Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
El Bautismo del Señor
Estamos celebrando la solemnidad del Bautismo del Señor, final del precioso tiempo de navidad e inicio del tiempo ordinario. Esta fiesta nos revela muchas cosas: quien es Jesús, qué vino hacer entre nosotros, cuál es su misión y en qué nos compromete esta celebración. Partimos de la constatación que el bautismo recibido por Jesús no es el mismo que tú y yo recibimos un día. Nosotros no recibimos un bautismo de penitencia o de preparación a la venida del Mesías. Él ya ha venido y habita entre nosotros y ya hemos visto su gloria.
El profeta Isaías nos habla de un personaje amado por Dios, un siervo que posee el espíritu de Dios. Nos dice el profeta: “Mirad a mi Siervo a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él”. Es más, el profeta dice que su siervo manifestará la justicia a las naciones, pero no del modo como hacen los poderosos de este mundo, muchas veces masacrando al pueblo. El siervo del Señor será un hombre capaz de consolidar el proyecto de Dios para el pueblo. Es un enviado de Dios, un siervo a quién la primera comunidad cristiana ha sabido identificarlo como el mediador de una nueva Alianza entre Dios y su pueblo en la persona de Jesucristo, el Verbo Encarnado que vino a salvarnos. Por tal motivo, en esta navidad aclamamos con el salmo 28: “Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor”.
Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos relata el camino hecho por este siervo de Yahveh, en especial después del bautismo realizado por Juan: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
No cabe duda, como nos recuerda la liturgia de hoy, que la centralidad del Bautismo de Jesús está en el hecho de que el Espíritu Santo desciende sobre Él y rompe el silencio de Dios con la voz del Padre que viene del cielo. Después de muchos años de silencio, el cielo se abre delante de todos los presentes en el bautismo de Juan para proclamar que Jesús es el Hijo amado en quien el Padre encuentra su complacencia. Jesús no es un profeta más enviado por Dios, Él es el Hijo, el cumplimiento de la promesa de Dios, el Mesías esperado por todo el pueblo, es Aquel que bautizará con el Espíritu Santo y el fuego, el que inaugura la plenitud de los bienes mesiánicos.
Por tanto, Jesús es el siervo de Dios, el Verbo Encarnado, que viene a rescatar a la humanidad de las tinieblas del pecado. Lo hace como el siervo anunciado por el profeta Isaías en el Antiguo Testamento, aceptando recibir el bautismo de Juan. Y, aunque no tuviera pecado, Jesús se acerca y solidariza con los pecadores y con aquellos que buscan su salvación en Dios.