Domingo XVII del tiempo ordinario: Reflexión sobre el Padrenuestro
Querido Padre:
Esta oración que tu Hijo nos enseñó es, en realidad, un atrevimiento valiente. Comienza llamándote Abba, Papá, y añade un posesivo que incomoda: “nuestro”. Me pregunto… ¿a quién incluye ese “nuestro”? ¿También al que insulta en redes, al inmigrante rechazado, a la mujer que sufre, al niño que muere de hambre, al vecino molesto o al adolescente que me saca de quicio?
Si es así, quizás debería rezar menos el Padrenuestro, o al menos no hacerlo sin antes descubrir quién eres Tú realmente y a quiénes me pides que considere hermanos.
Cuando decimos: “que estás en el cielo”, no hablamos de un lugar lejano, sino de ese espacio en el que tú puedes ser plenamente Dios Bueno, un espacio accesible, sin filtros ni máscaras. Un cielo que comienza cuando somos auténticos y abiertos a tu gracia.
Las tres primeras peticiones —“santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad”— están en pasiva, porque reclaman colaboración y confianza. Son peticiones que nos superan, pero también nos comprometen. No podemos hacerlas realidad solos, pero sin nosotros no se concretan. Necesitamos que otros también se sumen a este sueño tuyo: el de un mundo más humano, más justo, más tuyo.
Luego vienen las cuatro peticiones directas, en forma de imperativo:
Danos, perdona, no nos dejes caer, líbranos.
Son el grito de nuestra fragilidad, de nuestra indigencia radical. Pero tú nos recuerdas que nada es automático ni gratuito:
- Nos darás el pan si lo buscamos y lo compartimos.
- Nos perdonarás, si aprendemos a perdonar.
- Nos sostendrás en la tentación, si luchamos con sinceridad.
- Nos librarás del mal, si dejamos que tu gracia actúe en nosotros.
Quizá, Señor, hemos rezado el Padrenuestro demasiado rápido, demasiado superficialmente. Lo hemos repetido sin detenernos a escuchar su fuerza, su verdad, su exigencia.
La próxima vez, quiero rezarlo como los niños: con pausas, con silencios, con tiempo para comprender lo que pido… y para dejarte a ti, Padre mío, hacer realidad cada palabra que pronuncio.