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De manzanas… y hombres… Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

De manzanas… y hombres… Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38

 

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».

El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».

María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y el ángel se retiró.

 

Comentario de la homilía

He de reconocer que, de pequeño, el libro del Génesis, que hoy hemos leído, me producía un cierto rechazo. Me resultaba difícil comprender que todo un Dios que nos había creado, que había hecho el mundo en 7 días, nos terminara castigando por una cosa tan tan tonta como una manzana. Que todo un Dios, omnipotente, ¡se cabreara porque una pareja, la primera de nuestra tierra, le mangara del jardín, de SU jardín, una fruta! No lo entendía… ¡pues anda que no tendría frutas el jardín ese!

 

Con el tiempo comprendí que aquel libro, el libro del Génesis, no era un libro de historia y que no podía acudir a él buscando una explicación científica a todo, ni tan siquiera a la creación del mundo o la aparición del pecado, sino que ese libro, el libro del Génesis, con sus imágenes y relatos, con sus personajes, castigos, creaciones y demás, trataba de explicar, de modo poético y espiritual, lo que era una certeza para el corazón de muchos israelitas. No importaba que utilizaran cuentos de otras naciones o culturas, lo importante es que con ellos, Israel expresaba parte de sus sentimientos y de su fe, como el sentimiento de que habían sido amados por Dios y que en un momento de su historia todo se había torcido por culpa de la codicia, por querer suplantar el papel de Dios en nuestro mundo, por mentir y echar la culpa al otro.

 

Entonces sí, entendiendo esto, era más fácil comprender aquel libro. Entendiéndolo, también es más fácil comprender algunos aspectos que hoy hemos leído. De ellos, me gustaría resaltar dos.

 

En primer lugar me gustaría resaltar cómo en la raíz del pecado, en la raíz de todo mal, Israel situaba la mentira. Es curioso, no sé si os habéis dado cuenta, que la mentira es la protagonista de toda la escena: Dios pregunta a Adán, Adán escabulle la pregunta y no responde, y, en su lugar, le echa las culpas a la mujer, a la que trata como si ya no fuera parte suya, carne de su carne. La mujer, a su vez, rechaza que la culpa caiga sobre ella, y le envía la patata caliente a la serpiente, que sí, que era una lianta, pero que tampoco había dado la puntilla a la decisión que aquellos dos habían tomado. La cuestión es que nadie se hace responsable de nada. Mienten, y, lo que es peor, se mienten a sí mismos al no reconocer su parte en el mal hecho. Lo de menos es la manzana, o la fruta que sea (que no aparece de qué fruta se trata). El pecado no es comer de la manzana, sino querer ocupar el lugar de Dios, pero, sobre todo, mentir y mentirse a sí mismos. Esa experiencia, que Israel había vivido y vivía, también es  la nuestra. Tal vez hoy lo explicaríamos de otro modo, pero, en el fondo, estamos convencidos de que en el origen de mucho mal, se encuentra ese tipo de mentira y de engaño. Y que en ocasiones la mentira y el engaño sólo conducen a la muerte de nuestro corazón que ya no late con la misma fuerza y el mismo entusiasmo.

 

En segundo lugar, me gustaría poner el acento en el final del texto, porque muestra otra de las convicciones de Israel. A pesar del mal cometido, a pesar de que la mentira se instala en el corazón de Adán, de Eva, de la serpiente, Dios sigue confiando en el hombre, le sigue manifestando su amor. El mal no tendrá la última palabra… ¡no la tiene, aunque tenga sus consecuencias! Es más, para Dios, la humanidad terminará venciendo sus dificultades. La serpiente morirá aplastada, y, con ella, la mentira y el dolor. Si siguiéramos leyendo el texto, nos encontraríamos incluso con que Dios se resiste a dejar desprotegida a la humanidad y teje para el hombre y la mujer un vestido. Es la manifestación de su misericordia, infinita, paternal, incluso tierna. Él no nos abandona, no lo hace, se resiste a vernos desamparados y desnudos, y solos, y sin futuro, ¡y sin vida! De ahí la promesa hecha a Eva. Y aquí es donde entra María.

 

Ella es la nueva Eva, aquella mujer que terminará aplastando la cabeza de la serpiente, de la mentira, de la desnudez, del abandono. Y lo hace con una sola palabra: Hágase. Tremendo. Tremendo e incomprensible. María rechaza el mal con una sola palabra. Rechaza la comodidad, no aceptar el plan de Dios, con una sola palabra. Y desencadena con ella todo un torrente de vida que todavía no ha parado y que ha llegado hasta nosotros. Ella había sido elegida (es lo que celebramos hoy, el hecho de que María había sido concebida sin pecado; el hecho de que Dios había preparado su vida desde el inicio para que llegado el momento pudiera aceptar todo lo que se le venía encima incluso teniendo la capacidad de decisión final). Y nosotros, en ella, también hemos sido elegidos. Como ella, estamos llamados a hacer multiplicar la vida que se nos ha dado, a dar a la vida más vida, más plenitud, a aplastar la cabeza de la serpiente, a acabar con la desnudez y con el abandono (¡cuidado, que esto compromete la vida y también nuestro papel en la sociedad!). Dios sigue confiando en nosotros, incluso cuando nosotros no confiamos ni en él ni en nosotros mismos. Incluso en ese momento.

 

Y termino. Se podría decir que las lecturas de hoy nos hablan de María… pero en realidad nos hablan de Jesús. La Inmaculada Concepción, como todas las fiestas de María, tiene que ver con su Hijo. Porque iba a ser madre de Jesús, Dios había preparado en María un terreno fértil, abierto a acoger el incomprensible plan de Dios. Hacia ese Hijo nos dirigimos en este adviento y le pedimos que, como su madre, nosotros también podamos decir en nuestra vida: ¡Hágase! Aunque no lo entendamos. Aunque en ocasiones nos revelemos. ¡Hágase! Y que tengas tú la última palabra. 

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