Dehonianos

14 de diciembre de 2025

Queridos hermanos:

Este tercer domingo de Adviento es conocido como el domingo de la alegría, el domingo Gaudete. La Palabra de Dios nos invita hoy a vivir la alegría porque la Navidad está ya cercana. Llevamos semanas preparándonos para el encuentro con el Señor que viene, y la liturgia quiere hoy renovar nuestra esperanza y fortalecer nuestra fe.

1. Isaías y la alegría que viene de Dios

La primera lectura, tomada del profeta Isaías, es un auténtico himno a la alegría, destinado a despertar el ánimo de los exiliados. ¿Cuál es el motivo de esa alegría?

Dios interviene en la historia.

Dios no abandona a su pueblo; prepara un camino para que retorne a Sión. La naturaleza entera es invitada a festejar: el desierto florece, la estepa se llena de vida, lo que era árido se convierte en un jardín.

Luego, el profeta se dirige a los hombres:

Nada de desánimo, nada de miedo.

Dios viene a salvar, a liberar, a renovar.

Y la acción de Dios es excesiva, sorprendente, desbordante de vida:

El cojo no sólo caminará, saltará como un ciervo.

El mudo no sólo hablará, cantará himnos de alegría.

Así es la salvación de Dios: sobreabundante, inesperada, viva.

2. Un Dios que sorprende

Nuestro Dios, es un Dios que nos sorprende. La historia de la salvación es una cadena de sorpresas. Dios actúa de modos que nos desconciertan:

«Mis caminos no son vuestros caminos».

Y hoy lo contemplamos claramente en la figura de Juan Bautista.

3. Juan Bautista y la duda creyente

Juan está en prisión por ser fiel a la verdad. Escucha noticias de Jesús, pero algo no encaja.

Él había anunciado a un Mesías severo, juez, que castigaría a los malvados. Pero Jesús se sienta a la mesa con los pecadores, los acoge, los cura, los salva. Esto desconcierta a Juan, y entonces pregunta:

«¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»

Jesús no le responde con teorías.

Lo hace con signos:

— Los ciegos ven,

— los cojos caminan,

— los leprosos quedan limpios,

— los sordos oyen,

— los muertos resucitan,

— y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.

Son signos de misericordia, no de condena.

Jesús está revelando un Dios que salva y dignifica, un Dios que siempre está a favor de la vida.

Y termina con una bienaventuranza especial:

«Bienaventurado el que no se escandaliza de mí».

Es una invitación delicada a Juan para que se convierta, para que cambie su imagen de Dios.

4. También nosotros necesitamos conversión

Adviento y Navidad son un tiempo para revisar nuestras certezas sobre Dios.

No siempre entendemos sus caminos, sus silencios, sus tiempos… Y está bien. La fe verdadera no consiste en tener todas las respuestas, sino en confiar aunque no entendamos.

Juan Bautista representa al creyente sincero:

el que duda, el que pregunta, el que busca…

pero que no renuncia al Mesías aunque sus planes no coincidan con los nuestros.

No debe preocuparse quien lucha por creer, quien se siente inquieto frente al misterio.
Debe preocuparse quien confunde sus ideas con la verdad de Dios.

5. Una alegría que se hace compromiso

La alegría cristiana no es superficial, se hace compromiso.

Es la alegría que nace cuando vemos la vida dignificada:

— cuando se acompaña al que sufre,

— cuando se defiende la justicia,

— cuando se levanta al caído,

— cuando se cuida la fragilidad.

Ahí viene el Señor.

Ahí está el Mesías.

6. Conclusión y Eucaristía

Hoy el Señor nos invita a recuperar la capacidad de asombro, a dejarnos sorprender por su misericordia, a vivir este Adviento con esperanza y alegría.

Abramos nuestro corazón y acerquémonos a la Comunión eucarística, acogiendo con gozo al Dios que viene a salvarnos, que viene a hacer nuevas todas las cosas, que viene a llenar nuestra vida de luz.

Amén.