Dehonianos

Con frecuencia nos preguntamos: ¿cuál es la voluntad de Dios sobre mí? ¿Qué quiere Dios que haga? ¿Qué es lo que Dios espera de mí? O, siendo más profundos, ¿qué tengo que hacer para salvarme? Algunas claves se nos presentan hoy.

En negativo —pero muy explícito desde la parábola del Evangelio—, Jesús nos muestra cómo la acumulación de bienes, las riquezas, el vanagloriarse de la opulencia, el pensar solo en mi barriga o en mi bolsillo, y todo ello aderezado con “orejeras” (incapaces de mirar al de al lado o ignorándolo, que es peor), es algo contrario al querer de Dios.

En positivo, nuestro modo de vivir el aquí y el ahora, nuestro compromiso con el otro, nuestra acción solidaria y cercana con los demás, en definitiva, cómo vivo mi vida aquí en la tierra, me catapulta hacia mi vida eterna. Uno de los mayores problemas de nuestra sociedad es creer que todo empieza aquí y termina aquí: sin Dios, sin Cielo, sin Eternidad. Si es así, no es posible mirar al otro.

Pero si estamos en esta celebración es porque somos creyentes, y como creyentes, debemos ser capaces de mirar a nuestro alrededor, porque Dios no mira nuestras apariencias, sino nuestro hacer y nuestra relación con el prójimo.

1. Dios quiere que no seamos indiferentes ante el sufrimiento del otro

Dios nos pide sensibilidad ante las necesidades de los demás. No es el hecho de ser rico lo que Jesús condena, sino la indiferencia, el egoísmo y la falta de misericordia.
Las riquezas pueden cerrarnos en nosotros mismos o hacernos hombres solidarios. La riqueza acumulada sin justicia y sin generosidad no salva. Recordemos el Evangelio del domingo pasado: “no se puede servir a Dios y al dinero”.

2. Dios quiere que valoremos a las personas por su dignidad

Con frecuencia vivimos de apariencias: revistas del corazón, programas de cotilleo, tertulias… donde se expone la vida de los demás. Dios quiere que tratemos al otro con dignidad, sin importar su condición social o económica. Lo que el mundo valora, no coincide con lo que Dios valora.

3. Dios quiere que escuchemos su voz en el grito del pobre

No esperemos milagros extraordinarios para creer, como la resurrección de un muerto. Los signos de Dios están ya a nuestro alrededor. Él se ha revelado en Jesús de Nazaret, el mayor milagro: su Hijo hecho carne como nosotros.
Miremos a Jesús, descubramos cómo fue su vida y obremos conforme a su corazón.