
18 Feb Orar con la palabra 23 de febrero
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros».
7.º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Tras la proclamación de las bienaventuranzas, continuamos leyendo este domingo pasajes selectos del Sermón de la llanura del evangelista Lucas.
Antes, para prepararnos a recibir una intensa lección sobre paz y reconciliación, se nos ha recordado una historia del Antiguo Testamento que contiene una enseñanza práctica al respecto. David perdonó la vida a su rival y enemigo, el rey Saúl, cuando tenía la oportunidad de vengarse de él por todo el mal que le había causado y por la persecución a la que le había sometido. Todavía aquí, la grandeza del perdón se expresa en términos de cumplimiento de un mandato, el respeto al Ungido del Señor, pero ya comienza a mostrarse un camino diferente para superar el mal y la violencia sin caer en ellos. David buscó la paz templando su corazón con benevolencia y compasión, imitando el modo de ser y actuar del mismo Dios.
Lucas nos recuerda que el mensaje fundamental de Jesús es precisamente este: amar como Dios nos ama. Una consigna que debemos llevar a sus últimas consecuencias prácticas en el caso más difícil, el de las personas que nos han causado daño con su pecado, con su enemistad o con sus celos. Se trata de una propuesta descabellada que parece antinatural. Lo lógico, normal e imaginable es devolver con la misma moneda con la que hemos sido pagados: amar a los que nos aman, hacer el bien a quien nos ha hecho bien, prestar dinero para cobrarlo con intereses. Pero, no: eso lo hacemos con frecuencia todos, buenos y malos, quizás sin esfuerzo, pero con poco mérito. Esta es la revolución sanadora y salvadora que propone Jesús: romper el círculo de la venganza, que solo genera más violencia, venciendo al mal con bien, al odio con amor. Así, la regla de oro (tratar a la otra persona como querría que me tratasen a mí) en clave cristiana va más allá de la reciprocidad y la correspondencia. Representa una exigencia, un “plus” de amor gratuito, desmedido, desinteresado. Tú, en cambio, ama a tu enemigo, has el bien al que te odia, bendice al que te maldice, ora por el que te injuria. No es fácil, pero Jesús lo hizo en su propia vida; soportó bofetadas y puso la otra mejilla; evitó ser defendido con violencia y pidió por sus verdugos. Aquí está la novedad del amor cristiano que todos soñamos: no solo en ponernos en el lugar del otro antes de actuar, sino en re-amar amando como Dios hace: sin límites, siendo bueno con malvados y desagradecidos. Se trata de imitar las cualidades divinas con nuestros semejantes no juzgando, no condenando, perdonando y dando. Solo porque Dios es así, porque su amor está a la base de todo amor nuestro, es por lo que nos puede proponer tal desmesura. Amar siempre, incluso a quien no lo merece, sobrepasaría nuestros límites, sino contáramos con su gracia. “Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar, te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas, y te ayuda para que puedas”, dijo San Agustín. ¡Qué podamos, porque sí se puede amar así!
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