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Orar con la palabra 9 de marzo

Orar con la palabra 9 de marzo

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 1-13

 

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan».

Jesús le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”».

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos de! mundo y le dijo:
«Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».

Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”».

Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Comentario

Cada año, al iniciar la Cuaresma, nos encontramos con el relato de las tentaciones de Jesús. Es una escena que cada evangelista nos cuenta con distintos matices. Este año hemos escuchado la versión de San Lucas, que nos presenta tres tentaciones bien conocidas: convertir una piedra en pan, invocar la protección de los ángeles ante un riesgo y la promesa de todos los reinos del mundo a cambio de «venderse» al mal. Pero más allá de los detalles de cada una, todas apuntan a lo mismo: la tentación de reemplazar a Dios por cualquier cosa, desde lo más básico, como el pan, hasta lo más atractivo, como el poder y la gloria. En última instancia, es la tentación de creernos dioses.

Este relato nos resulta familiar, pero no podemos pasar por alto el contexto en el que ocurre. Porque ahí se nos dan pistas clave para entender el sentido de esta Cuaresma que acabamos de comenzar.

Jesús, nos dice Lucas, «fue llevado al desierto» y allí «fue tentado». Como Jesús, también nosotros somos invitados a entrar en nuestro propio desierto, a despojarnos de lo superfluo y mirarnos con sinceridad. El desierto nos ayuda a reconocer que el mal no está solo fuera, en el mundo que nos rodea, sino también dentro de nosotros, en esas actitudes que nos impiden vivir en plenitud, que nos alejan de Dios y de los demás. Como Jesús, estamos llamados a no evadirnos, a enfrentar nuestras tentaciones cara a cara, para convertirnos, para dar un giro y hacer de nuestra vida algo distinto, algo más parecido al proyecto que Dios tiene para nosotros.

Sin embargo, este no es el final de la historia. Las lecturas de este domingo nos ayudan a comprenderlo. No, la Cuaresma no es un fin en sí mismo. No se trata de la renuncia por la renuncia, del sacrificio sin más y mucho menos en un cambio de vida solo «porque nos viene bien». La Cuaresma no puede convertirse en un tiempo triste, gris ceniza y morado. La Cuaresma nos encamina hacia la Pascua, hacia la resurrección. Sin esa meta, el resto no tendría sentido. San Pablo lo dice sin rodeos: «Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo». Porque quien pone su confianza en Él, nunca queda defraudado. Por eso las lecturas de hoy, al inicio de este tiempo cuaresmal, nos recuerdan algo fundamental: del desierto se sale. La tentación no es eterna. El demonio, al final, se marcha «hasta otra ocasión». Y lo más importante: en esta lucha, no estamos solos. Dios camina con nosotros. Su propio Hijo ha pasado nuestra misma prueba y su Espíritu nos sostiene, como a Jesús. Aún en la tentación, aún en el desierto, Él sigue «lleno del Espíritu Santo». 

Esa es la gran noticia que celebraremos en Pascua: Dios ha sellado una alianza definitiva con nosotros. Se ha puesto de nuestra parte incondicionalmente. Es esa misma experiencia que Moisés recuerda a su pueblo y que escuchábamos en la primera lectura. Ni Egipto con su esclavitud, ni el desierto con sus tentaciones tienen la última palabra, sino un Dios que escucha nuestro clamor. Él es quien, como pedimos cada vez que rezamos el Padrenuestro, nos ayuda a «no caer en la tentación». Nos ofrece una promesa, una bendición, en definitiva, una vida en plenitud.

A nosotros, los bautizados, se nos invita en esta Cuaresma a recorrer el mismo camino de Jesús: entrar en el desierto para convertirnos frente a un mal que sigue presente en nosotros, sí, pero siempre con la certeza de que hay una tierra prometida al final. Y esa tierra no es un lugar, sino un encuentro: el de cada uno de nosotros con el Dios de la Vida, con el Resucitado, en la Pascua.

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