Dehonianos

En la Fiesta de la Sagrada Familia, vemos en José un ejemplo de responsabilidad y valentía. Él actúa sin dudar ante la llamada divina, desplazándose en la oscuridad para cuidar y proteger a su familia. Este acto simboliza cómo en la familia cristiana el amor se manifiesta también en decisiones difíciles y en la entrega constante.

Además, el regreso a Israel y el asentamiento en Nazaret nos recuerdan que el camino de la familia no siempre es lineal ni fácil; implica cambios, adaptaciones y la búsqueda de un hogar donde crecer en paz y fe. La Sagrada Familia nos muestra que, incluso en medio de la incertidumbre, la confianza en Dios y el cuidado mutuo sostienen y dan sentido a la vida familiar.

Por tanto, esta celebración nos invita a valorar la fidelidad, el compromiso, la obediencia, la protección, la unión y el amor familiar, inspirándonos a vivir con la misma entrega y esperanza que José, María y Jesús.

«José, se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto»

Al inicio de la historia de José, aparece un ángel y le dice: «José, hijo de David —fijémonos cómo lo llama! — ¡por su dignidad real!, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo».

El ángel no le dice: «Va a ser fácil». No le promete comodidades. No le garantiza que la gente entenderá. Simplemente le dice: «No temas». Podríamos decir que le pide acoger una realidad que le supera: Hazlo, aunque tengas miedo. Y José acoge. Recibe a María; y con su sí, acoge la responsabilidad del niño y del hogar.

Y José sigue escuchando al ángel. Si ya sabía que no iba a ser fácil, parece que todo se va complicando: el empadronamiento en Belén, el nacimiento en circunstancias paupérrimas y ahora… la huida. ¡Bienaventurado San José!

Dios no necesitaba de José biológicamente. Pero lo necesitaba humanamente. Lo necesitaba para proteger. Para dar nombre. Para dar linaje. Para dar hogar. Para ser padre en el sentido más profundo: el que ama, protege, cuida y enseña, sin necesidad de poseer. José es consciente de su vocación. Y ahora le toca nuevamente decir sí. Su sí al ángel, a Dios, vemos que es una cadena de síes, a cuál más difícil. ¡Dios no se lo puso fácil!

En una sociedad, obsesionada por el «bien estar», por la comodidad, por amortiguar todo dolor y frustración, José nos enseña algo distinto: se puede vivir en dificultad, se puede caminar en riesgo, se pueden afrontar las situaciones complicadas… Se puede apostar por la pareja y los hijos, aunque entrañe incomprensión. ¿Cómo? solo hay que ponerse en las manos de Dios.

«José se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel»

Y nuevamente aparece el ángel… José vuelve a decir sí. Continúa la cadena de síes. Y José asume su vocación de protector. Una protección que no es posesiva. Un amor que no controla, que le desborda, pero que lo refleja constantemente en sus acciones. José sirve a los planes de Dios, y por eso obedece sin preguntar, acoge sin comprender completamente. Dios lo necesita.

En una sociedad que habla tanto de masculinidad tóxica, de abuso de poder, de control… José es el antídoto perfecto. José es la masculinidad redimida: fuerte, pero tierna. Protectora, pero no posesiva. Honesta, sin ego inflado. Decidida, pero humilde.

José es el hombre que sabe hacerse a un lado para que Dios actúe. Y paradójicamente, al hacerse a un lado, se convierte en indispensable.

«José, avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret»

Y vuelve a repetirse la historia. Podríamos pensar que Dios le pide cada vez el más difícil todavía… o podemos pensar que Dios no abandona, y también Él se fía de quien escoge.

José comunica solidez a la familia. Y al establecerse en Nazaret… no solo da continuidad a la historia de salvación, sino que posibilita a la familia, ahora familia de Nazaret, a crear vínculos significativos y un espacio de crecimiento para todos los miembros familiares.

Jesús, si es reflejo de Dios-Padre, también lo es de su Padre-José, porque José también lo fue de Dios-Padre.

En estos días de Navidad, pidamos a San José que nos enseñe su secreto: el secreto de la obediencia humilde, del amor desinteresado, del servicio silencioso.

Pidamos a José que nos haga dóciles a la voluntad de Dios, para mostrar a Cristo en toda nuestra vida.