SEÑOR, ¡SALVAME!

SEÑOR, ¡SALVAME!

Jesús tiene prisa por quedarse solo. Había ido a aquel lugar a retirarse y la gente se le había adelantado. Una vez finalizada “la misión” despide al personal, y a los suyos les dice que vayan por delante de él a la otra orilla del lago. Se queda solo. Busca ansiosamente el encuentro a solas con el Padre. Jesús es un hombre de profunda oración.

¿Necesita Jesús orar? ¿Cuál es su oración? ¿Qué contenidos tiene?  Si “orar” no es solo “pedir” o acudir a “Santa Bárbara cuando truena” van de calle las respuestas. Si orar es diálogo y encuentro con Dios, Jesús necesitaba de este encuentro como “agua de mayo”. No podía pasar sin él. Jesús era en todo semejante a nosotros y por eso su oración no era pantomima sino que era algo fundamental y necesario en su desarrollo personal e histórico.

Su oración es la del Hijo encarado a su Padre en el que tiene puestas todas sus complacencias, todas sus esperanzas, todas sus expectativas. Por eso su oración, como buen judío que es, contiene ante todo un apartado de alabanza y de bendición. En esa alabanza y bendición entran todos los avatares de la vida vistos como algo que Dios ha dispuesto en para su bien y el bien de los demás. En ese día agradecerá, en concreto, el encuentro con tanta gente que lo busca porque en el fondo tiene hambre de Dios y de gente que comunique “Buena Noticia”. A la alabanza y la bendición seguirá el sentirse a gusto con el “Amado”. Qué bien estar ocupado en “no hacer nada” sino tan solo sentir la presencia del Dios de tu vida en tu vida. Y a este Dios que sabes que te ama, preguntarle ¿qué quieres de m,i aquí y ahora?  Quiero hacer en todo momento tu voluntad porque es con mucho lo mejor para mi vida y para los que Tú amas y yo amo, los hombres mis hermanos y tus hijos. Mi misión tiene éxito cuando curo a los enfermos o doy de comer a 5.000 personas. Quieres que mi “mesianismo” sea de estos fulgurantes o prefieres un mesianismo que vaya al corazón de los hombres para que cambien, se conviertan y descubran que el camino que lleva a la vida pasa también por caminos de cruces en el que no todo el monte es orégano. Convertirse supone renunciar a muchas cosas y a aceptar otras que no nos gustan tanto. Convertirse es fundamentalmente negarse a uno mismo y ponerse al servicio de los demás. Señor ¿qué quieres que haga?  Llévame siempre de tu mano y haz que mi pie no se desvíe nunca de tus planes. Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.

De la oración le saca la tormenta en el lago. Los suyos están en medio del peligro. La oración no le distancia de la marcha de la vida. Acude en su ayuda de la forma que les viene bien a los discípulos para que vayan intuyendo quién es Jesús.

“Soy yo. No temáis”. Es una declaración muy fuerte de quién es Jesús  para los discípulos que lo oyen. La voz se les hace familiar. Pero el “Soy yo” les abre los ojos y los oídos para ver que Jesús no es un fantasma, ni un personaje más en la historia, sino que es alguien que está muy relacionado con el Dios de Abraham y el Dios de Moisés. “Yo soy” es el nombre de Dios y esa resonancia trae la voz de Jesús sobre su persona. Por eso Pedro se atreve a pedirle que le mande ir hacia él. Jesús dice “Ven”. Una invitación para Pedro, para los discípulos, para ti, para mí. VEN. Y estamos en medio de la tormenta. Tormenta que parece no tener amaine posible. Pedro se fía y va y camina sobre las aguas. En el nombre de Jesús vence el miedo y a la tormenta. Está ahí el peligro, la persecución, la espada, la muerte, pero todo es vencible en el nombre de Jesús. En medio de la tormenta hay que saltar al agua; hay que mojarse sentir batir la furia de las olas y de los vientos. No hemos de esperar a que amaine para actuar. Hace falta arriesgar.

Pedro duda, o tiene miedo, y se hunde.  Y de su corazón miedoso y cobarde sale una hermosa oración: “Sálvame, Señor, que perezco”.  Esto le pasa a Pedro y nos puede pasar a cada uno de nosotros. Las cosas se pueden poner “bravas” y parece que nos hundimos. Caemos en el desaliento, en la desesperanza, en la acedia, en la tentación de volver a los campamentos de invierno. Y no. Acudamos al Señor. Pidamos que nos eche una mano. Pedro encuentra la mano de Jesús que lo saca de la tormenta o lo restituye a la superficie.

Jesús le dice: -Que poca fe. ¿Por qué has dudado?- Reproche, extrañeza o lamento de Jesús. Esperaba un poco más de fe en Pedro y lo espera también de nosotros. Tantas veces se cierne la duda sobre nosotros; tantas veces nos preguntamos una y otra vez, el si está o no está Dios en favor nuestro, en medio de nosotros. Y lo está; claro que lo está. Hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados. Nada pasa que no sea para bien de los amados de Dios y de aquellos que descubren esa mano de Dios en todos los acontecimientos de su vida. Hemos de ser solidarios y darnos ánimo. Estamos en la tormenta pero no estamos dejados de la mano de Dios. Sigue a nuestro lado.

Jesús sube a la barca y se calma la tempestad. Los de la barca reaccionan postrándose ante Jesús y le declaran que él es realmente el Hijo de Dios. Lo que para los discípulos es “el final”, para nosotros es el principio. Sabemos que Jesús es el Hijo de Dios. No le pidamos continuamente pruebas para que tengamos claro que es el enviado de Dios. Nos basta con la prueba de “Jonás”; la prueba de su muerte, su sepultura y su resurrección de entre los muertos. Podemos encontrar multitud de pruebas en nuestra vida de la presencia benefactora de Dios. Hemos palpado realidades en las que se ha visto la mano de Dios. Gocemos de esas realidades y demos gracias. Nos basta con ellas, aunque sabemos que Dios es prodigo en señales y manifestaciones de su presencia.

“La barca” siempre es un referente eclesial. Esta iglesia nuestra que navega por mares profundos. Navegación que no es de calma chicha ni mucho menos. Hay tormentas y serias. Hay desfonde y desánimo; hay deserciones o inacciones. Momentos de oscuridad al menos aparente. Quiero significar hoy, para que no pase desapercibido, el documento Vaticano sobre la conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. Un documento que quiere lanzarnos a todos a remar mar adentro para volvernos eficaces en nuestra misión evangelizadora. Es un documento largo, pero puede ser valioso si se toma como hoja de ruta para mover esta barca por caminos ya indicados en el Vaticano II y que han sido eclipsados por impulsos que podrían ser buenos pero que no miraban hacia el profundo mar o a adentrarnos en el mundo como es y no como a nosotros nos gustaría que fuese. Pone el acento en la corresponsabilidad de todos en la tarea evangelizadora. Es una palabra gruesa eso de corresponsabilidad. Es necesario que los cristianos de a pie (un decir) asuman su tarea evangelizadora y es necesario que los cristianos que tienen la misión de pastorear a la grey reconozcan y dejen ejercer estos carismas laicales. La responsabilidad en la misión no es una concesión sino un derecho-deber bautismal.

Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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