
28 Dic Orar con la Palabra 29 de diciembre
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2, 41-52
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Juan de Letrán
LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ.
Después de varios días de celebración, confraternizaciones, fiestas familiares… entre otras cosas, nos encontramos el día de hoy con la celebración de la Sagrada Familia. Además, nos encontramos con la apertura de la Puerta santa de la Basílica de San Juan de Letrán, que señala el inicio de la celebración del Año Jubilar del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
En este marco del Año Jubilar, del inicio del Año Santo y del ofrecimiento visible a la invitación a entrar por una Puerta Santa para apreciar el amor y la misericordia de Dios, la liturgia nos invita a contemplar a la sagrada Familia de Nazaret. Familia extraordinaria, pues fueron los fieles testigos de lo que Dios ha hecho por la salvación de la humanidad con la Encarnación del Verbo, Jesús, nuestro Señor.
Sin embargo, más allá de exaltar lo extraordinario que han sido José y María por ser los custodios del Verbo Encarnado, destaquemos lo que tienen en común con la familia de cada uno de nosotros. La Familia de Nazaret nos interpela para que nuestra familia sea un hogar donde reine el amor, el respeto y dónde los desafíos y alegrías del día a día no cierren nuestro deseo de seguir, en todo momento, buscando ser los vigilantes en hacer la voluntad de Dios.
Para ser una familia vigilante en hacer la voluntad de Dios debemos ser capaces de honrar a los seres queridos que Dios nos ha dado como nuestros custodios en este mundo: nuestros padres. A tal punto que el libro de Sirácida nos dice: “quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros” (Sir 3). Más que una obligación a cumplir, somos llamados a mantener relaciones reciprocas fundadas en el amor que nos viene del mismo Dios.
San Pablo nos exhorta como elegidos de Dios, santos y amados (familia santa), que debemos revestirnos de compasión, de bondad y humildad, además de las virtudes de paciencia y mansedumbre. Para ser sagrada nuestra familia, debemos ser capaces de perdonarnos y por encima de todo amarnos.
Es por esto por lo que, ante la escena familiar que nos presenta el Evangelio, vemos al joven Jesús, quien hasta el momento no había pronunciado palabra alguna en el Evangelio de Lucas, diciendo: “¿Acaso no sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” Jesús, que desde su temprana edad ya tiene capacidad por sí mismo de cumplir los mandamientos y ser responsable por sus actos, se encuentra en el templo discutiendo con los maestros de la ley. Un Jesús que sabe que debe ocuparse de las cosas del Padre y es hijo de una María que confía en los designios de Dios y representa a toda una comunidad que confía en Dios. La familia de Nazaret, que tiene por padre a José, hombre justo que siempre busca escuchar y realizar la voluntad de Dios en su vida y en la vida de su familia, nos muestra como debe ser nuestro camino discipular.
Estamos delante de una Familia como la nuestra, que tiene que vivenciar juntos los momentos de alegrías y conquistas, así como tener esperanza y fortaleza en momentos de angustias e incertidumbres. Ahora nos toca aprender a ser como la Familia de Nazaret que buscan en todo momento hacer la voluntad del Padre. Como familia pasemos los umbrales de la Puerta Santa y reconozcamos que Jesús, el Verbo Encarnado, es el gran don que nos ofrece el Padre a nuestras familias.
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