Andrea Lebra
Decir Corazón de Jesús es, también, decir corazón de carne. Y esto no es irrelevante. Como bien sabemos, el P. Dehon potenció, explicó y practicó esta devoción. Igualmente, si un evangelio le pareció siempre relevante para comprender y vivir en el Corazón de Jesús fue el Evangelio de San Juan, también conocido como el Cuarto Evangelio.
«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida […] os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo.». Es el prólogo de la primera carta de Juan (1,1-4).
Los sentidos nos permiten experimentar la realidad que nos rodea. Son ellos los que actúan como vía de conocimiento por excelencia, para afrontar y descifrar todo aquello con lo que tenemos que lidiar. Los sentidos funcionan como puertas del alma, centinelas, mensajeros, vehículos a través de los cuales entramos en contacto con el mundo que nos rodea y, en consecuencia, aprendemos sobre él. ¿Existe en el Cuarto Evangelio una estrecha relación entre la percepción de los sentidos y el testimonio de Jesús?
El evangelio de Juan, al recurrir a la esfera sensorial, solicita los sentimientos y la imaginación del lector, permitiéndole así experimentar en primera persona la comunión con Cristo que se testimonia y comparte en el texto. De hecho, los elementos visuales, auditivos, táctiles, gustativos y olfativos del Evangelio no sólo contribuyen a hacer más vívida la narración y a suscitar emociones, sino que también permiten al lector compartir la percepción de Jesús experimentada por el autor y su comunidad y reforzar así su propia fe. Para san Juan, los sentidos son la herramienta privilegiada no sólo para expresar una realidad sobrenatural y espiritual, sino para dejar claro que lo que se cree es algo real y verdadero.
No hay pensamiento -incluso el más secreto y abstracto- que no tenga un impacto sensorial y que no es casualidad que gran parte de la vida terrenal de Jesús de Nazaret se dedicara a curar los sentidos, dando vista a los ciegos, oído a los sordos, devolviendo el agarre y el tacto a las manos paralizadas. La experiencia sensorial constituye verdaderamente un componente fundamental del Cuarto Evangelio, un texto de extraordinaria profundidad e intensidad, capaz de tocar el corazón de nuestra experiencia vivida y de la propia experiencia de fe en la medida en que está escrito por el “discípulo amado” (Jn 19,26; 20,2; 21,7.20) que con el Señor Jesús estableció una profunda relación fundada en una auténtica reciprocidad.
Esto es así porque “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Compartiendo en todo nuestra condición humana y los dinamismos que nos distinguen, este Verbo se hizo accesible a la esfera sensorial, que es el principal lugar de adquisición en lo que se refiere a la experiencia cognoscitiva humana. El principio que se sigue de esto es que, para familiarizarse con el misterio de Dios revelado en Cristo, es necesario pasar a través de la percepción humana, de la que los cinco sentidos constituyen la expresión más inmediata y eficaz.
Todo esto nos invita a reflexionar sobre el hecho de que es precisamente la maduración en la nueva sensorialidad la que nos permite comprender que Cristo ha resucitado verdaderamente y lo que esto significa para nosotros. Así aprendemos a percibir y gustar su presencia, a captar el verdadero sentido de sus palabras y a reconocerlo, tocarlo, servirlo en los hermanos que nos cruzamos cada día en nuestro camino, comenzando, como Él mismo nos enseñó, por los últimos y los más necesitados.
“Venid y veréis”
Los comentaristas coinciden en destacar el papel central que la vista -entendida tanto en sentido físico como figurado- desempeña en el Cuarto Evangelio.
Basta pensar que los cuatro verbos utilizados por Juan con el significado de ver se repiten 114 veces: 67 veces el verbo ὁράω (horào); 24 veces el verbo ϑεωρέω (theoréo); 6 veces el verbo ϑεάομαι (theàomai); 17 veces el verbo βλέπω (blépo).
No en vano Juan es el evangelista cuyo símbolo es el águila, ave que vuela alto y ve profundo. El camino que conduce a la fe, tal como se presenta en el Cuarto Evangelio, se perfila así en forma de un ver que se va afinando y desemboca en el testimoniar.
“Nosotros mismos hemos oído”
Después de la vista, el sentido que registra más referencias es el oído, expresado en el verbo ἀκούω (akùo) que aparece más de cien veces en los escritos joánicos, y algo menos de cincuenta se encuentran en el Cuarto Evangelio.
Tiene múltiples significados: desde tener y ejercer la facultad de oír hasta recibir noticias o información sobre algo; desde oír y comprender un mensaje hasta recibirlo transformándolo en testimonio de vida y discerniendo entre el bien y el mal.
El oído -entendido tanto en sentido físico como metafórico y espiritual- impregna el Evangelio de Juan. Y lo hace de un modo particularmente intenso cuando se trata de creer, hasta el punto de que se puede estar de acuerdo de todo corazón con quienes creen que la auténtica fe, según el Cuarto Evangelio, se genera a través de la escucha: una escucha a la que debe seguir la puesta en práctica de lo que se ha oído. En efecto, la fe consiste en oír la voz o las palabras de Jesús, obedeciéndole en la escucha interior.
“El vino bueno”
De las quince recurrencias del gusto, expresado en el verbo γεύομαι (ghèuomai), que se cuentan en el Nuevo Testamento, sólo dos se encuentran en el Cuarto Evangelio: en el famoso episodio de las bodas de Caná (Jn 2,1-12) y en uno de los frecuentes enfrentamientos entre Jesús y los judíos que se encuentra en Jn 8,52 (“Si alguno guarda mi palabra no experimentará/gustará la muerte para siempre”).
Se trata de dos pasajes de fuerte connotación teológica, aunque con perspectivas diferentes: uno en relación con el agua convertida en vino (2.9) y el otro en referencia a la muerte (8.52).
En Caná, el agua convertida en buen vino no sólo constituye el comienzo de los signos realizados por el Señor, sino que simboliza sobre todo la alegría comunicada por la Palabra, la revelación y el Evangelio de Cristo.
No gustar la muerte en la eternidad significa, en definitiva, tener la gracia de entrar en la dimensión última, escatológica, que se concede a quienes escuchan la Palabra del Señor, la guardan y la observan.
El gusto, directamente puesto en juego por los verbos “comer” (ἐσθίω, esthìo) y “beber” (πίνω, pìno), se revela como un lugar privilegiado de experiencia espiritual, que se traduce en el paso de las acciones más elementales de gustar, comer y beber a experimentar la presencia de Dios y los signos tangibles de su amor diseminados en la vida cotidiana.
“Toda la casa se llenó de aroma”
En el Cuarto Evangelio sólo se hace referencia al sentido del olfato en dos ocasiones: en la primera, se emplea el verbo ὄζω (ozo), que expresa el envío de (mal) olor; en la segunda, se utiliza el sustantivo ὀσμή (osmè), que significa (buen) olor.
A pesar de la escasa presencia de un vocabulario perteneciente estrictamente al campo léxico del olfato, éste desempeña un papel especial en el Cuarto Evangelio, ya que se revela como la clave para interpretar la muerte y resurrección del Señor Jesús.
La primera recurrencia al sentido del olfato está presente en el episodio de la resurrección de Lázaro. A Jesús, que le pide que retire la piedra de la entrada del sepulcro donde yace el cuerpo de Lázaro desde hace cuatro días, Marta le señala que el cuerpo de su hermano, al haber comenzado la fase de descomposición, ya desprende mal olor (Jn 11,39).
Encontramos la segunda repetición tras la revivificación de Lázaro. A Jesús, que se sienta a la mesa con él en Betania en una cena organizada en su honor y servida por Marta, María le rocía los pies con una libra de aceite puro perfumado de nardo que vale “trescientos denarios”, llenando toda la casa con el aroma de ese perfume (Jn 12,3).
El hecho de que el perfume de nardo puro derramado por María en los pies de Jesús sea tan intenso y bueno lo pone inmediatamente en contraste con el olor que habría despedido el cadáver de Lázaro. El mal olor del cadáver de Lázaro no se percibe porque Jesús lo devuelve a la vida. El intenso aroma difundido por María sustituye el drama de la muerte por la alegría irreprimible de la vida dada por Jesús, con la consecuencia de que la resucitación de Lázaro y la unción de Betania -episodios colocados por Juan antes de los capítulos dedicados a la pasión de Jesús- son releídos como signo de su muerte y resurrección.
La casa acogedora y familiar de Betania, con María junto a su hermano Lázaro y su hermana Marta, se convierte en símbolo de la nueva familia instaurada por Cristo en el escenario nupcial de la Pascua, formada por todos aquellos que se adhieren plenamente a Él en la fe y que, por ello, se reconocen regenerados en la vida que no tiene fin.
«Tiende tu mano»
Las raíces verbales del campo semántico del tacto tampoco están muy presentes en la obra joánica. El verbo técnico griego que significa “tocar” (ἅπτομαι, hàptomai) aparece en el Cuarto Evangelio una sola vez, en el episodio del encuentro entre Cristo resucitado y María de Magdala (Jn 20,17).
En el momento en que se da cuenta de que el “jardinero” es en realidad Jesús resucitado, María se siente movida por el deseo de “estrechar fuertemente” a su Señor y no abandonarlo nunca más. La petición de Jesús, “no me toques” (μή μου ἅπτου, me mu hàptu), está formulada en griego por Juan en imperativo presente, indicando así no tanto la orden de hacer algo, sino la interrupción brusca de una acción prolongada, ya en curso, por lo que debe entenderse como: Ya basta, no sigas reteniéndome. La idea entonces es que Magdalena lo había abrazado, lo tenía fuertemente agarrado y no quería dejarlo más.
Sin embargo, la dimensión táctil está presente en el Evangelio de Juan de otras maneras. Y se comunica sobre todo gracias al término “mano” (χείρ, chèir) que aparece 15 veces en el Cuarto Evangelio.
Basta considerar el episodio de Tomás, que, para creer que Jesús, a pesar de su muerte en la cruz, está vivo, quiere meter el dedo en la señal de los clavos y la mano en la señal de la herida del costado (Jn 20,25). Jesús lo secunda y, cuando reaparece de nuevo, presente Tomás, le dice: “pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20,27).
El tacto, con toda la fisicidad que comporta, se revela así como el medio ideal para transformar el corazón del hombre incrédulo, liberándolo de sus propias preclusiones y limitaciones debidas a una visión puramente humana, a su propia carne.
«Ojos, oídos, boca, manos, nariz» de la comunidad creyente de todo tiempo
Todas estas reflexiones las ofrece Luca Pedroli, uno de los más apreciados expertos de la literatura joánica y docente estable en el Pontificio Istituto Biblico de Roma, en su reciente obra Vieni e vedi. I sensi nel Vangelo di Giovanni (Edizioni Messaggero, Padova 2025). El valioso ensayo nos permite constatar cómo la experiencia sensorial es, en efecto, un componente fundamental del estilo, del modo de transmisión y del mensaje mismo del Cuarto Evangelio.
Es como si Juan diera a entender que es siempre a través de los cinco sentidos, que constituyen el modo de conocimiento empírico del que estamos dotados, como estamos llamados a entrar en relación con Cristo y a reconocerlo presente en la historia y en nuestra vida. Y esto en virtud del misterio de la encarnación, el misterio de un Dios que se hace hombre, que se hace accesible, tangible.
Los ojos, los oídos, la boca, las manos y la nariz de los personajes y del propio autor deben convertirse en los del lector y de la comunidad de todos los tiempos, para que todos puedan sentirse implicados con todo su ser en este proceso gradual de discernimiento, de revelación, de interacción.
Texto reformulado a partir del artículo de Andrea Lebra publicado el 11 de junio de 2025 en Settimananews con el título « Incontrare Gesù con i 5 sensi» en https://www.settimananews.it/bibbia/incontrare-gesu-5-sensi/