Solemnidad de Todos los Santos

Solemnidad de Todos los Santos

Es una fiesta que nos invita a mirar al cielo, nuestra patria futura donde ya muchos de nuestros hermanos nos han precedido y allí gozan de la bienaventuranza eterna.

¿Qué es el cielo? Pregunta que nos hacemos en lo íntimo del corazón pero que ya casi nadie se atreve a hablar de ello por no aparecer como mojigato o por no querer complicarse la vida con interrogantes difíciles. Sin embargo hablar del cielo es hablar del contenido de nuestra esperanza y por lo tanto debería ser algo bastante normal por aquello de que tocamos uno de los núcleos principales de nuestra razón de vivir. Si no es así, y no lo es, es que algo funciona mal.

Yo hoy quiero hablar del cielo y tratar de dar razones para y de nuestra esperanza. Está claro que las lecturas de hoy todas hablan del cielo, pero de forma particular me fijaré, como horizonte, en la segunda lectura (1 Juan 3, 1-3) que habla de lo nuclear del cielo y de pasada da una definición: “Cuando se manifieste él, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”. Esta afirmación que parece tan inocente ha traído a mal traer la reflexión teológica durante muchos siglos y todavía puede durar el despiste en muchos casos.

El problema se centra particularmente en el “él”; si se refiere a Cristo o al Padre y también en el “veremos”: ¿a quién veremos? Y qué es eso de ¿“tal cual es”?

Pues bien, las discusiones teológicas sobre estas cuestiones derivaron en crear una idea de cielo, en el imaginario colectivo de la cristiandad que oscurecía bastante lo anunciado en el evangelio sobre el cielo. Hay una definición dogmática hecha por Benedicto XII en el 1342 en la que dice que el cielo es “ver a Dios contemplando su esencia divina, cara a cara, intuitivamente y de forma inmediata”. Esta definición fraguó y finalizó todo el pensamiento teológico y el cielo quedó pintado de una forma que se asemeja a un espectáculo en el que solo participamos viéndolo quietecitos desde nuestros sitios. De ahí pasar a tener la sensación de que el cielo puede ser algo muy pesado y aburrido no hay mucho trecho. Y siendo sinceros, un poco las cosas han ido decantándose por estas ideas que han ocultado la dimensión más valiosa del cielo. ¿Se ha equivocado Benedicto XII con su definición? Lejos de mi afirmar que erró Benedicto XII. Hemos de decir que se quedó corto o que solo marcó un matiz de los muchos que tiene la realidad del cielo. Y es bueno rescatar todos los matices y hacer sonar la riqueza que del cielo esconde la revelación bíblica.

Jesús, para describir el Cielo (Reino de Dios, Reino de los cielos, Paraíso, Gloria, Reino, Visión de Dios) lo hace usando imágenes (perla preciosa, red llena de peces, mies abundante) que suscitan en el interlocutor una experiencia de gozo inmenso. El labrador que contempla sus graneros llenos después de la cosecha se siente el hombre más feliz del mundo. Pues bien, estar en el cielo, para Jesús es algo parecido a esa experiencia de gozo y felicidad inmensa en toda la amplitud del ser humano.

Pero hay una imagen muy particular y querida por Jesús para hablarnos del cielo: es la del banquete de bodas. El cielo se parece a una boda. La fiesta mayor en todas nuestras familias y pueblos es la fiesta de la boda de una pareja a la que se agasaja y festeja vistiéndose de gala todo el mundo, apoyando el compromiso de fidelidad de los cónyuges, comiendo y bebiendo en sobreabundancia y cantando y bailando de alegría y júbilo. Toda la persona y todas las personas entran en juego y a todos llena el gozo y la fiesta. En la imagen de la boda se trasluce claramente la dimensión comunitaria del cielo junto con la dimensión festiva a tope. El cielo para Jesús es de muchos o de todos y es una fiesta a la que estamos invitados por el Padre y en la que el “novio” será el Hijo. El cielo no puede ser cosa de “robinsones” ni algo aburrido y parado. Es lo máximo de fiesta, de comunión, de solidaridad, de fraternidad, de familiaridad y todo en torno a la figura central que es Dios Padre que nos acoge y abraza en su Hijo. El gran abrazo será el Espíritu Santo.

¿En qué consiste este Reino de Dios o cuál es su contenido existencial?

VER A DIOS. Eso dice muchas veces el Nuevo Testamento. Ahí está la lectura de hoy de Juan y la definición de la Iglesia sobre el cielo. Pero ¡ojo!: “Ver” a Dios es mucho más que mirar o percibir con la vista. Y esto no lo tuvieron en cuenta cuando Benedicto XII hizo su definición. En la Biblia “ver” a una persona implica también una participación en la vida de la persona contemplada. Es vivir en su presencia, cercanía y favor. Ver a Dios es algo existencial. Es pertenecer al entorno de Dios; estar en su casa; convivir con Él; comer con Él y pasear con Él. En definitiva es ser de la familia de Dios y contarse entre sus predilectos. Y esto de forma consciente, voluntaria y gozosa. Ver a Dios es participar de sus ser; es comunión de vida con el Padre, Hijo y Espíritu Santo.

VIDA ETERNA. Es vida. No es “muerte” ni nada que se le parezca. Es vida y por lo tanto es dinamismo, actividad, desarrollo, crecimiento, positividad. Es relación, encuentro amoroso, acogida fraterna. Es creación, contemplación, gozo. Es poesía, música, danza, arte. Ciertamente toda esta vida estará o será participada de la Vida de Cristo resucitado que es la fuente de la vida y que ha venido para darnos Vida y Vida abundante. Y por eso esta vida tiende a la definitividad. No está amenazada de muerte porque la muerte ha sido vencida para siempre. Es Vida Eterna, participada de la misma Vida de Dios.

SER CON CRISTO. “Ver a Dios” y “Vida Eterna” lo son desde Cristo. Cristo es el centro de todo. Ahí está el texto de hoy de Juan, en el que queremos leer que “ver y conocer a Dios es igual a ver y conocer a Cristo, tal cual es”. Jesús, es también en el cielo el gran mediador. El único mediador. Viéndole a Él, será como veremos al Padre. Encontrándonos con Jesús será como nos encontremos también dentro del dinamismo de Amor Trinitario. Solo por el Hijo llegaremos y pasaremos al Padre o viceversa: solo por el Hijo nos llegará la Vida del Padre y por Él seremos hijos en el Hijo. El cielo es “ser con Cristo”. Amar intensamente a Cristo. Él es el culminador de nuestra fe y esperanza. Y por Cristo amor al Padre y a todos los hombres como hermanos nuestros.

Quiero recalcar que todo esto lo seremos “juntos”. Unos con otros. Nadie por “libre”.

Y quede claro que todo esto, que es el contenido de nuestra esperanza, por serlo, puede ser anticipado ya a este mundo y tierra nuestra. Anticipado a nuestra historia y tiempo porque si es nuestra esperanza lógicamente vamos a trabajar en línea con esa esperanza y eso es ya anticipar la realidad futura al presente.

Las Bienaventuranzas serán la pauta para vivir este adelanto del Reino de los Cielos.

FELIZ DÍA DE TODOS LOS SANTOS. FELIZ DÍA EN LA COMUNIÓN DE TODOS LOS SANTOS

PORQUE NUESTRA ESPERANZA ES JESUCRISTO.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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