Dehonianos

Francesco Sisci

El presidente estadounidense Donald Trump ha enviado funcionarios del Pentágono a Ucrania para reactivar las conversaciones de paz. La medida llega después de que la Casa Blanca viera que numerosos intentos anteriores hacia Moscú producían pocos resultados.

El reciente plan de paz es controvertido, pero polémico o no, hay muchos motivos para mantenerse cautelosos. Tras lograr un acuerdo de paz en Gaza, es razonable tratar de insistir también en Ucrania. Pero existen diferencias esenciales entre los dos acuerdos.

La fuerza del acuerdo sobre Gaza estuvo en involucrar a todos los actores regionales, excluyendo sin embargo a potencias favorables a Hamás (Irán, Rusia y China). Con ello, aisló y presionó a Hamás, tranquilizando al mismo tiempo a Israel. Por tanto, aunque la aplicación concreta siga siendo incierta, el panorama general es alentador.

Un acuerdo exitoso para Ucrania debería tener características similares. Las partes implicadas deberían incluir países europeos y Turquía (del lado de Ucrania). No está claro si se podría excluir a Irán, China y Corea del Norte —los principales proveedores de armas y apoyo económico a Rusia— o cómo se gestionaría India, gran compradora de petróleo ruso.

En cualquier caso, ¿es realista sentar a todos a la mesa para un acuerdo que, a diferencia del de Gaza, no tiene un vencedor claro? ¿Y podría una solución funcionar sin un amplio marco internacional, como ocurrió en Gaza?

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En Gaza, Israel había ganado de forma decisiva. Había debilitado el poder de los aliados de Irán en la región, y al propio Irán, principal sostén de Hamás. Al final, cuando Hamás aun así rechazó ceder, algunos de sus líderes fueron eliminados en Catar.

Además, Irán es complejo. La caída de un presidente o de un ayatolá no debilita necesariamente al sistema. Por lo tanto, Irán puede aceptar un revés o una derrota y seguir sobreviviendo.

Rusia, en cambio, está gobernada por un solo hombre, el presidente Vladímir Putin. Si él aceptara algo que pudiera presentarse como una derrota, su poder podría verse comprometido.

Por último, los Acuerdos de Abraham, firmados durante la primera administración Trump, ofrecieron un marco listo para aplicaciones y adaptaciones a los acontecimientos actuales en Oriente Medio.

La situación en Ucrania sigue siendo claramente distinta. Los combates continúan con ferocidad sobre el terreno. Políticamente, Rusia ha sido derrotada, pero Moscú sigue produciendo y acumulando armas y reclutando nuevos soldados. También Ucrania ha cosechado victorias políticas, pero no puede reconquistar algunas de las zonas ocupadas.

Una opción podría ser un alto el fuego a lo largo de la línea del frente actual, pero por ahora ninguna de las dos partes parece dispuesta a aceptarlo. Además, muchos vecinos de Rusia temen que Moscú pueda usar una tregua para prepararse para un conflicto más amplio en Europa en los próximos años. Apoyando estas preocupaciones, observan que Rusia está aumentando su arsenal en lugar de usarlo todo en el campo de batalla.

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Luego está el ángulo asiático. Sobre todo, tras la disputa con Japón por Taiwán, China siente el aliento de Estados Unidos en la nuca. Si la guerra en Ucrania terminara —incluso sin considerar las convulsiones políticas en Rusia que podrían influir en Pekín— la atención mundial se desplazaría hacia China. Y esa atención podría no gustar en absoluto a Pekín.

También es probable que, después de casi cuatro años de apoyo chino a la guerra, Moscú tenga un margen de maniobra muy limitado respecto a China. En otras palabras, aunque Moscú quisiera aceptar un alto el fuego, Pekín podría tener palancas para empujarla en otra dirección.

La paz en Ucrania podría crear nuevos focos de tensión para China, que podría tener dificultades para controlarlos. China quizá quiera evitar que la situación se le vaya de las manos —especialmente cuando está directamente implicada en una disputa abierta, como la de Taiwán. Un conflicto “estable” en Ucrania podría proporcionar una forma de estabilidad a Pekín mientras sigue inmersa en intensas negociaciones comerciales con Estados Unidos.

Actualmente, China ha respondido a Estados Unidos explotando su cuasi monopolio sobre los elementos de tierras raras (REE). Pekín podría querer mantener esa ventaja tanto tiempo como sea posible, y la guerra en Ucrania podría favorecerlo.

Los intereses chinos también pueden explicar por qué Estados Unidos impulsa la paz en Ucrania, pero también por qué Pekín podría no quererla.

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Es posible que Trump haya logrado convencer a Rusia de distanciarse de China, o que haya conseguido la adhesión de Pekín a este plan de paz. Entonces sería interesante saber qué habría obtenido cada uno de los dos países del acuerdo, y el precio podría ir mucho más allá de Ucrania.

Sería una mini-Yalta, como el pacto entre EE. UU., la URSS y el Reino Unido al final de la Segunda Guerra Mundial para reorganizar el mundo. Aun así, la nueva mini-Yalta podría no funcionar.

La atmósfera hacia Rusia en Europa ha cambiado drásticamente. Muchos países están convencidos de que Rusia es el enemigo y se está preparando para un ataque contra Europa.

Luego, ¿mantendría Rusia su palabra, y cuál sería el daño para las relaciones transatlánticas y transpacíficas? La UE, Japón y Corea temen la actitud agresiva de Rusia, y un acuerdo acomodaticio podría alentarla. También Corea del Norte, impredecible, poco fiable y asertiva, saldría beneficiada.

La pregunta final es entonces: ¿está realmente de acuerdo Ucrania? ¿Y Europa, el Reino Unido o China? Incluso si lo estuvieran, la paz en Ucrania podría encontrar obstáculos mucho mayores en su aplicación práctica que el ya difícil acuerdo de paz sobre Gaza. Tal vez sea más práctico explorar otras vías.

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