27 Feb Cuaresma
La fiesta de la Pascua es la finalidad de la Cuaresma; prepararnos a para vivir la realización plena de la Promesa hecha por Dios a su pueblo y cumplida en Cristo resucitado, vencedor de la muerte. Esa promesa, garantizada en Cristo, sigue siendo para nosotros nuestra Esperanza y por ello hacemos camino de fe hacia el encuentro con el Señor resucitado.
La Cuaresma es el tiempo de preparación a esa gran fiesta pascual en el que la Iglesia introduce a todos los fieles cristianos para revisar nuestro estilo de vida y constatar, una vez más, que seguimos estando necesitados de conversión y de la misericordia de Dios para con nosotros.
La primera lectura del Génesis narra el primer pecado del hombre. El hombre (varón y hembra) -que ha recibido toda la creación como regalo de Dios en forma totalmente desinteresada y además un Dios que se muestra familiar y amigo con el que conversa-, va a caer en la tentación más sibilina y atrayente: Ser como Dios. Lo que es lo mismo que negar a Dios y sentirse él mismo “señor” o “conocedor” del universo. En vez de elegir el árbol de la Vida, que supondría aceptar la realidad de su creaturalidad y dependencia del creador y como consecuencia entrar en una dimensión de gratuidad y obediencia al Dios amigo, prefiere elegir lo contrario. Come del árbol de la ciencia y del conocimiento. Se proclama “señor” del mundo.
Las consecuencias de este pecado “primordial” y permanente en todo hombre son el “anti-génesis”. Se inicia una deconstrucción del mundo al que el hombre pretende dominar pero que se le revela continuamente. Esta realidad de deconstrucción, quizás hoy la podamos percibir mejor al constatar ciertos datos sobre el cambio climático y la escasez de recursos que se avecina ante un mundo que se convierte en consumista de su propia casa.
Además de nuestro entorno planetario, también constatamos que en nuestras relaciones personales, familiares, vecinales, nos encontramos con rupturas y desequilibrios producidos por nuestro creernos “diosecillos” y señores de los demás.
San Pablo, en su carta a los romanos, contempla al gran antídoto contra esta lacra, inoculado por Dios en la historia con la entrega en favor nuestro de su Hijo, Jesucristo. Pablo afirma sin vacilación la realidad del pecado y su victoria con la introducción de la muerte. Pero con mayor fuerza afirma que si bien abunda el pecado, SOBREABUNDA la Gracia de Cristo. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la OBEDIENCIA DE UNO SOLO, TODOS SERÁN CONSTITUIDOS JUSTOS.
Al leer esta carta de Pablo, la iglesia en su tradición escolástica, parece haber tomado nota solo de la primera parte para afirmar el pecado original y sus consecuencias. Pero en la intención de Palo está el resaltar la proeza del nuevo Adán, que es Cristo, en el que sobreabunda la gracia que cancela el pecado. Cristo, repara y rehace la obra creadora del Padre y la reorienta hacia la Vida Eterna. En Cristo todos somos constituidos hijos de Dios y herederos del cielo.
Estas dos lecturas como que enmarcan el camino cuaresmal. Un camino en el que queremos salir de nuestro pecado de egolatría o de idolatría y volvernos al Dios de la Vida entrando en la obediencia de hijos al estilo de la obediencia del Hijo.
El Evangelio narra las tentaciones de Jesús en el desierto, después de su Cuaresma particular. La tentación primordial del “seréis como dioses” aquí se desdobla en tres tentaciones, que son las que persiguen a Jesús toda su vida y las que persiguen a todo hombre, durante toda la vida.
El tentador busca entrar por cualquier resquicio para hacer saltar nuestro ego y ponernos en la cresta de la ola. Siempre actúa proponiendo bajo la apariencia de un gran bien aquello que al final resultará catástrofe.
Jesús, para superar la tentación no duda de apuntarse al camino obediencial y no separarse de la voluntad de Dios. Recurre a la oración y a la Palabra de Dios.
De la primera tentación sale respondiendo al tentador con el “no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. Una buena salida, que hemos de anotar. Nos encantaría encontrar una fórmula que llenara todas nuestras apetencias. Y sin duda corremos tras de ella en cantidad de campos. Consumismo. Consumimos de todo para apaciguar nuestras apetencias. Y no lo conseguimos. Y es que somos “insaciables”. Realmente solo Dios puede saciarnos y por eso hemos de buscar el Pan de la Palabra. Desde ahí nos llegará el pan de cada día.
El tentador, aprende rápido y empieza él a manejar la biblia para montar la segunda tentación. Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios”. Deja a Dios ser Dios. Deja a Dios que conduzca mi vida y me guíe por sus caminos. No tengo que inventar nada. Sus Ángeles están conmigo siempre.
Aprendamos a no poner a Dios pruebas. Pedimos continuamente pruebas de su existencia y queremos ponerlo a nuestro servicio. Dios lo da a sus amigos gratis.
Arremete con la última tentación, el tentador, ofreciendo lo que no tiene, pero con toda la cara dura del mundo; “te daré todo si te postras y me adoras”. Jesús le responde que “al Señor tu Dios adorarás y darás culto a él solo”. Solo Dios es Dios. Adorar al tentador es caer en la mayor bajeza y esclavitud. Es profanar toda la obra creadora de Dios y negar el camino que lleva a la Vida. Y sin embargo la tentación del “poder” nos trae de cabeza a todos. Pretendemos sacar nuestra cresta por donde sea posible; queremos imponernos sobre los demás; queremos ser “reyes” o “dioses”. Todo eso es necedad. La Sabiduría viene de Dios. Solo adorarle a Él, que significa amarle con todo el corazón, porque Él nos ha amado primero y de qué manera. No es “sometimiento” sino entrar en la dinámica de su amor y vivir la vida desde Él.
Hagamos camino cuaresmal con toda sinceridad y seriedad. No dejemos pasar este tiempo de gracia para poner a tono nuestra vida cristiana. Nos espera la Pascua para que sintamos la renovación de nuestra vocación bautismal.
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