Marco Bernardoni
Los Pequeños Hermanos de la Acogida – una de las fraternidades laicales que se inspiran en san Carlos de Foucauld – a propuesta de su hermano Filippo Traverso han dado vida al centro de espiritualidad «San Carlo di Gesù», que ofrece algunos encuentros abiertos a todos para reflexionar sobre el Sagrado Corazón y sobre el carisma foucauldiano.
En el segundo encuentro, celebrado el sábado 15 de marzo, intervinieron el jesuita P. Paolo Monaco – de forma presencial, en los locales puestos a disposición por los Misioneros Monfortianos en la parroquia de Santa Maria Mediatrice en la vía Cori, en Roma – y don Alessandro Deho’, conectado en línea.
Sagrado Corazón, herida necesaria que atraviesa las nuestras
El jesuita Paolo Monaco, desde 2020 director del Centro Ignaciano de Espiritualidad de la Provincia Euro-Mediterránea de la Compañía de Jesús y con cargos también en el Movimiento de los Focolares, presentó la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús partiendo de la experiencia ignaciana, haciendo referencia también a la encíclica Dilexit Nos (2024) del papa Francisco.
Ante todo, el padre Monaco repasó algunas etapas históricas. La experiencia mística del Sagrado Corazón que santa Margarita María de Alacoque vivió en el siglo XVII fue dada a conocer por el jesuita san Claudio de La Colombière, quien la acompañaba espiritualmente. Una importante contribución fue aportada por el Apostolado de la Oración – fundado en 1844 por el jesuita Gautrelet – que se convirtió en el medio para prolongar la experiencia de los Ejercicios Espirituales y difundir la devoción al Sagrado Corazón.
La Compañía de Jesús – consagrada al Sagrado Corazón en 1871 – fue involucrada directamente por el papa León XIII, quien le confió la intención mensual de oración. Desde 2014 esta obra ha asumido el nombre de «Red Mundial de Oración del Papa» y promueve el itinerario «El Camino del Corazón».
Luego se detuvo en la educación de los afectos según la experiencia ignaciana. San Ignacio insistía en la relación íntima, personal e inmediata con Jesús. El ejercitante es invitado a abrir su afectividad al amor de Dios, «corazón a corazón». Contemplar el Corazón de Jesús permite tomar conciencia, orientar, purificar y ordenar hacia Dios toda la experiencia afectiva, incluidos los aspectos inconscientes, a veces traumáticos. No se trata de buenos sentimientos, sino de una experiencia profunda que permite sacar a la luz ese amor humano y divino que Dios ha dado a cada uno. El amor de Jesús nos transforma, si le permitimos atravesar cada proceso y lo ponemos en acto con nuestras decisiones.
Finalmente, Monaco recordó que el Sagrado Corazón está estrechamente ligado al costado traspasado de Cristo, herida generadora de la Iglesia y de la nueva creación. En esa abertura, siempre abierta, el amor trinitario de Dios se comunica a la humanidad. Es la herida necesaria en la que encontramos cada una de nuestras heridas. Vivida en relación con Jesús, en su Corazón el pecado puede transformarse en gracia. Dios mira el mundo a través de esa herida: en ella ve siempre una posibilidad de bien y de futuro. Para entrar en esta dinámica son necesarios tiempo, oración y confianza, para que en ella podamos descubrir al Padre y la plenitud de la vida.
Entre oración y poesía
Piotr Zygulski, miembro de la fraternidad, presentó a Alessandro Deho’, enfermero bergamasco, ordenado sacerdote en 2006, que desde hace algunos años se ha trasladado a vivir cerca de un eremitorio en Lunigiana, y autor del libro A Te. La Preghiera dell’Abbandono di Charles de Foucauld (San Paolo, 2024). Como ha indicado recientemente Brunetto Salvarani, si la Iglesia está llamada a despertar la poesía y la oración, este volumen conjuga ambos aspectos, con una mirada contemplativa, como profetizó Rahner: «El cristiano del mañana o será místico o no será».
Deho’, partiendo de su propia voz externa, establece un diálogo continuo, orante y personal, con la Palabra de Dios que irrumpe sine glossa, sin comentario – como hacía Charles – y entrando en la oración inquieta del mismo hermano universal, expuesto siempre, al final de cada capítulo, a aquel 1 de diciembre de 1916 en Tamanrasset, donde su vida se consumó. Poco a poco la oración de abandono se compone, pieza tras pieza, toma forma, meditada, a lo largo de las etapas de su vida.
Tres son los aspectos que el hermano Piotr ha subrayado del libro de Deho’.
El primero es el cruce entre rebeldía, obediencia y riesgo, asumido por Carlos desde su juventud, que desemboca en aceptar todo del Padre.
El segundo es la concreción, con el deseo del hermano universal de hacer suyo ese «Padre mío», viviendo una experiencia directa y encarnada de Jesús, tanto en los cuerpos, en las personas y en la intimidad, como también en la naturaleza y en aquella bala que puso fin a su vida.
El tercero es la presencia de Dios, cuyo aliento debe buscarse en todas las cosas.
En este punto, la experiencia personal de Deho’ al dar voz a Carlos llega casi a fundirse con él, «hombre que celebra continuamente cada cosa» (p. 107), animado por una fe que «rompe la rigidez de las religiones» (p. 91), hasta percibir en cada vida «una manifestación encendida del Misterio» (p. 105).
Charles de Foucauld: un abandonado que aprende a abandonarse
Deho’ dijo que su libro nació de una predicación que le había sido solicitada por un grupo de sacerdotes. Mientras estaba esbozándola, sufrió un robo: ventana rota, efectos personales y apuntes perdidos. Pero fue una experiencia de vaciamiento: aquel gesto violento mantuvo abierta la herida, haciéndole comprender que lo esencial no puede ser quitado.
«Está claro que mi modo, no experto, de hablar de Charles es, de algún modo, confundirme con la experiencia de Charles. Si este libro tiene sentido, no es para añadir cosas nuevas, sino para intentar invitar a quien lo lea a escribir su “propio” Charles, a entrar en esa historia y a hacer aflorar el amor de Dios que está en nosotros», afirmó.
En su intervención, destacó algunos nudos significativos que revelaron aspectos inéditos del propio Deho’. Ante todo, Charles es un abandonado, también porque fue huérfano, que, en su vida, aprende a abandonarse; lo expresa bien Jacques Ellul: «En este mismo alejamiento, he aquí que el hombre abandonado está en Dios porque Dios se ha abandonado a sí mismo». Ese abandono es una experiencia de desnudez, en la que el amante y el amado se entregan mutuamente, desnudos. El hermano universal – que en su vida, en busca de un rol, se había disfrazado continuamente – al final se despoja de todo, incluso de la cruz sobre su hábito: no estamos llamados a disfrazarnos, sino a desnudarnos.
La conversión radical de Charles hizo verdadero lo que ya era: de explorador a hombre que se deja explorar. Esto fue posible gracias al acompañamiento de mujeres y hombres libres que supieron reconocer un rostro inédito de Dios actuando en su vida, evitando esquemas prefabricados, y gracias al coraje implacable de Charles para hacer espacio al Espíritu. Ejemplar es el hermano converso de la Trapa de Fontgombault, una presencia oculta, importante, pero nunca seductora, riesgo que hoy corren mucho las personas de Iglesia, entre redes sociales y mil actividades parroquiales. La inutilidad de Charles – salvado precisamente por una vida paradójicamente fallida, incluida su muerte accidental – enseña a habitar la sombra.
Una última cosa es que Charles, que hubiera querido salvar a todos, en peligro de muerte se dejó salvar por algunas mujeres tuareg: este es, en el fondo, el vértice de la experiencia mística más auténtica.
Habitar el vacío del Corazón
En el diálogo con el autor, Paolo Monaco señaló analogías entre la oración de abandono y el Suscipe de Ignacio de Loyola: «Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo lo que tengo y poseo. Tú me lo diste; a ti, Señor, lo retorno. Todo es tuyo: dispón de ello totalmente según tu voluntad. Dame tu amor y tu gracia, que esto me basta».
La experiencia cristiana es, en el fondo, una experiencia de abandono y de vaciamiento: el Corazón de Jesús está vacío, porque está siempre en el acto de dar amor. Habitar el vacío asusta, pero es necesario para fundar nuestra vida exclusivamente en Dios. En la fe, ese vacío se convierte en plenitud.
Monaco también recomendó el texto El grito de Chiara Lubich, que se centra en Jesús Abandonado, quien decide amar a Dios aun sin sentir su amor. Hoy corremos el riesgo de llenar el «vacío de la Iglesia» – iglesias, pero también personas, vacías – de maneras seductoras, activando dependencias, manipulaciones o lógicas abusivas. Es necesario retirarse conscientemente de esta tentación.
«Existe la posibilidad de que surja, dentro de ese vacío que experimentamos, algo nuevo: una Iglesia nueva, una humanidad nueva; rehacer la experiencia de Jesús. Jesús recrea todo porque en el vacío de su Corazón no hay Dios: ya no siente a Dios, pero renueva su fe en el amor de Dios». Ese es el lugar «en el que podemos decir nuestro sí», concluyó el jesuita.