Dehonianos

«Danzar con Dios»

Una anécdota muy personal: Siempre he dicho que si me hubiera casado habría sido con una chica que supiera bailar. Si. Soy un apasionado del baile y de la danza, aunque lo práctico poco, o casi nada, y tengo pocas oportunidades de hacerlo. Por qué digo esto, porque el baile es un movimiento que nos permite armonizar con la otra persona, seguir su juego, sus piruetas, su ritmo. Quizá unas veces nos toca llevar el paso, y quizá otras nos toca dejarnos llevar. En un caso u otro, los cuerpos están fusionados, ya no son dos, son un solo cuerpo. Las miradas son cómplices, los movimientos acompasados… Es una vida. Son dos vidas que se mueven juntas creando algo nuevo.

La Biblia está llena de momentos de fiesta donde hay danza, armonía, vibración. Y todo conlleva una hermosa coreografía. Hoy, por ejemplo, en el libro de las Crónicas, el Rey David emplaza a todos los músicos con sus instrumentos musicales y sus voces para que toquen y canten al paso del Arca de la Alianza, el Arca de Dios. Cuando Dios está presente, no hay motivo para la tristeza, Dios pasa por nuestras vidas y todo lo llena de luz, alegría y esplendor. En nuestras vidas debe manifestarse esa emoción, como cuando se accede al recinto de una feria o verbena. Es Dios quien pasa a nuestro lado. Es Dios en medio de nosotros que nos lleva a escenas de vida impensables desde nosotros mismos, siempre si nos dejamos llevar.  

Santiago estaba cansado en su ministerio. La tradición nos dice que la Virgen María se apareció al apóstol Santiago en la ciudad de Zaragoza para animarle en su misión evangelizadora. ¿Por qué no ver esta aparición con un baile entre María y Santiago para decirle que hay que estar en sintonía con Dios? Que hay que ver evangelización como una danza armónica ente él y la gente para que juntos vayan a Dios. Y si se hace desde el dejarse llevar por el ritmo y la música de Dios, todo será más fácil.

Hoy vivimos también un tiempo de aridez evangelizadora, al menos en nuestras comunidades. Como Santiago estamos cansados. No sabemos qué hacer. Sin embargo, nuestras vidas viven un momento paradójico: tenemos cursos, talleres, congresos y foros vocacionales para la evangelización. Se organizan encuentros masivos con programación muy mimada. Hay religiosos muy bien preparados para el acompañamiento vocacional. Tenemos medios extraordinarios de comunicación, como no los tuvieron en épocas anteriores. Y las respuestas no son las esperadas.

¿Y entonces? Me arriesgo a afirmar que quizá necesitemos el aliento mariano para entrar en sintonía con la gente y llevarles la música de Dios. Necesitamos danzar al ritmo de la gente, pero mostrando un baile más hermoso y pleno, para llevarles al encuentro con Dios.

Que la Virgen del Pilar nos fortalezca y ante el desaliento nos ayude en esa armonía. Y para entenderlo mejor, termino con una bella historia:

En la mitología griega, las sirenas viven en una isla del Mediterráneo (Escila y Caribdis). Su canto es tan bello que los marinos que las escuchan no pueden resistírselos y arrojan sus naves contra los arrecifes. Los sobrevivientes son asesinados sin piedad. Cuando Ulises abandona la morada de la hechicera Circe, hija del sol que habitaba la isla Cea, sabe que debe pasar cerca de la isla de las sirenas. Siguiendo los consejos de la hechicera, el astuto héroe recurre a una estratagema que le permitirá oír y no obstante salvar la nave y a sus compañeros. Tapa los oídos de sus hombres con cera después de haberles pedido ser sólidamente atado al mástil. Así podrá saciar su curiosidad escuchando el canto de las sirenas, sin ceder a su encantamiento. Este canto se revela melodioso y desgarrador, y está colmado de bellas promesas. Ulises les grita a sus compañeros que lo desaten, pero por supuesto éstos permanecen sordos a sus gritos. Finalmente, el barco pasa y los héroes escapan al funesto destino de tantos otros marinos.

Sin embargo, Ulises no es el único en enfrentar a las sirenas. El poeta mítico Orfeo, que acompaña a Jasón en su búsqueda del vellocino de oro, logra también resistir a su fatal encanto. En el instante en que Jasón y sus hombres, los argonautas, atraídos por las melodiosas voces de las sirenas, cambian de rumbo y se dirigen peligrosamente hacia los arrecifes de la isla, Orfeo sacó su lira, entonó una canción más hermosa y sublime que el canto de las sirenas y cuando ellas escucharon el dulce canto, se arrojaron contra el barco y se estrellaron. De este modo Orfeo salva a los marinos arrancándolos de su mortal contemplación.

Ante nuestra sociedad y las realidades que nos rodean, no podemos cerrar los ojos, no podemos cerrar los oídos, no podemos atarnos para no contaminarnos, no podemos cerrar el corazón. Se debe llevar una melodía más armoniosa, bonita, más bella y más palpable que la que nos puedan ofrecer. Y lo tenemos en Cristo Jesús, «el más bellos de los hombres» (Salmo 45, 3). Al que una mujer piropeó atrevida y hermosamente. Pero a la que dijo que había que entrar en «danza con Dios».

Ánimo.