Seres mortales para la vida
Como suele afirmar mi párroco: «No somos seres vivos para la muerte, sino seres mortales para la vida». Con esta afirmación podemos decir que desde que nacemos estamos muriendo. La muerte no es algo que debería sorprendernos, no es algo que venga de fuera, al final de nuestras vidas. Deberíamos ser conscientes que la muerte comienza en el preciso instante en que nacemos. Si no somos conscientes de esta verdad, toda nuestra vida será un ir escondiendo todo lo que nos hable de decadencia, enfermedad, deterioro, envejecimiento y finalmente muerte. Es decir, queremos engañar a la vida y ocultar la verdad de cada uno de nosotros. ¿Por qué?
Recuerdo los funerales en Venezuela. No se esconde la verdad. Y toda la familia desde el niño o la niña más pequeños estaban presentes en la despedida del familiar. Y después de los funerales, la familia rezaba el novenario a favor del difunto. Familia que se extendía a vecinos, amigos e incluso un nutrido grupo de la parroquia que deseaba acompañar en esos momentos difíciles. Era un encuentro de oración, pero también de crecimiento como comunidad cristina, donde era necesario que todos estuvieran presentes, o por lo menos algunos días del novenario. Y qué alegría ver corretear por la casa desde los más pequeños a los mayores. Y al finalizar, no faltaba ni el café, ni el dulce. Todo se celebra. Y ver en el rostro de cada uno de los presentes y el pecho ensanchado de los familiares por la presencia del otro, enriquecían la celebración. Porque la muerte también hay que celebrarla, vivirla y, sobre todo, no marginarla. Y participar en un funeral no es solo reconocer que en nuestra vida hay un final, sino que constantemente nuestra vida se ha ido vaciando y desgastando a favor del otro (Solo recordando la vida de nuestros padres, abuelos o cualquier familia, podremos darnos cuenta de ello). Y qué mejor reconocimiento que nuestra presencia. Y dar gracias por ello.
Qué diferencia con nuestra cultura actual. ¿Todo es justificación, excusa o miedo? No. «Mejor que los niños aún no vean esto». «Que tengan el recuerdo de su abuelo/a». «Aún no están preparados». Estamos creando futuros adultos incapaces de asumir el dolor, la frustración, la decadencia. Y la eterna juventud aún no se ha inventado, aunque haya muchos métodos para irla disimulando. Y lo más importante, como he dicho más arriba, estamos olvidando que el familiar se ha desgastado dando vida, la que tú y yo ahora tenemos.
Pero como he dicho al inicio y así lo afirma mi párroco, «somos seres mortales para la vida». La vida es el deseo profundo de todo creyente y no creyente también. Pero los no cristianos no saben cómo responder ante la muerte. El creyente, por el contrario, sabe que ese anhelo ha sido escuchado por el Dios de Jesús. Jesucristo muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.
Pero no es un anhelo que brota en las postrimerías de la vida. Por el contrario, se convierte, por la fe, en un grito que afirma la vida y rechaza todo lo que huele a muerte. Es un grito que defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo lo que nos lleva a la destrucción y la muerte. Con la resurrección de Jesús, Dios apuesta por la vida. Y con Dios, el creyente debe igualmente apostar por la vida en todos sus ámbitos, aunque no sea políticamente correcto.
La defensa de la vida hoy se extiende a todos los frentes sociales (aborto, eutanasia, muertes violentas, opresión destructora, trata de mujeres, familia…). Todo nace de esa fe en un Dios «amigo de la vida» que, en Jesucristo, muerto y resucitado, nos descubre su voluntad de liberarnos definitivamente de la muerte.
Feliz día de todos los fieles difuntos.