Dehonianos

Por Rolando Covi

“¿Qué puedo hacer ante tanta guerra?”
Es la pregunta que muchos nos hacemos hoy. El sentimiento de impotencia nace de la desproporción entre la magnitud de las atrocidades y la pequeñez de nuestras acciones posibles. Pero esa percepción de debilidad no puede llevarnos a la resignación ni a la desesperanza.

El obispo de Módena-Nonantola y Carpi (Italia) propone un camino concreto en su carta pastoral “Cristo es nuestra paz, desarmada y desarmante”, inspirada en el pensamiento del papa Francisco y papa León. En ella, traza un “pentágono de la paz”, cinco acciones al alcance de todos los cristianos. 

Cinco acciones al alcance de todos

Después de estas premisas, claras y firmes, el corazón de la carta está en el “pentágono de la paz”: el papa León indica cinco acciones al alcance de todos:

1. Indignarnos y alzar la voz

2. Favorecer el diálogo

3. Orar e interceder

4. Arremangarnos y ayudar

5.Testimoniar y permanecer fieles a Jesús.

“Cinco acciones: un pentágono que, a diferencia del estadounidense, ya convertido en sinónimo de estrategia bélica, es un pentágono de paz. Ninguno de sus cinco lados es prescindible para un cristiano. Es un pentágono que constituye, además, el tejido cotidiano de la acción eclesial, lo que llamamos la ‘pastoral’ de nuestras comunidades”.

Primero, indignarnos y alzar la voz: el desarme de las conciencias. Contra una anestesia emotiva que está conquistando el mundo, el texto recuerda la curiosa expresión de la tradición cristiana, la “santa indignación”, que no debe confundirse con un simple arrebato pasajero. Más bien es una “brasa” que arde constantemente y que responde a la paz que trae Jesús: no apatía ni insensibilidad (el ser “dejado en paz”), sino la espada que atraviesa la indiferencia y la zona de confort.

Segundo, favorecer el diálogo: el desarme de las palabras. Ni poner entre paréntesis las diferencias ni el fundamentalismo que ostenta identidad son generadores de paz. Ambos padecen la misma falta de madurez y carecen de interés por el diálogo. La identidad cristiana es, por naturaleza, abierta: la encarnación del Hijo con todo ser humano permite ver en cada uno la huella del Padre creador y da ojos para reconocer la acción del Espíritu, que ofrece sus frutos en todas partes. El Credo tiene en su estructura fundamental los cimientos del diálogo. “El anuncio cristiano se inserta entonces dando y recibiendo (Gaudium et spes 43-45), en un diálogo que declara explícitamente sus fundamentos”.

Tercero, orar e interceder: el desarme de las almas. Las Escrituras recuerdan que la paz debe ser invocada. Pero ¿para qué sirve rezar? La oración desarma las almas. “El primer efecto de la oración por la paz es precisamente curar las heridas de quien se dirige al Señor: porque advierte que no tiene sentido invocar la paz si no la acoge primero dentro de sí. Los discípulos de Jesús saben que la oración no es un ejercicio fácil: no tanto por la atención mental que requiere, cuanto por la verificación existencial que activa. La oración cristiana es distinta de la meditación, útil y necesaria también; es respuesta a Dios, que –en cuanto tal– parte de su Palabra”. Su fuerza nace de la comunión entre los discípulos y culmina en la mayor invocación por la paz: la eucaristía.

Cuarto, arremangarnos y ayudar: el desarme de las manos. La educación en la no violencia se concreta en la acción individual, pero también en la acción en red, “uniéndose a asociaciones, fundaciones u otras entidades cuyo fin sea socorrer a las víctimas de las guerras. La red es también la de las comunidades cristianas, tanto católicas como ortodoxas y protestantes, que a menudo ponen en marcha estructuras de acogida y asistencia. Y además todos, en la sociedad democrática, poseen ‘el arma pacífica’ del voto, con el que se pueden orientar las políticas locales y nacionales hacia el diálogo, la acogida y la paz”. Por eso es necesario activar en cada diócesis itinerarios de educación en la no violencia, como ha pedido el papa León a los obispos italianos.

Quinto, testimoniar y permanecer fieles a Jesús: el desarme de los corazones. Más que de la guerra preventiva, que no tiene ningún fundamento en el derecho internacional, se necesita de la “paz preventiva”, que nace del mandato de Jesús y que los discípulos donan sin esperar respuesta. Todo ambiente de vida puede educar en la paz, como ya ocurre en tantos “santos de la puerta de al lado”. “No hay paz sin perdón: y el perdón requiere, entonces como hoy, la mediación de los santos”.

Una doble escucha

Estas cinco acciones las recoge el obispo de Módena-Nonantola y Carpi (Italia) en su carta pastoral “‘Cristo es nuestra paz’, desarmada y desarmante”, para “trazar algunos caminos de paz para nosotros, los cristianos de las Iglesias de, a partir de la Paz en persona, Cristo muerto y resucitado”. El texto de la carta, enriquecido con numerosas citas bíblicas y con el pensamiento del papa Francisco y del papa León, ofrece un marco contemporáneo y experimentable para quienes deseen, creyentes o no, comprometerse hoy por la paz, a partir de Aquel que por la paz dio su vida en la Cruz.

La carta nace de una doble escucha. La primera es la de algunos jóvenes. “Mariam, palestina de veinte años, vive en el territorio de Gaza. David, judío de diecisiete, vive y estudia en Tel Aviv. Maksim, ucraniano de veinticuatro años, reside con su familia en Odesa. Vasily, de veintinueve años, es ruso y trabaja en San Petersburgo. Raja, birmana de veintitrés, estudia en Filipinas; y Yasmin, sudanesa de veintidós, se aloja en una residencia universitaria en El Cairo. No tienen nada en común, salvo dos cosas: son cristianos católicos en países donde la Iglesia es una pequeña minoría, y viven en zonas gravemente golpeadas por la guerra”.

La primera parte de la carta relee el drama de la guerra a partir de sus preguntas: la decisión de comenzar un documento eclesial con la mirada de los jóvenes revela una elección pastoral precisa.

La segunda escucha es fruto de cuatro encuentros diocesanos de verano: “Todas estas personas, adultos y niños, adolescentes y jóvenes –una pequeña pero significativa parte de nuestras dos diócesis– son solo la punta del iceberg de un pueblo entero que en todas partes sufre las guerras, busca la paz y se pregunta cómo nosotros, los cristianos, podemos contribuir a construirla. Un compromiso sostenido cotidianamente por individuos, familias y grupos; llevado adelante de manera concreta por las comunidades cristianas y civiles, concentradas en tantos ‘frentes de paz’”.

La introducción denuncia sin rodeos el drama de la guerra. “El compromiso por la paz no es de derechas ni de izquierdas: es simplemente un deber. La manipulación política que, por desgracia, especialmente en nuestro país, consigue infiltrarse en cada rincón, incluso dentro de las comunidades cristianas, corroe y estropea el compromiso compartido por la paz. Toda guerra, sobre todo ‘la guerra’ por antonomasia, que es la armada, corroe todas las dimensiones del ser humano y tiende simplemente a la destrucción. Por eso, toda persona y todo pueblo debería estar contra la guerra, al margen de la visión religiosa, política o ideológica que abrace. Quienquiera que esté a favor de la vida, en todas sus fases, debe estar contra la guerra, sin encontrar ningún motivo de justificación para ella”.

En un segundo momento, se describe el realismo cristiano, que reconoce, en la naturaleza humana, creada buena por Dios, la presencia de una inclinación al mal. “En lugar, por tanto, de un pacifismo utópico, la concepción cristiana de la paz afronta la realidad del pecado presente en los seres humanos, y admite la posibilidad de defender y defenderse contra un agresor injusto. Solo con este fin de defensa, tanto a nivel personal como estatal, es legítimo utilizar –como última posibilidad– incluso la fuerza y, en último extremo, hasta las armas defensivas, en tutela de quienes de otro modo serían sometidos por los violentos, que terminarían imponiéndose”.

El problema surge cuando se infringen los límites de la defensa armada, desencadenando un mecanismo de odio que no se detiene. De aquí parte una carrera hacia el rearme: “Un rearme masivo, como el que en los últimos meses está intentando incluso Europa, solo sirve para aumentar la tensión y preparar nuevos conflictos. Y responde a lógicas de beneficio que terminan por aplastar, de nuevo, a los débiles”.

¿Quién puede detener esta carrera mortal? Este obispo recuerda, con una precisa reconstrucción histórica, la presencia de la ONU, de la que emerge, precisamente en esta hora, su gran debilidad: “A pesar de todo, hay que evitar a toda costa la resignación: este organismo mundial, con sus articulaciones, si es debidamente reformado, representa hoy la mayor oportunidad para reducir la carrera armamentista y los conflictos que de ella se siguen, con todas las miserias conexas: pobreza, hambre, violencias, destrucción de la creación”.

Publicado en Settimananews el 12 de septiembre de 2025 con el título ‘Che cosa fare davanti alla guerra?’.