
03 Abr Orar con la palabra 6 abril
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
ORAR CON LA PALABRA
«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis» Estas palabras del profeta Isaías, en el centro de la primera lectura, pueden servirnos como hilo conductor para comprender el mensaje que la Palabra de Dios nos transmite en este quinto domingo de Cuaresma, en nuestro camino hacia la Pascua. En efecto, en todas las lecturas encontramos esta contraposición entre lo viejo y lo nuevo: aquello a lo que se refiere el profeta, lo que Pablo deja atrás considerándolo sin valor frente a lo verdaderamente importante, y la actitud de los fariseos (de quienes se dice —y esto no es casual— que los primeros en retirarse son «los más viejos»), ante la nueva forma de perdonar que propone Jesús.
Quizá por influencia del mismo Pablo, cuando habla de abandonar el «hombre viejo», tendemos a ver lo antiguo como algo negativo. Pero nada más lejos de la realidad. Si volvemos a Isaías, «lo de antaño» hace referencia a todas las obras maravillosas que Dios había realizado en favor de su pueblo: su liberación, su victoria sobre la opresión. Esas acciones marcaron profundamente la experiencia de fe de Israel, que, a pesar de sus muchas infidelidades, intentó responder con la lealtad que el pacto con Dios exigía. Esa fidelidad se traduce en compromisos concretos que tanto Pablo como los fariseos del evangelio buscaban cumplir.
El problema surge cuando nos aferramos a lo viejo sin avanzar, cuando no sabemos —o no queremos— ir más allá. Es una tendencia muy humana: «Siempre se ha hecho así». No solo sucede en la vida cotidiana, sino también en el camino de fe: «Ya sé lo que Dios me pide, ya sé cómo hacer las cosas». Es la actitud de aquellos fariseos: un pecado, una condena. La ley es clara. Desde su perspectiva, están actuando correctamente. Son cumplidores. Sin embargo, el riesgo de quedarnos en lo antiguo es que podemos cegarnos, tanto ante los demás como ante lo que Dios quiere hacer en nosotros. «¿No lo notáis?», insiste el profeta. Aquellos hombres —viejos no solo en edad, sino en el corazón— no son capaces de ver que, más allá del pecado, está la persona. No comprenden que el error de esa mujer no se repara simplemente quitándola de en medio. Y, sobre todo, son incapaces de descubrir la novedad de la misericordia que Jesús ofrece, revelando así el verdadero rostro de Dios.
En el fondo, este es el gran conflicto que llevará a Jesús a la cruz: la resistencia a aceptar que Dios no se ajusta a nuestros esquemas ni a nuestras normas. El Padre que Jesús nos revela, su perdón (como escuchábamos el domingo pasado), su acogida sin límites, el compromiso que nos exige y el amor al que nos llama, superan todo lo que aquellos judíos —y a veces también nosotros— pensaban saber sobre Dios. Y en lugar de alegrarse, como Isaías, por un Dios que abre nuevos caminos en el desierto, deciden silenciar su voz, aferrarse a lo establecido y no permitir que nada les saque de su rutina.
Por eso, hoy más que nunca, necesitamos escuchar al profeta. Para él, lo que Dios hizo en el pasado fue grandioso, pero nada comparado con lo que está por venir. Necesitamos la actitud de Pablo, que no se aferra a sus seguridades pasadas, sino que se mantiene en movimiento, corriendo hacia la meta con la esperanza puesta en la salvación que Cristo nos ofrece. Necesitamos escuchar las mismas palabras que Jesús dirige a la mujer: «Anda, y en adelante no peques más». Porque el pasado —incluso el de nuestros pecados— no es una losa que nos aplasta. Es posible mirar hacia adelante. Es posible esperar algo nuevo.
«Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor». Él es la novedad que hace nuevas todas las cosas. Ojalá sepamos descubrirlo cada día para no caer en la injusticia, la condena o la mentira; para no reducir a Dios a algo viejo, sino para abrirnos a su misericordia y su perdón, que son siempre nuevos.
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