Dehonianos

Un grito veraz: «Sálvate a ti mismo»
Cruz y Reino

Cruz y Reino son los extremos del Evangelio de Hoy. Jesús está crucificado. Todos se burlan de él. Y al final del Evangelio, una voz disonante habla de Reino. Al que el Evangelio llama «el otro malhechor» nos enseña que el Reino de Jesús no es un Reino de gloria, poder y lujos; sino un reinado —un participio que no es estanco—, sino que nos habla de movilidad y dinamismo: reinado de servicio, entrega, donación y amor total y sin fisuras para rescatar al ser humano del mal, del pecado y de la muerte, y devolverle su dignidad humana. Ayudándole a descubrir que Dios cree en él, como creyó firmemente en su Hijo.

Pero nuestro hoy y nuestra sociedad, que busca el triunfo y la gloria, está lejos del crucificado. Ocultamos todo sufrimiento, evitamos toda confrontación, allanamos todo obstáculo… educamos jarrones chinos. La cruz, y en ella el crucificado, nos habla de un hijo amado, predilecto, que no se reserva nada. Y desde Dios Padre, nos invita a seguir el estilo de su vida.

En alguna ocasión, Jesús nos invita —si queremos seguirle— a cargar con la cruz e ir detrás de Él. Porque el seguimiento fiel al crucificado, tarde o temprano, pasa por la cruz. Así reza uno de los actos de oblación de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús:

«Señor, danos la gracia de comprender que nuestra cooperación en la obra de la redención, además de llamarse apostolado, más tarde o más temprano, también se llamará sufrimiento, soledad y noche oscura, inmolación y muerte».

Este fue el itinerario de la vida de Jesús. No esperemos otra cosa.

Cruz y corazón abierto

Para todos los seguidores de Jesús, y para los dehonianos, desde el símbolo de la cruz con el corazón perforado, no se trata de hacer un corazón más grande para que desaparezca la cruz, sino de reivindicar la cruz con un amor inmenso, porque no se puede hacer de otro modo.
Para acercarse servicial y generosamente a los crucificados de nuestra sociedad, apostar por la justicia donde se abusa de pequeño, reclamar compasión donde hay indiferencia, mostrar cercanía ante quien se siente perdido…
Solo se puede hacer desde el amor de Cristo. Y esto nos traerá conflicto, rechazo, sufrimiento, incluso abandono; ya nos lo recordó Jesús:
«¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67).
Que la respuesta de Pedro también sea la nuestra, porque de ella dependerá nuestra manera humilde de cargar con la cruz de Cristo.

«Sálvate a ti mismo»

Este Evangelio de Lucas describe la agonía de Jesús con tono trágico, pero lleno de burlas, escarnio, risas y bromas por parte de las autoridades, los soldados y uno de los malhechores, que insisten: «Sálvate a ti mismo».

Quizá sea muy atrevido lo que voy a decir, pero estoy convencido:

  • Al permanecer en la cruz, no solo se está salvando a sí mismo, sino a cada uno de nosotros.
  • Al permanecer en la cruz, nos está mostrando la mirada compasiva de Dios Padre con cada uno de nosotros.
  • Al permanecer en la cruz, Jesús muestra su amor infinito por los últimos.
  • Al permanecer en la cruz, Jesús no busca su propia salvación, sino que se pone con los últimos, con todos los crucificados de la historia.
  • Al permanecer en la cruz, Jesús revela la inmensa cercanía de Dios con el sufrimiento del mundo.
  • Al permanecer en la cruz, Jesús nos dice que los caminos de Dios no son los nuestros.

Y en medio de tanta burla, desprecio y sin sentido que rodea la cruz, la voz de un delincuente reconoce la inocencia de Jesús, confía en el perdón de Dios, saca a Jesús de su silencio, y le roba el Reino, porque hasta en el último momento Jesús apuesta por los últimos:
«Hoy estarás conmigo en el paraíso».