Pascua de Resurrección

Resurrección

Pascua de Resurrección

Verdaderamente, Cristo ha resucitado.

En la Vigilia Pascual con la proclamación del Evangelio, donde se anuncia la Resurrección del Señor, se inaugura el día de la Pascua de Resurrección que tendrá una duración litúrgica de 8 días. Las lecturas propuestas para la celebración de la eucaristía en este día, lo que hacen es resonar lo anunciado con inmenso gozo en medio de la noche que precede al alba del día de la resurrección. Durante los 8 días de la octava de Pascua se reiterará machaconamente el anuncio de la resurrección del Señor.

El Evangelio de Juan (20, 1- 9) abre un tiempo nuevo. El “tiempo anterior” se ha terminado en el día “sexto” con la muerte de Jesús. Las últimas palabras de Jesús (29, 30) han sido: “Todo se ha cumplido” o “Todo queda hecho”. Juan estira el día sexto de la creación hasta este momento de la vida de Jesús que es su entrega y muerte. De aquel “Vio que TODO era muy bueno” se llega a este TODO QUEDA HECHO. La obra creadora se culmina con la perfección adquirida por el Hijo del Hombre que llega a ser en plenitud Hijo de Dios. El hombre en Jesucristo es hijo de Dios. La obra del Mesías queda finalizada  en este gesto de su entrega total.

Ahora, el Evangelio anuncia un nuevo día: El primer día de la semana. Un nuevo día donde se inicia una “NUEVA CREACIÓN”. Un nuevo día que será “octavo día” y definitivo: un día que ya no tendrá ocaso porque el “sol emergente” es el Hijo de Dios, Jesucristo, RESUCITADO de entre los muertos.

Juan nos va a narrar como se va a expandir esta LUZ de Cristo en la fe de los discípulos. De aquellos discípulos que creen en Él porque han descubierto, experimentado y aceptado su amor. Tendremos varios protagonistas de esta historia de fe, además de Jesús que es el centro de la narración. También aparecen María Magdalena, el Discípulo amado (a quien llamaremos Juan) y Pedro.

El día, a pesar de estar amaneciendo, está oscuro. Ausencia de fe. Los discípulos “creen” que la muerte ha vencido a la Vida (luz). María va al sepulcro. ¡Sorpresa! La losa está quitada. Algo muy distinto a lo sucedido con la muerte de Lázaro. La losa, símbolo de la muerte, no ha tenido dominio sobre Jesús. María no sabe leer los signos y piensa que alguien ha robado el cuerpo muerto de Jesús. Y esto es lo que va a anunciar a Simón Pedro y a Juan. Estos corren alarmados, pero todavía sobrecogidos con el acontecimiento de la muerte del Maestro. Juan va más deprisa, no por ser más joven sino porque había experimentado el amor de Jesús y algo le decía que ese amor no podía morir.

Había palabras y hechos en Jesús que anunciaban su resurrección y esto no pasa desapercibido al amor. Pedro va más lento porque su proceso de fe es mucho más lento. Pedro sigue buscando seguridades en sus fuerzas y hasta ahora sigue manteniendo “la duda” en lo referente a Jesús. Es de los que se fía pero a medias. “Habrá que ver” dirá en su interior muchas veces y por eso “no ve”. Pedro volverá del sepulcro como fue. Es Juan el que VE. Es Juan el que CREE. Juan ve las sábanas plisadas y estiradas sobre la piedra. Ve el sudario envolviendo algo en otra parte. Lee los signos. Lázaro apareció con el sudario sobre la cabeza y atado con las sábanas. Hubo que desatarle para que reviviera. Jesús no ha estado atado a la muerte. La muerte no ha tenido dominio sobre Él. Jesús ha vencido a la muerte. Ha resucitado. Juan (el discípulo amado) cree que Jesús VIVE. Es el VIVIENTE. La luz del nuevo día, la nueva creación empieza a realizarse y a verificarse en los que siguen a Jesús. Juan está “iluminado”.

El Evangelio concluye con el anuncio de que se han cumplido las Escrituras: “Que Él había de resucitar de entre los muertos”.

En la lectura de los Hechos (10, 34 – 43) oímos el testimonio del testigo y creyente Pedro. Son palabras enternecedoras y apresuradas. Nacen de un corazón enardecido que quiere decir mucho en pocas palabras. Pero en definitiva nos dice y anuncia el kerigma sobre Jesús y su Evangelio. “DIOS LO RESUCITÓ AL TERCER DÍA”.

Jesús había muerto colgado de un madero y había estado bien muerto (tres días). Pero Dios no abandonó al Justo en la muerte sino que lo rescató de la muerte. Jesús de Nazaret había sido ungido por el ESPÍRITU SANTO y este Espíritu ha efectuado en Jesús la obra anunciada en la profecía de Ezequiel sobre los huesos muertos.

Y la buena noticia sigue ampliándose porque todo esto reverbera en aquellos que creen en Él: “Los que creen en Él, por su nombre, reciben el perdón de los pecados”. El perdón de los pecados y su consecuencia que es la muerte. El pecado es negar a Dios; separarse de Él y por lo tanto alejarse de la luz y de la vida: es igual a entrar en la oscuridad y en la muerte. Creer en Jesús es aceptar la luz y la vida: es estar iluminados y resucitados para siempre.

Pablo (Colosenses 3, 1 -4) nos habla justamente de esta realidad vivificante que acontece en el que cree en Jesús. Pablo afirma en pasado la resurrección de todos nosotros. YA HEMOS RESUCITADO CON CRISTO. El que cree ya ha resucitado. Nada que temer. ¿Quién nos va a separar del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús? ¡Que alegría! La muerte ha sido vencida y no tiene poder sobre nosotros. Pablo sigue razonando y pidiéndonos que aspiremos a los bienes de arriba, a los bienes del Reino de Dios. Que no nos dejemos atrapar otra vez por las cosas a las que hemos renunciado en nuestro bautismo. Nos pide que seamos coherentes.

Para todos FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN.

 

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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