Hoy el Evangelio nos presenta a Juan el Bautista predicando en el desierto.
A primera vista, ese escenario podría parecernos lejano; sin embargo, si miramos nuestra sociedad y nuestro interior, descubrimos que esta imagen no está tan distante. Hoy, cuando se habla de Dios, en muchos ambientes no encontramos terreno fértil, sino auténticos desiertos donde apenas queda espacio para Él.
Y también dentro de nosotros hay momentos que se vuelven desierto: situaciones personales, religiosas, sociales o comunitarias que nos vuelven solitarios, confusos, perdidos. Pero justo ahí, Dios insiste en salir a nuestro encuentro. Él no se cansa de buscarnos.
Por eso, la misión que se nos confía es preparar el camino del Señor: enderezar lo torcido, rebajar lo que sobresale, levantar lo hundido, como anunciaban los profetas.
Pero antes de hacerlo, necesitamos dejarnos animar por la esperanza que Isaías nos regala en la primera lectura: un brote nuevo que surge del tronco, imagen del Mesías que viene con sabiduría y valentía. Y nos presenta relaciones impensables —el lobo con el cordero— señal de que Dios puede reconstruir lo que parecía imposible.
Este segundo domingo de Adviento nos invita a la conversión.
Preparar el camino significa abrir espacio para que el Señor entre en nuestra vida.
Para lograrlo necesitamos:
- Rebajar nuestro orgullo y autosuficiencia, porque uno de los mayores males de nuestro tiempo es vivir como si Dios no existiera.
- Sanar nuestra autoestima y esperanza, especialmente en los momentos de cansancio y desánimo.
El bautismo que Juan ofrecía era un bautismo de agua, gesto de penitencia. Pero Jesús nos trae el bautismo del Espíritu Santo, que realmente transforma la vida del que acoge el Evangelio.
Por eso, en Adviento tenemos motivos para la esperanza y la alegría profunda: somos amados por Dios. Y esta certeza nos envía a ser esperanza para quienes aún no experimentan la alegría de saberse amados y salvados; para quienes viven en la oscuridad de la desilusión.
Vale la pena detenernos y preguntarnos: ¿Estoy caminando hacia la verdadera felicidad?
Si nuestras prioridades son el dinero, el placer, el aparentar o el egoísmo, nos estamos perdiendo. Solo con la fe y la confianza en que “viene Dios” tendrá sentido celebrar la Navidad.
Prepárate para la Navidad. No te dejes arrastrar por prisas, gastos inútiles, compromisos vacíos.
Esta Navidad solo tendrá sentido si reencontramos nuestro camino interior y escuchamos al Dios misericordioso que viene a consolarnos y salvarnos.
En este ambiente de preparación, te propongo con sencillez algunas actitudes para “preparar el camino”:
- Agradece a Dios por las personas con las que convives.
- Da lo mejor de ti, poniéndote al servicio de los demás.
- Facilita la convivencia, aportando soluciones y no complicaciones.
- Ora e intercede por los otros, antes de centrarte solo en tus necesidades.
- Ocúpate de los más débiles y necesitados.
- Sal al encuentro, no esperes siempre que el otro dé el primer paso.
- Tolera con caridad y buen humor tus límites y los de los demás.
El Señor viene y pide un lugar en nuestra vida. No exige grandes cosas: aquella vez le bastaron una cueva y un pesebre. ¿Estaremos atentos a su voz?
Pidámosle al Señor que envíe sobre nosotros su Espíritu para saber responderle.
Amén.