
14 Feb Orar con la palabra 16 de febrero
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 6, 17. 20-26
En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
6º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
El objetivo de las lecturas de hoy (las maldiciones y bendiciones de Jeremías, el salmo 1 y las bienaventuranzas de Lucas) es situarnos ante el problema del sentido profundo de la vida humana, de su fundamento, de su enraizamiento. Para ello, hacen un contraste paralelo entre dos maneras de querernos realizar en tanto que seres humanos: una, poniendo la confianza en nosotros mismos; otra, poniendo la confianza en Dios. Son opciones antitéticas. La primera se muestra como una vida vivida a ras de tierra, que termina en la perdición; la segunda, como una vida orientada hacia el cielo, que desemboca en la felicidad. ¿En qué o quién hemos puesto nuestra confianza? ¿Qué camino elegimos al afrontar nuestra vida?
La predicación de Jesús sobre el Reino entronca con estas cuestiones radicales que todo hombre se hace y que atienden a lo que realmente importa y es fundamental. Lo muestra que la gente se agolpó en torno a Él en una llanura tras bajar del monte, porque tenía sed de respuestas a sus inquietudes profundas. Esa muchedumbre representa a toda la humanidad que busca. Y, así, por confluencia del ansia de plenitud del hombre y de la respuesta revelada que de Dios viene, se originó el “sermón de la llanura” que el evangelista Lucas recoge.
Jesús les dirigió la palabra empezando por las bienaventuranzas. Lo primero que quiso decir es que Dios nos quiere felices. Eso es lo que significa “bienaventurados”. La felicidad profunda proviene de alinear nuestra vida con un propósito mayor, con aquello para lo que somos creados. Si descubrimos nuestro fin, descubrimos el sentido de todo, de nuestro origen y de nuestro presente.
Las Bienaventuranzas nos impactan siempre y nos remueven por dentro, porque son palabras inspirantes que trazan una guía de ruta hacia Dios según una nueva ley. El itinerario es paradójico y choca con nuestro deseo de satisfacción inmediata. Imponen una lógica divina, que no es habitualmente nuestra lógica interesada y egoísta; imponen una nueva escala de valores. Jesús afirma que serán felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y los que son odiados por su causa. Pero, ahora, no; habrá que esperar a la recompensa futura en la patria celestial. De este modo, con sus promesas de futuro, las bienaventuranzas recogen las mejores aspiraciones y esperanzas del corazón humano. Son el sueño de un lugar donde no haya pobreza, donde no haya hambre, donde no haya lágrimas, donde no haya odio ni difamación. No son tan solo una ética, sino, sobre todo, la revelación del rostro de Dios, del estilo de vida de Jesús y de la verdad última del ser humano. Jesús fue feliz, porque vivió con sencillez. (Con poco se puede ser feliz). ¿Qué nos atrae con tanta fuerza que no nos deja volar, ser libres y felices? ¿La comodidad, el dinero, el orgullo?
Ya hemos notado que Lucas (a diferencia de Mateo que lo hace en un monte) coloca el pregón de las bienaventuranzas en un llano. Quizás lo haga para subrayar que la llegada del Reino arrastra un aire de denuncia y supone una justicia social. A las cuatro bienaventuranzas siguen cuatro “ayes” o maldiciones que se encuentran en el libro de Isaías. Los “ayes” son las anti-bienaventuranzas o malaventuranzas: el apego a las riquezas, la vanidad y el orgullo. Jesús advierte a todos aquellos que viven instalados en el bienestar sin preocuparse por los demás. De poco sirve aspirar al cielo, si no trabajamos la tierra.
Jesús fue feliz, pero no olvidemos que corrió la suerte de los verdaderos profetas a lo largo de la historia. Los que en verdad hablaban en nombre de Dios fueron insultados y perseguidos. Los falsos profetas fueron aquellos que difundieron solo aquello que las gentes querían escuchar. He ahí un termómetro. Si todo el mundo habla bien de nosotros, señal de que algo falla: no estamos siendo verdaderos profetas de las bienaventuranzas.
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