
24 Dic Homilía del día de Navidad
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Comentario de la homilía por P.Félix Blanco
La Iglesia hoy nos propone contemplar el nacimiento de Jesús desde una óptica un tanto diferente, algo más complicado pero cargado de simbolismo y solemnidad.
Si hoy tuviéramos que componer y narrar la experiencia de haber vivido con Jesús, como los discípulos, lo primero que habríamos hecho es una serie o una película sobre la pasión, muerte y resurrección. Después habríamos lanzado una primera precuela: el ministerio de Jesús, su predicación, sus milagros…y después, nos habríamos lanzado con otra precuela: el nacimiento.
Esto, que hemos podido ver en sagas cinematográficas como el Señor de los anillos, el Hobbit y Los anillos de poder, es lo que sucedió en el seno de la Iglesia.
¿A dónde quiero llegar con esto? A algo relativamente sencillo de comprender: los relatos del nacimiento de Jesús están íntimamente unidos con la resurrección, pues toda nuestra vida de fe se nutre de este evento que es la Pascua.
Lucas expresa esta conexión entre la resurrección y el nacimiento con algunos elementos comunes en los relatos: los lienzos blancos del sepulcro y los pañales; la profundidad de la tumba y el hallazgo del niño en el establo; la presencia de ángeles anunciando uno y otro momento…
Juan, en cambio, nos transmite este momento a la luz de su experiencia de fe. “El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros” no es una figura retórica, dirá Benedicto XVI, sino una experiencia vivida. Juan se percibe como el testigo ocular, el que ha visto y oído, y aquí volvemos a encontrar esta referencia: “hemos contemplado su gloria”. No es la reflexión de un sabio experto en la ley y en lo sagrado, sino el fruto de la experiencia de un joven pescador que decidió dejarlo todo por seguir a maestro de Nazaret, que convivió con Él, que le escuchó predicar, hacer signos, tomar el papel de los esclavos, descansar sobre su pecho, morir, resucitar y recibir el Espíritu prometido.
Juan tiene una sensibilidad especial que nos ayuda a ver como la sabiduría de Dios, la palabra creadora, penetra en las entrañas de María y toma carne humana. Es duro de entender como en la debilidad y dependencia de un niño, en la limitación de nuestra humanidad, puede habitar la divinidad. Orígenes así lo expresaba: “Si lo siente Dios, lo ve mortal; si lo considera hombre, lo ve volver de entre los muertos cargado de botín, después de haber destruido el dominio de la muerte.” (Orígenes, Lib 2, cap 6, 2)
En definitiva, todos estamos llamados a reconocer el rostro de Dios en este pequeño niño. Juan nos presenta su origen invitándonos a trascender la mirada, a contemplar en este nacimiento como Dios amó tanto al mundo que entregó a su Unigénito. Si cultivamos esta experiencia de encuentro personal con Cristo, podremos crecer en la comprensión del misterio de Dios que Él nos revela.
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