Dehonianos

Domingo XX del Tiempo Ordinario – 17 de agosto de 2025
El pirómano

Jeremías era un pirómano. No en el sentido literal de la palabra, sino un verdadero pepito grillo que tenía que decir lo que nadie quería escuchar. Tanto incomodó al ministro del Rey que terminó encerrado en una cisterna seca, en medio del lodo.

Y entonces me pregunto: ¿Ese es el final que le espera a tus profetas, Señor? Cuando dices que has venido a traer fuego a la tierra, ¿pretendes que nos quememos? Es difícil imaginarte pronunciando palabras tan radicales: “No he venido a traer paz, sino división”. Parece más el discurso de un revolucionario que el de quien llamamos Príncipe de la Paz.

Quizá el problema esté en cómo uso mi fe. Me encanta que tu presencia enderece lo torcido de mi vida, que tu alegría me lleve a alabarte, que tu perdón me haga renacer. Pero me callo cuando hay que defender al pobre o decir una verdad incómoda. No sé creer cuando llega el conflicto. Termino atrapado en malentendidos, me impaciento porque la promesa del Reino tarda y me desanimo.

Tal vez mi fe sea demasiado complaciente, Señor. Solo se activa cuando la vida rema a favor. Pero Tú lo dices claro: has venido a traer fuego y esperas que la tierra arda. ¿Qué hago yo cuando todo arde?

¿Soy de esos cristianos que esconden la cabeza hasta que pase el temporal, que se mezclan con la masa para no destacar? ¿O de los que huyen, haciendo concesiones al enemigo, convencidos de que “yo no puedo cambiar el mundo”? Un poco como el Rey Sedecías, que unas veces encerraba a Jeremías y otras lo liberaba, intentando no caer mal a nadie.

También hay cristianos incendiarios que disfrutan del conflicto, atrincherados en sus ideologías, inamovibles, midiendo su identidad frente a quien es distinto. Pero, Señor, ¿esa es la división que Tú quieres?

En cambio, existen cristianos que afrontan el conflicto desde la fragilidad, no por sentirse superiores, sino porque son sensibles al sufrimiento ajeno. No callan cuando se aparta a los más vulnerables del tablero, eligen la causa de los pobres aunque se manchen la camisa y la reputación, y prenden fuego a las excusas que les mantienen cómodos. Como Jeremías, y como tantos que acogen, curan, consuelan y salvan aunque eso les cueste rechazo e impopularidad.

Estos han entendido que el mundo debe arder… pero arder de caridad y compromiso. Son pirómanos de la justicia, incómodos pero necesarios. Pagan un precio que les asusta, pero asumen el riesgo porque confían en que Tú, Señor, cuidas de ellos. Como dice el Salmo: “Eres nuestro auxilio y nuestra liberación”.

La tierra está ardiendo y yo debo elegir entre dos fuegos: el que destruye o el que arde y no quema. Quedarse en medio no es opción, porque el fuego no entiende de límites. Señor, date prisa en socorrerme para que, sea cual sea mi decisión, elija siempre arder contigo.