La mies es mucha y los obreros muy pocos

homilía

La mies es mucha y los obreros muy pocos

Isaías 66, 10 – 14 parece invitarnos a trasladarnos a la experiencia primordial de nuestra infancia feliz para describir los regalos y la promesa de Dios. Pone delante, o al final del camino aquello que en la historia de la Salvación se cuenta como el Edén o lugar donde fue colocado el hombre primordial (Adán y Eva). Un ambiente primaveral donde florecen hasta los huesos. Dios hará derivar hacia Jerusalén como un río la paz. Mamaremos de sus pechos abundantes. Cuidarán de nosotros como la madre tiene a su hijo sobre su regazo.

La mano del Señor se manifestará fuerte y segura y el Señor reinará por siempre. ¿Será verdad tanta belleza? Sin duda que en mi interior se dan una amalgama de sensaciones. Muchas veces parece que uno está tocando el cielo con la mano, pero otras uno parece estar de lo más prosaico y hasta embarrado en medio de un mundo sordo y despreocupado del hacer de Dios y de su bendición.

En el Evangelio de Lucas 10, 1-20 encontramos también un ramalazo de optimismo en el momento del envío de los 72 discípulos y el momento del reencuentro después de realizar la misión. Jesús envía a 72 diciéndoles que “la mies es mucha y los obreros pocos”. Jesús constata que hay mucha gente que tiene hambre de Dios, que espera gozosa el anuncio de una buena noticia, y sin duda el anuncio que estos discípulos llevan es que “El Reino de Dios está cerca; que Dios ha decidido ser su “Rey” y que ya pone en obra la realización de las promesas”. Jesús necesita colaboradores que junto con él y en su nombre lleven el anuncio del Reino y la realización de ese mismo reino en el acontecer de la comunidad de discípulos.

Los obreros son pocos. Jesús contempla la urgencia de la conversión y la llegada del Reino de Dios a todos los hombres. Es lo mejor que les puede suceder y desea ardientemente que esto suceda. Por eso son necesarias muchas manos para llegar a toda la mies, a todas las personas que tienen oídos abiertos a la acción del Espíritu.

Jesús no quiere que se malogre la mies por falta de manos o de testigos y por eso moviliza a los suyos. Es hora de ponerse en camino, sin grandes seguridades, ligeros de equipaje y dando testimonio de dos en dos (válido por ser de dos y válido porque es vivido en comunidad) ofreciendo gratis la buena noticia del Reino de Dios cercano, haciendo la oferta a todos: a los que la acogen y a los que no la acogen. Es el momento del juicio, del discernimiento y de la opción. Cerrarse al Reino es cerrarse a la oferta de Dios que es oferta de salvación, de cumplimiento de las promesas a cabalidad.

“Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Está claro que Dios sabe de sobra que hacen falta obreros. ¿Para qué pedirle? ¿Será que condiciona el envío a la oración? Digo yo que será porque rezar o pedir es entrar en la misma dinámica de Jesús que está en sintonía con el corazón del Padre. El Padre es el que envía a Jesús y Jesús, como el Padre le ha enviado a él, nos envía a nosotros. Orar es entrar en esta misma dinámica de contemplar al hombre necesitado de vida o asfixiado por tantos afanes y despistado o entretenido en miles de cosas que no llevan a ningún sitio y sentir en cada uno de nosotros la fuerza del Espíritu que nos saca de nuestra caverna y nos lleva a evangelizar, nos lleva a ser misioneros y testigos del Evangelio.

El “orad” es una invitación a la vez individual y comunitaria. Rezar cada uno pero a la vez rezar todos juntos, orar en comunidad. Y es que el evangelio, la misión y el Reino se despliegan o acontecen en la comunidad de discípulos. Solo en la comunidad se puede vivir el mandamiento nuevo y la vida fraterna. Y quizás aquí vemos una explicación del por qué encontramos tanta resistencia al Reino de Dios y su anuncio.

Entre nosotros no fragua la experiencia de la fe en comunidad; preferimos vivirla a la intemperie y cada uno por su cuenta. No somos referenciales, la iglesia no es referencial como vida fraterna. Y entonces difícilmente habrá misioneros, testigos y enviados. El Papa Francisco dice que la iglesia no crece por proselitismos sino por atracción, y para atraer hay que hacer una buena oferta visible y experimentable.

Urge el rezar con convicción (Rogad al Señor de la mies) para que acontezca en nosotros la conversión y el reino de Dios y así puedan ser enviados obreros  a la ancha mies del mundo.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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