelio de san Marcos. Hoy se nos proclama el evangelio de San Juan donde Juan Bautista se nos muestra en todo su esplendor.

Se nos dice de Juan que fue un hombre ENVIADO por Dios para ser testigo (mártir) de la Luz. Él no era la Luz sino tan solo o nada menos que testigo de la Luz.

El evangelista utiliza la palabra “mártir” para hablar de “testigo” o “testimonio”. Juan no es un mero testigo “ocular” que ve una cosa y certifica sobre ella pero que no le afecta vitalmente. El testimonio “martirial” es aquel del que afirma una cosa, para él veraz, y que vive su vida acoplándose a lo que anuncia y cree y además está dispuesto a dar su vida por esa verdad o por esa causa. Juan es un Testigo-Mártir.

¿Tú, quién eres, Juan? Juan tenía muchos seguidores. Tantos que llegaron a incomodar a “los judíos”, es decir, sus autoridades. Envían a sus representantes a investigar el asunto sobre el terreno. Y sacan, con sus preguntas, lo mejor de Juan.

No soy el Mesías, les dice Juan. Tranquilos. El Mesías es más fuerte que yo.

No soy ni Elías (de vuelta de su viaje) ni el último de los profetas que antecede al Día del Señor.

Soy LA VOZ que clama en el desierto: “allanad el camino del Señor”. La PALABRA vendrá después de mí. Yo soy solo la voz. Una voz que puede ser escuchada o no. Esa voz indica el camino que lleva al Señor. Un camino de conversión.

El MESÍAS, LA PALABRA está ya en medio de vosotros, en medio de nosotros. En cualquier momento se manifestará. Será pronto. Yo no lo conozco, pero él es más fuerte que yo, es más grande que yo. No soy digno de desatar sus sandalias, de confirmar que él es el mesías. Soy indigno de ello; pero Dios me ha constituido en su Voz, su pregonero. Ese que viene detrás de mí ya estaba antes que yo; existía antes que yo. Estamos ante una confesión velada del misterio de la Encarnación. El Mesías no es un “hijo del hombre” cualquiera; uno más en la cadena de sucesiones biológicas o generacionales. El Mesías preexistía ya en el corazón del Padre. El Mesías es Dios de Dios y Luz de Luz. Es la PALABRA de DIOS HECHA CARNE.

¿TÚ, QUIÉN ERES, Gonzalo? Mi nombre es genérico, aquí, para que cada uno de vosotros pongáis el vuestro. Una buena pregunta para el Adviento. Quién soy, como cristiano. Ciertamente cada uno de nosotros somos “ungidos” del Señor. En el día de nuestro bautismo-confirmación fuimos sellados por el Don del Espíritu como consagrados y “mesías” del Señor. En mi vida soy “mártir” o testigo experiencial de aquello que digo creer; soy testigo del Reino de Dios; soy testigo de Jesucristo como Señor de mi vida? Quizás tengamos que convertirnos. Tantas veces nuestra vida transcurre despreocupadamente ante la venida del Señor. En nuestra vida muchas veces el Señor ni está ni se le espera. Vivimos un cristianismo aletargado cuando no amilanado y vergonzoso. No queremos que se nos note, por aquello del qué dirán. La Palabra de Dios nos pide en el día de hoy que seamos TESTIGOS MARTIRES. Solo así nuestro testimonio será veraz y podrá ser eficaz. De otra manera pasará a ser un mal barniz en nuestra vida profundamente ajena al evangelio.

Solo desde nuestra decisión decidida a vivir coherentemente nuestra unción bautismal podrá ser cierta y creíble la ALEGRIA Y EL GOZO al que se nos invita en este día. Alegría y gozo que anuncian la próxima fiesta de la Navidad. Anuncian que toda nuestra esperanza se fundamenta en el acontecimiento de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.

San Pablo nos invita para estar alegres a ser constantes en la oración y en la acción de gracias (eucaristía). Solo desde el encuentro con el Señor (oración) y desde la eucaristía vivida y celebrada en la comunidad justamente en el día en que celebramos “el día del Señor” (Domingo) podremos vivir un adviento permanente; podremos vivir el perdón y la reconciliación; podremos vivir la alegría del evangelio; podremos ser en nuestra vida TESTIGOS DE LA VERDAD, esa verdad que nos hace libres.

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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