BAUTISMO DE JESÚS.

BAUTISMO DE JESÚS.

TU ERES MI HIJO AMADO. Las fiestas navideñas  van encadenadas y no dejan respiro. Ya estamos contemplando al Jesús adulto en el momento de su bautismo. Sigue siendo un momento epifánico o de manifestación de quién es el Señor. Primer momento fue la celebración de la Epifanía del Señor, fiesta de los Reyes magos. Y hoy celebramos el bautismo. Un bautismo que para Jesús va a significar un momento crucial y básico en su vida. Es el momento vocacional de Jesús en grado máximo y el momento de tomar la opción fundamental en su vida. Su “ser” o “no ser”.

El evangelio de San Marcos es breve. Juan avisa que llegará uno que bautice no con agua sino con Espíritu Santo. Y llega Jesús, en un bautismo general, que se pone a la cola. Entra en el Jordán como uno más y sale del Jordán como el “Ungido por el Espíritu Santo”. Sale como el Mesías.

El pueblo de Israel atravesó el Jordán para entrar en la tierra prometida por Jericó. Jesús atraviesa el Jordán y nos introduce en una nueva Tierra prometida, la Tierra definitiva de los hijos de Dios. Estamos en el primer momento, que culminará en la Pascua. Pero este primer momento es muy importante para Jesús.

Jesús sale del Jordán y el Espíritu Santo, en forma de paloma, desciende y se posa sobre Él. El Espíritu anida definitivamente en Jesús y ya no lo dejará nunca. El Espíritu lo abraza, lo penetra y lo guía por la senda del Padre. Y ese Padre se hace oír proclamando a voz en grito: “Este es mi hijo amado, mi predilecto”.

Tenemos al Dios Trinidad en acción. Primera revelación de este Dios que es un Dios-Padre que abraza al Hijo por el Espíritu Santo.

Jesús experimenta en el hondón de su alma este abrazo y este amor del Padre. Podemos decir que es el momento vocacional de Jesús. . El Espíritu Santo invade y plenifica la persona de Jesús. Quede claro que Jesús ya tenía el Espíritu, pero en este momento la resonancia del Espíritu en su vida llega a la máxima expresión. Toda su persona vibra al son del Espíritu y escucha la Voz de Dios que dice “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. ¡Tantas veces Jesús se había sentido don de Dios y amado del Padre! Pero en este día esa realidad llega a estar clara, clarísima hasta el extremo (epifanía). Jesús se sabe definitivamente “Hijo de Dios” y enviado a evangelizar.

Jesús es el HIJO AMADO DEL PADRE; EL PREDILECTO y ENVIADO.

Esto es así. Es la gran noticia. Un hombre, Hijo de Dios.

Pero esto, con ser grande no queda ahí. El Hijo viene a bautizar con Espíritu y fuego. Por Él, se abre el cielo y ya no se cierra. Por Él, viene el Espíritu y se nos da el Espíritu Santo para que todos seamos hijos. Por Él el cielo y la tierra se unen y fusionan para siempre. No habrá confusión de naturalezas divina – humana ni en Jesús ni en la creación, pero sí que habrá una dinámica avasalladora de “divinización” orientada por el Espíritu Santo que desde el inicio de la creación aleteaba sobre las aguas y que ahora desde las aguas bautismales transforma, inunda, regenera, santifica toda la realidad creada y de forma particular al hombre que se abre al gran Don manifestado en Jesucristo. Por el Espíritu caminamos hacia la “pascua” de toda la creación.

La noche de Pascua de resurrección es la noche bautismal por excelencia. Pero no cabe duda de que hoy, a la luz del bautismo de Jesús, es un buen momento para renovar nuestra particular consagración bautismal y revitalizarla dejándonos también llevar por el Espíritu recibido aquel día. Sepamos ser agradecidos por el Don y la mejor forma de serlo es viviendo a tope nuestra consagración. Bautizarnos significa beber del cáliz que Jesús bebió; significa vivir regalando vida o sirviendo a los demás; significa trabajar por el derecho y la justicia; significa solidarizarnos con los pequeños y necesitados; significa vivir nuestra vida como una eucaristía permanente y para ello necesitamos con “necesidad de medio” (impostergable como el comer para vivir) alimentar nuestra fe y nuestra vida bautismal con el sacramento de la eucaristía siguiendo el ritmo de las pascuas semanales que son los domingos o “día del Señor”.

Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.

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