Dehonianos

La búsqueda de Dios o la búsqueda de nuestros intereses

Al subir Jesús a Jerusalén, se encuentra el templo lleno de «vendedores y cambistas», hombres que no buscan a Dios, sino que se afanan en sus propios intereses. Aquella liturgia no es un encuentro sincero con Dios, sino un culto que encubre injusticias, opresiones, intereses y explotaciones mezquinas a los peregrinos.

La reacción de Jesús nos sorprende un poco, porque no estamos acostumbrados a la imagen violenta de un Mesías que, con unas cuerdas en la mano, se lanza a fustigar a los comerciantes en el templo. Pero sí, esa es la reacción de Jesús al encontrarse, aunque solo fuera en los soportales del templo, a hombres que buscan aprovecharse de otros hombres. Hombres que no buscan a Dios, sino su negocio.

La reacción espontánea de Jesús tiene su razón ante los abusos y atropellos que machacan al inocente. La rabia e indignación de Jesús es un aldabonazo a nuestras conciencias ante el sufrimiento de muchas víctimas y el abuso de otras.

¿Y nuestros templos?

El templo ya no cumplía la función de ser signo de la presencia de Dios en la comunidad. No era la casa del Padre que quiere reunir a todos sus hijos, que no excluye a nadie. Que desea que todos vivan unidos y a nadie le falta nada. La casa del Padre, la iglesia física, debería ser el lugar donde todos se sientan acogidos y amados como hijos y hermanos. El cabreo de Jesús, ¿podrí a ser el cabreo de hoy también?

La crítica profunda de Jesús no se detiene en analizar el ritual judío sino que condena un culto en donde el templo ya no es la casa del Padre. Quizá Jesús tampoco critique nuestro culto: ordenado, limpio, sencillo, acorde al rito romano. Y entonces, ¿Por qué hoy nos criticaría, sobre qué se quejaría de nuestras celebraciones?

Desde la situación que vivimos en nuestra sociedad, nuestras iglesias y nuestros templos deberían ser lugares donde nos encontremos como hermanos, sin necesidad de juzgarnos unos a otros. Un espacio donde nos encontremos como hermanos, porque creemos en un Padre común. Un lugar donde renovemos nuestra fe para sostenernos en la semana, nos liberemos de odios y rencores. Y sepamos avanzar hacia la unidad deseada por Jesús.