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Orar con la palabra 26 de enero

Orar con la palabra 26 de enero

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21

 

Ilustre Teófilo:

Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».

Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.

Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».

3.º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

Los domingos del tiempo ordinario del ciclo C hacemos lectura continuada del evangelio de Lucas. Hoy empezamos leyendo el prólogo, en el que el evangelista desvela el objetivo de su obra: contar por orden cronológico a Teófilo, seguramente una persona querida que financió el proyecto y le dio difusión, la vida de Jesús, tal como se la habían trasmitido los testigos oculares. Fe en una persona, investigación histórica, tradición, y enseñanza son los móviles de las narraciones evangélicas.

Estas motivaciones aparecen también en la lectura pública de las escrituras del Antiguo Testamento que, con motivo de la vuelta del destierro de Babilonia y la fiesta de los Tabernáculos, convocó el sacerdote Esdras antes de reiniciar la reconstrucción del Templo de Jerusalén. La lectura del Libro de la Ley constituyó un motivo de alegría para el conmovido pueblo, que reconoció en esta proclamación la presencia de Dios y la base de su identidad. Con esa ceremonia se puede decir que nace el Judaísmo.

Precisamente, por este motivo, Lucas ubica la primera predicación pública de Jesús en el interior de una celebración litúrgica de la Palabra, subrayando que era en él costumbre acudir a la sinagoga el sábado. A buen seguro, Jesús frecuentó la sinagoga desde la infancia, siendo asiduo oyente de la Biblia. He aquí el tema principal de la liturgia de hoy: la proclamación de la Palabra, la que se hizo en Jerusalén en tiempos del sacerdote Nehemías, la más discreta de Jesús en la sinagoga de Nazaret, la contemporánea que acabamos de realizar en nuestra celebración eucarística dominical. Proclamar la Palabra de Dios no es solo leerla; como acción sagrada, tiene por meta trasformar nuestra existencia mediante la comunicación y el diálogo. Los israelitas del tiempo de Nehemías experimentaron algo especial al recordar la Ley de Moisés; los vecinos de Jesús en Nazaret sintieron algo parecido al escuchar de su boca las palabras del profeta Isaías. Su comentario, inspirado por la potencia del Espíritu Santo, reveló el sentido profundo de aquellas palabras: eran el programa de vida de Jesús, el objeto de su misión: tutelar la dignidad de los pobres, ofrecer la curación a los enfermos y facilitar la liberación a todos los esclavizados de su tiempo por el pecado. 

Jesús había empezado a enseñar en las sinagogas de Galilea. Al regresar a su pueblo, Nazaret, ya famoso, y acercarse a la sinagoga, todos los ojos debieron de estar puestos en él: la expectación  era máxima. Imaginemos la cara de los nazarenos y el silencio sepulcral que hicieron: ¡Jesús, con la autoridad y la fuerza de Dios, predicaba que Él y la Sagrada Escritura eran lo mismo! La verdadera identidad de Jesús y su misión quedaban desveladas: el mensajero era el mensaje. En ese momento, la proclamación de la Palabra produjo su fruto: se encarnó en la vida y la gente se llenó del Espíritu de la Escritura. ¡Cómo nos hubiera gustado estar allí delante, presentes en un momento tan crucial e histórico! Al proclamar que “hoy” (por aquel día) se cumplía la antigua profecía, Jesús inauguraba el primer año jubilar cristiano; más si cabe, la época de la gracia. Por fin, la Palabra revelaba cómo era Dios sin errores, cómo era su verdadero rostro y su predilección por lo pobres. A los que estaban cargados de dolor y agobiados por la pobreza, Jesús les aseguró que Dios los tiene en el centro de su corazón y de sus preocupaciones. ¿Hubiéramos salido de la sinagoga trasformados e ilusionados, ungidos por el Espíritu? 

Todavía hoy la proclamación y la escucha de la Palabra sigue construyendo y edificando la vida de los cristianos en la Iglesia. ¡Qué la proclamación de hoy nos haya fortalecido, unido y constituido como comunidad a los que estábamos dispersos, y nos haya hecho sentir y reconocer como pueblo habitado por el Espíritu! 

scjdehonianos
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