Dehonianos

Menos palabras y más gestos

Hoy domingo, podríamos centrarnos en la parábola de la oveja perdida, de la moneda perdida o del hijo pródigo (que no hemos leído), porque las tres forman el capítulo 15 del Evangelio de Lucas: las parábolas de la misericordia.

Y centrándonos en ellas, podríamos olvidar el motivo que lleva a Jesús a ilustrar su acción —su modo de proceder, que es también el modo de proceder del Padre— con estas parábolas. ¿Cuál es? La crítica por parte de los dirigentes religiosos y políticos hacia su forma de acoger con simpatía a pecadores, excluidos y marginados, y, sobre todo —lo que más irritaba a sus interlocutores— el hecho de que Jesús comiera con naturalidad y amistad con ellos.

Los pecadores no huyen de Jesús, al contrario: se sienten atraídos por Él y por su mensaje. Encuentran en Él acogida, cercanía y comprensión que no hallan en ninguna otra parte.

Con tantas homilías a lo largo de la vida, con tantas reuniones y encuentros religiosos, cabe preguntarse: ¿no hemos dejado a Jesús de lado? Las personas siguen buscando a Alguien que dé sentido a su vida. Los cristianos lo tenemos en Jesús, pero muchas veces le hemos olvidado.

Según un artículo de Religión en Libertad, al hablar del fenómeno de Hakuna:

«Hoy muchos de los jóvenes han sufrido graves heridas vitales: desamor, relaciones tóxicas, desprecio, familias rotas, soledad… y en la Iglesia encuentran acogida, fraternidad, cercanía, amistad, hermanos, a veces incluso el padre que les faltó. La sanación es parte de lo que les atrae».

Y continúa:

«Los jóvenes que han crecido lejos de la Iglesia suelen acumular aún más heridas. Pero irán a cosas de Iglesia si se sienten acogidos, respetados y no juzgados. A los jóvenes de hoy no les gusta encasillar a la gente rápidamente, ni juzgar. Los jóvenes cristianos saben ser acogedores con los jóvenes alejados. Luego, con tiempo, el recién llegado irá aprendiendo toda la verdad del Evangelio».

Jesús nunca hizo caso de las críticas de fariseos y letrados. Él sabía que Dios no es el juez severo y riguroso del que hablaban los maestros de la sinagoga. Jesús conoce el corazón del Padre: un Dios que entiende a los pecadores y ofrece un perdón insondable y gratuito a todos.

Una Iglesia que acoge

Como Iglesia, estamos llamados a sentirnos acogidos por Dios y, desde esa experiencia, hacer sentir al otro acogido también por Él.

El otro es primero, importante y necesario en la comunidad. Si alguien falta, no estamos completos, aunque seamos noventa y nueve. Nada tienen que temer: todos pueden sentarse a la mesa, beber vino y cantar cánticos junto a Jesús.

La acogida de Cristo cura por dentro a quienes se acercan a Él. Libera de la vergüenza y la humillación, devuelve la alegría de vivir. Jesús recibe a las personas tal como son, sin exigirles nada previo, contagiándoles su paz y confianza en Dios, aunque no esté seguro de que cambiarán de conducta.

Lo importante es confiar en la misericordia de Dios, que se desvela por cada uno de nosotros y nos busca incansablemente.

La primera tarea de una Iglesia fiel a Jesús no es condenar, sino comprender y acoger con ternura.