
12 Jun Santísima Trinidad: danos de lo tuyo, Señor
Santísima Trinidad: danos de lo tuyo, Señor
¿Qué es lo tuyo, Jesús?
Parece que lo das por hecho, que todos deberíamos saberlo, pero creo que andamos un poco despistados.
Algunos dicen que lo tuyo es mantenernos alejados del pecado, y no lo niego, pero a veces esa preocupación se convierte en una construcción rígida, casi inhumana, de una vida irreprochable.
Otros afirman que lo tuyo es liberar a los pobres de su miseria, y están bien encaminados, aunque ¡cuántos se agotan porque la tarea parece inabarcable!
Hay quien sostiene que lo tuyo es hacer milagros, y acuden donde se han encontrado migajas de tu gloria. Algunos te encuentran a ti, y eso lo celebramos, pero también es cierto que otros te buscan más por lo que haces que por lo que eres. Como cuando multiplicaste los panes, y te seguían porque les habías dado de comer.
También se dice que lo tuyo era predicar, hacer llegar la bondad de tu Palabra a quienes necesitan aliento. Y en eso nos esforzamos quienes decimos saber algo de ti.
Pero, ¿es eso exactamente a lo que te refieres, Señor?
Cuando dices que no podemos cargar con las cosas que te quedan por decir, ¿no seremos demasiado osados quienes hablamos con tanta seguridad sobre ti, sobre lo tuyo?
Nos recuerdas que el Espíritu Santo está entre nosotros precisamente para eso: para guiarnos hacia la verdad plena.
Entonces, lo tuyo no es algo evidente, ni una fórmula matemática.
Será algo que debemos escuchar, discernir, buscar. Habrá que fruncir el entrecejo, sentarse en silencio y permitir que la luz del Espíritu atraviese el velo de la confusión… hasta que se haga la luz. Porque la luz es la verdad.
Tal vez deberíamos pasar más tiempo escuchando al Espíritu, y menos tiempo hablando de lo tuyo.
Dices que lo tuyo es lo que tiene el Padre. O al revés: que todo lo que tiene el Padre es tuyo.
Y que el Espíritu lo anunciará.
Parece un enigma, pero no es una adivinanza. No es una verdad reservada a unos pocos.
Porque, si hemos entendido bien el Evangelio, lo tuyo es amar.
Y en la cruz quedó claro: nos mostraste cuánto puede vaciarse el corazón de Dios cuando ama.
Eso es lo tuyo: la entrega total, el amor sin medida, el amor que se derrama, que no se puede poseer, que se da y se da de nuevo.
Allí, en la cruz, nos diste todo lo tuyo. Todo lo que tiene el Padre, y que es tuyo, es amor.
Un amor que insiste en la entrega, y que se derrama en nuestros corazones por medio del Espíritu.
Así nos lo recuerda san Pablo.
Un Dios que se entrega: Padre, Hijo y Espíritu
Eres Trinidad porque somos lentos de entendederas.
No bastaba darnos la existencia como Dios creador: seguimos desconfiando.
No bastó entregar la vida del Hijo: demasiado amor para aceptarlo gratuitamente.
Entonces te haces Espíritu: nos ayudas a aceptar sin comprender.
Desde el principio, ya eras Trinidad.
El Espíritu, dice el libro de la Sabiduría, jugaba con el mundo.
Mientras tú, Padre, creabas, Él alegraba todo, llenándolo de chispa.
El Hijo, mientras tanto, juraba sobre cada criatura que daría la vida por ella.
No es fácil entenderlo.
Nos desconcierta, nos desarma.
Pero no deja de ser verdad.
Hay que renunciar a entenderlo todo, dejar que el misterio sea misterio.
No hace falta comprender el amor para disfrutarlo.
Y es el desconcierto el que nos libra de querer poseerte, y nos abre a la única actitud posible:
Adorar.
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