El Reino de Dios está cerca

homilia

El Reino de Dios está cerca

DOMINGO 3º – B

Nínive, la capital de Asiria, es para Israel la personificación de todos los males. Es la ciudad de la gran abominación. Allí no puede haber nada bueno. Y sorpresivamente, el Dios de Israel envía un profeta a Nínive para convocar a aquel pueblo a la conversión y así evitar el castigo de Dios. Jonás, después de muchas peripecias para evitar el ir a Nínive y pasar tres días en el vientre de una ballena, obedece de mala gana a Dios y se pone a predicar voceando por la ciudad su próxima destrucción si no hace penitencia y se convierte. Y también sorpresivamente, el rey y los habitantes de Nínive escuchan la voz del profeta y hacen penitencia pidiendo perdón de sus culpas. Dios escucha su petición de perdón. Nínive no es destruida. Con esta parábola sobre Nínive la revelación, en el Antiguo Testamento, se abre a otros pueblos. Ya no es solo el pueblo de Israel el destinatario de la misericordia de Dios y de sus atenciones. También los otros pueblos, sean de la nación que sean, pueden ser convocados  y agraciados por el Dios de Israel. Se empiezan a romper las fronteras de la “elección”.

El evangelio de hoy inaugura el ministerio de Jesús en Galilea. Jesús empieza a proclamar el Evangelio de Dios. Este “evangelio de Dios” se desgranará a lo largo de todo el evangelio escrito, pero fundamentalmente es la Buena Nueva de la Salvación traída por Jesucristo.

Jesús dice: “Se ha cumplido el tiempo”. Llega la hora de la verdad. Puede sonar a amenaza pero no es tal. Se ha cumplido el tiempo de las promesas; se acerca o ya está aquí, el tiempo de la Salvación o del cumplimiento de esas promesas mesiánicas.

“El Reino de Dios está cerca”. Esa es la gran noticia. Dios ha tomado la decisión de ejercer como Rey en su Reino. Va a poner su mano sobre todos nosotros. Es llegado el tiempo de la Salvación.

Por eso es necesario “Convertirse”. Cambiar de mentalidad. Vivir abiertos a Dios y dejar que Él actúe en nuestras vidas.  Para ello es necesario “CREER”. Fiarse de Dios, de su Palabra. Tendremos que escuchar y obedecer al Hijo que nos va a contar y a vivir él en propia carne, lo que significa creer en Dios y fiarse de él hasta las últimas consecuencias.

El evangelista nos narra, poco después, las primeras vocaciones a sus discípulos entre los pescadores del lago de Galilea. Jesús llama diciendo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.  Venid conmigo y experimentareis en vuestras vidas lo que es ser ciudadanos del cielo, o servidores del Reino de Dios. Seguir a Jesús supone para ellos dejar las redes, dejar todas sus seguridades y empezar a poner su confianza en otras redes o, mejor, en otra piedra que es Cristo el Señor. Ellos siguiendo a Jesús van a ver y palpar lo que significa “Buena Noticia” que no será otra cosa que el mismo Jesús al que ellos siguen.

San Pablo, en su carta a los Corintios, interpreta casi a la letra las palabras de Jesús. Taxativamente nos dice que “el momento es apremiante” porque la “presentación de este mundo se termina”. Saber que está viviendo los últimos tiempos no lleva a Pablo a vivir una vida disoluta o a despreocuparse de los demás. Vive su vida a tope; vive cada día como novedad última pero que no tiene desperdicio. Debe entregar hasta el último minuto de su vida  en favor de la evangelización y de la llamada a la conversión. Pablo puede preferir “ir con Cristo” que es con mucho lo mejor para él, pero no para en prendas si seguir con vida es bueno para los que están con él. Por eso, lo que dice y aconseja para vivir “como si” no estuviéramos casados, o alegres, o llorosos, o comprando, o poseyendo, o negociando, no es otra cosa que decirnos que todo eso “pasa”. Nada de eso merece ser elevado a la categoría de “ídolo” o de “ultimidad” en nuestra vida. Hemos de vivir desapegados de todas y cada una de estas realidades porque ninguna de ellas permanece en sí misma y por sí misma. Las personas, la esposa-esposo, hijos, nuestros íntimos, tienen para Dios valor absoluto porque son sus hijos; pero su valor lo es desde Dios y no en sí mismos.

Al leer esta lectura, hoy a mí, me ha hecho pensar en la “pandemia”.  No creo que la pandemia sea “castigo de Dios”, pero sí que creo que Dios escribe derecho con renglones torcidos. La pandemia es un renglón torcido. Pero podemos entrever que Dios nos pueda decir algo a través de ese acontecimiento.

Lejos de mí tratar de hacer análisis prolijos sobre los orígenes de esta pandemia y sobre el cómo combatirla médicamente, que es lo que hay que hacer. Pero sí puedo hablar de cómo me siento yo.

Y cada día que despierto, despierto aliviado porque el corazón late a ritmo normal, pero a la vez me levanto con el miedo metido en el cuerpo de que hoy puede ser el día de la infección mía o de los que me rodean, o de los amigos o seres queridos, o de otro montón de gente. Mi horizonte vital no está despejado.

Por otra parte deseo ardientemente que volvamos a la normalidad “de antes”. Que se abran las puertas de tantos negocios clausurados y de que la gente pueda volver a tener el puesto de trabajo con el que sustentar su vida.

Y me pregunto: ¿Entonces, todo esto no es más que una mala noche en una mala posada? ¿O podremos descubrir nuevos horizontes, nuevas realidades que nos hagan evitar nuevas pandemias de virus coronados y de las otras de las que no se habla pero que son tan mordaces y mortales como las del Covid 19?

Estoy convencido de que nuestra civilización se ha desnortado muy mucho. Quizás llevemos muchos años y siglos desnortados pero ahora más que nunca se magnifican nuestros entuertos. Nos hemos alejado de Dios. Nos hemos creído dioses o diosecillos; nos hemos creído inmortales por derecho propio y capaces de perdurar eternamente con nuestros artilugios médico-quirúrgicos. En nuestro caminar hemos dejado a mucha gente en la cuneta, que parece no tener derecho a nuestros derechos o son víctimas colaterales necesarias para que algunos lleguemos al paraíso perdido.

A todo esto vienen bien las recomendaciones de San Pablo. Este mundo pasa. Todos nosotros somos mortales de necesidad. Nadie puede garantizar ni un segundo más a su vida, aquí y ahora. Si aceptamos que estamos radicalmente referidos a Dios, porque de Él venimos y hacia Él vamos, entonces podremos construir este mundo desde otros presupuestos distintos al “sálvese el que pueda”.  Ahí está el evangelio de hoy que nos propone la Salvación desde el VIVIR CONFIADOS EN DIOS. Saber que vamos de su mano y que Él está siempre a nuestro lado. También en estos momentos duros.

Creo que hemos de saber vivir confiados en ese Dios que se nos manifiesta como Padre misericordioso y despejar un poco nuestros horizontes de angustias y pesares. Pero no puede ser solo un deseo. Para que esto sea así hemos de hacer tarea de construcción de este Reino. Hemos de empezar a ser solidarios “YA”. No dejar a nadie en la cuneta y caminar juntos abrazados, asumiendo nuestras debilidades y dolores y también nuestros gozos y esperanzas. No puede apagarse nuestra esperanza.

 

 

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Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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